Los viejos realizadores


Lo confiesa José Luis García Sánchez a Diego Galán en “El País”: “No nos necesitan, ¿no has visto que los mayores no hacemos ninguna película? Somos una generación jodida porque no nos dejaban hacer lo que queríamos, y cuando por fin podemos hacerlo ya está pasado de fecha”. Refleja el autor de El vuelo de la paloma una verdad incontestable, que a los realizadores de una cierta edad se les ha arrumbado en el cine español. La propia serie “Los clásicos” que Diego viene desarrollando con encomiable dedicación así lo demuestra, porque salvo un par de excepciones –como Saura o Betriú– la mayoría de los veteranos ya son unos perfectos jubilados. Manuel Gutiérrez Aragón propuso en su día una drástica solución: que esos directores firmasen con seudónimo para que se les tomara por recién llegados…

Basilio Martín Patino y José Luis García Sánchez (Foto: Pipo Fernández).

Y es una lástima. Se está desaprovechando un caudal de conocimientos y experiencia que toda cinematografía necesita, marginando a profesionales que podrían dar todavía mucho juego. Lejos estamos de la concepción oriental que valora en grado sumo el caudal adquirido a lo largo de los años, que privilegia el cúmulo de sabiduría que proporcionan. Pero no sucede así entre nosotros, como tampoco sucedió en Hollywood. Sabido es que a todo un Billy Wilder le impidieron seguir adelante las compañías de seguros, que no se atrevían a garantizar su salud durante los rodajes, o que se instauró la humillante fórmula del “director suplente” por si al titular le daba un patatús. No sucede igual en el cine europeo, donde –como reflejaba en mi artículo sobre el pasado Festival de Sevilla– gentes como Ermanno Olmi, Marco Bellocchio o Philippe Garrel pueden seguir filmando.

Está muy bien lo del “relevo generacional” y lo de dar oportunidades a los que llegan, pero sin avasallar… Baste un dato: en la actual edición de los Goya, ha habido nada menos que 70 aspirantes a la categoría de Mejor Dirección Novel (que implica que hayan hecho solo un largometraje), casi tantos como a la de Mejor Dirección en su conjunto. Es cierto que muchos de los “noveles” lo son con documentales, que cuestan bastante menos y resultan más fáciles de llevar a cabo, pero aun así la cifra parece desorbitada. Ninguna industria es capaz de absorber a tanta gente nueva detrás de la cámara temporada tras temporada. Por eso, el verdadero desafío suele estar en la segunda película, cuando ya los ahorros, las herencias de tías millonarias o el “crowfunding” con amigos y conocidos no funcionan tanto.


Todas las legislaciones, también la española, favorecen a los “nuevos realizadores” con disposiciones que facilitan su acceso a la profesión. Y es lógico que así sea. Pero yo desde Turia quiero lanzar la idea de que se creen programas específicos para “viejos realizadores”, esos que todavía tienen tanto que aportar.

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2016).

La "modernidad cinematográfica"


"Viaggio in Italia" ("Te querré siempre", 1954), de Roberto Rossellini 

Se ha hablado, se está hablando y se va a hablar en Valencia de la “modernidad cinematográfica”. Un amplio ciclo en la Filmoteca (que incluye películas como Cronaca di un amoreUn verano con Monika, Viaggio in ItaliaTirez sur le pianiste o Artistas bajo la carpa del circo: perplejos), la edición del libro colectivo “Crónica de un desencuentro: La recepción del cine moderno en España”, coordinado por José Enrique Monterde y Marta Piñol, así como la celebración de un Seminario sobre este mismo tema, han centrado el debate sobre una cuestión nada fácil de concretar como la de la “modernidad” aplicada al terreno fílmico.

Ya lo advierte Juan José Caballero en el volumen recién citado: “No se puede aspirar a proporcionar una definición precisa ni ajustada de un fenómeno tan multiforme, polémico y diverso como el de la modernidad cinematográfica”. Pero, para entendernos, este término agruparía aquellos movimientos u obras individuales que surgieron tras la hecatombe de la II Guerra Mundial y que supusieron una ruptura o un cambio profundo en la evolución del cine, sobre todo en lo que se refiere a su lenguaje y a su relación con el espectador. Es decir, desde el neorrealismo hasta las diversas “Nuevas Olas” y el dominio del concepto del “cine de autor”, en un periodo comprendido entre la segunda mitad de los años 40 y la década de los 70, pero sin desdeñar otras aportaciones posteriores. En otras palabras, y de manera paralela a lo experimentado por diversas expresiones artísticas, todo aquello que ha contribuido a configurar el mejor cine tal como hoy lo entendemos.

En ningún caso, debe confundirse la “modernidad” con lo más reciente o actual, ni con modas pasajeras. Corresponde a todo lo contrario, a unas corrientes de pensamiento y acción que subyacen en la profundidad de las obras, que desde su interior producen cambios cualitativos en ellas y dinamizan el panorama dentro del que nacen. No es, por tanto, un principio estático, sino que va generando sus propias respuestas. En los últimos años, por ejemplo, rompiendo las fronteras entre ficción y documental, destacando la labor de aquellos cineastas que se interrogan sobre el sentido de su trabajo y la forma en que lo desarrollan, dando voz a las mujeres que se sitúan al otro lado de la cámara o, como consecuencia, promoviendo la incesante modulación y transformación del lenguaje cinematográfico.


¿Cuánto de esa “modernidad”, considerada en el plano histórico, nos llegó a España? A eso se refiere el “desencuentro” al que hace alusión el libro mencionado y que quedó patente en el Seminario que acompañó su edición. Por la barrera de la censura, en primer término, y por cuestiones de distribución que se enmarcaban en la carencia de información y formación del público potencial, en su momento nos llegó poco, mal y tarde. De lo que nuestro propio cine sería la principal víctima.


(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2015).