Voces del cine español

Diego Galán

Los lunes de cada quince días, Diego Galán viene publicando en “El País” una serie titulada “Cine español: Los clásicos”. Mezcla de reportaje, entrevista y consideración crítica, ha tenido hasta ahora como protagonistas a Carlos Saura y Mario Camus. La próxima entrega estará dedicada a uno de los personajes más desconocidos e incluso “misteriosos” de nuestro cine (y del cubano), Margarita Alexandre, mientras que también se hallan en cartera nombres como los de Pedro Olea, Josefina Molina, Víctor Erice, Gonzalo Suárez, Vicente Aranda, Basilio Martín Patino, Miguel Picazo, Francisco Regueiro, Julio Diamante, Jaime Camino, Jaime de Armiñán o Antonio Isasi-Isasmendi, todos ellos nacidos antes o durante la Guerra Civil.

Es una excelente idea la de recuperar estas figuras, recordar sus obras y sus circunstancias, ahora precisamente en que muchos de ellos ya no están en activo (la mayoría de los casos, no por su voluntad). Parece que hoy solo interesan las voces de los nuevos cineastas, de quienes han llegado hace poco tiempo a la profesión, con motivo de sus estrenos o de sus giras promocionales. Y se descartan prácticamente la sabiduría y experiencia de sus predecesores, de los que batallaron a fondo para expresarse y allanaron el camino para las siguientes generaciones. La serie periodística de Diego Galán pretende, con razón, hacerles justicia y recordarnos a unos autores que han sido decisivos en la trayectoria de nuestro cine. Poner ante los ojos del lector de hoy a figuras de este calibre merece la máxima atención.

Antonio Resines

Paralelamente, la candidatura única a la presidencia de la Academia, encabezada por Antonio Resines y con Gracia Querejeta y Edmon Roch como vicepresidentes, plantea como la primera de sus propuestas la elaboración audiovisual de una “Memoria del Cine Español”, destinada a “la conservación de la memoria de los profesionales de nuestro cine”, para lo que se cuenta con la colaboración de la SGAE y de otras entidades. A iniciativa de José Luis García Sánchez, se trata de crear un gran archivo de entrevistas con directores, actores, guionistas, productores y los llamados “técnicos” que han conformado la historia reciente y no tan reciente del cine español. Algo fundamental de lo que en buena parte carecemos hasta ahora, cuando ya se han perdido los testimonios directos de tantos profesionales que se han llevado a la tumba el profundo conocimiento de su trabajo, sus métodos de enfocarlo –que tan útiles podrían resultarnos– e incluso sus recuerdos personales y laborales más valiosos. Una práctica que ya ha sido desarrollada en otros países, siempre con un óptimo balance.

Dos ideas muy valiosas se aúnan así para preservar y valorar la memoria de quienes han hecho, o están todavía haciendo, nuestro cine: recuperar sus voces como parte imprescindible de nuestra cultura.

(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2015).

La religión de las salas


¿Qué hacía que se reunieran más de trescientas personas en uno de los (ya muy escasos) cines de la Gran Vía madrileña para asistir a una proyección de Blade Runner?, en una versión remasterizada de la “Director’s Cut” de 1992, la misma que ha accedido a diversas salas de Valencia y Alicante. La tarde era desapacible, fría y lluviosa, pero aún así varios centenares de “fieles” se congregaron para ver una excelente proyección digital y en V.O. del film sobre una gran pantalla. Comenzaban de esta manera las actividades del Club de la Prensa, una plausible iniciativa que se irá desarrollando cada semana en uno de los locales más veteranos de la ciudad, el Palacio de la Prensa, y que incluirá una programación compuesta por obras célebres como Blade Runner, del cine español “clásico” o de musicales, así como por preestrenos y presentaciones de libros y revistas. La primera sesión, muy bien introducida y “coloquiada” por un experto en la película, Marcos Casado, tuvo un espléndido resultado, con un público joven embebido en las imágenes “de culto” de Ridley Scott.

Lo destaco sobre todo porque ese público seguramente ya conocía, e incluso había visto varias veces en televisión o vídeo, esta historia de la persecución a muerte de un grupo de replicantes en el lluvioso, sucio y orientalizado Los Angeles de 2019 (pensar que en 1982, fecha de realización del film, se predecía que dentro de tan solo cuatro años estaríamos así, produce cierto escalofrío). Y hasta probablemente habían leído la novela de Philip K. Dick en que se inspira la película, libro que goza de uno de los títulos más sorprendentes e imaginativos que pueden darse, “¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?”. Entonces, si a la inmensa mayoría aquello ya le resultaba familiar, cabe preguntarse por qué iban a esta sesión especial. La respuesta creo que es doble: por la necesidad de disfrutarla colectivamente, no de forma individual, ante una pantalla casera; y por el placer de hacerlo en una sala de amplias dimensiones, con todo lo que ello comporta de espectacularidad y recursos técnicos de orden audiovisual.

Edificio de la Prensa, en Madrid, donde se sitúa el cine Palacio de la Prensa

Lo expresaba Sigfrid Monleón con gran acierto hace unas semanas en estas mismas páginas, cuando tras referirse a “la atención concentrada y colectiva del cine en la satisfacción imaginaria del espectador”, llegaba a la conclusión de que “el cine como arte, con una finalidad estética y un poder de pensamiento propios, necesita de la sala para la transmisión de su cultura específica”. Exacto. El tema va mucho más allá del manido eslogan de “el cine en el cine”. Es una cuestión que afecta a la propia esencia del hecho cinematográfico, que necesita “respirarse” de forma colectiva: es una suerte de religión laica, donde la divinidad viene expresada por la ligazón con unas imágenes que se expresan y nos expresan hasta límites insospechados.

(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2015).

La película que nunca existió

Miguel Picazo

Corría el año 1960. Miguel Picazo acababa de graduarse en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC, precedente de la Escuela Oficial de Cine) y proyectaba su primer largometraje. Para producirlo, contaba con el apoyo de Marco Ferreri, entonces en España, que quedó muy bien impresionado con la práctica final de carrera de Picazo, Habitación de alquiler. El intento fue ofrecer la “otra cara” de cuanto mostraría El Cid, la película de Anthony Mann para Samuel Bronston, con Charlton Heston y Sophia Loren como protagonistas. Picazo recurrió a tres de sus excompañeros en el IIEC, Mario Camus, Joaquín Jordá y Francisco Regueiro, para que le ayudaran a escribir lo que habría de ser Jimena, centrada en la esposa de Rodrigo Díaz de Vivar y su relación amorosa con él, especialmente dramática porque este mató al padre de la joven después de haberse comprometido el casamiento.

Entre los cuatro coguionistas, se empeñaron en un acercamiento totalmente antiheróico a tales hechos, ofreciendo una visión realista de la Castilla del siglo XI, opuesta a la mitificadora de la producción de Bronston. La vida de Jimena Lozano en su casa paterna y como sobrina del Rey Sancho, su fascinación hacia Rodrigo (ambos tenían 18 o 19 años), su enclaustramiento en un convento como “donada”, el encuentro final de la pareja, conforman el guion, donde el futuro Cid no es sino un muchacho impulsivo y prepotente cuyo papel gravita sobre todo en función del personaje de Jimena. Todo ello era demasiado para una brutal censura que venía de sufrir el escarnio, para el Régimen, de Viridiana: prohibió radicalmente el guion, por lo que aquel intento de “opera prima” de Miguel Picazo jamás vio la luz, lugar que ocuparía nada menos que La tía Tula.

Dentro de su muy elogiable empeño de difundir la obra del cineasta de Cazorla, la Diputación de Jaén ha publicado el guion inédito de Jimena, como ya hizo con el de La tía Tula y el de Los hijos de Alvargonzález (otro proyecto fallido) y hará próximamente con el de Extramuros, siempre en ediciones de Enrique Iznaola, que completan el texto original con aportaciones de otros cineastas, críticos o conocedores de la persona y la filmografía de Picazo. En este caso del guion de Jimena, se trata más bien de una pieza “literaria”, todavía no apto –como señala José Luis García Sánchez– para rodar tal cual, lleno de acotaciones ambientales y detallistas que a la actriz Ana Fernández incluso le hacen “recordar a Valle Inclán”. El resultado es todo un documento creativo para comprobar cómo la censura franquista abortó películas que habrían podido ser decisivas en la trayectoria del cine español. Y es que, según sostenía Tomás Gutiérrez-Alea, más que por lo que han logrado filmar, a los cineastas debía juzgárseles por sus proyectos que no llegaron a existir…

(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2015).