Abbas Kiarostami



La Semana de Cine de Valladolid ya ha anunciado su propósito de ofrecer un homenaje en su próxima edición (22-29 de octubre) a Abbas Kiarostami. Es lo lógico. Porque fue el Festival que dio a conocer su nombre en España, cuando en 1993 le dedicó un amplio ciclo, contando con su presencia. Y al año siguiente su Espiga de Oro fue para A través de los olivos, lo mismo que sucedería en 2010 con Copia certificada. El nombre de Kiarostami está indisolublemente unido al de Valladolid y ahora que se ha producido su inesperado fallecimiento, no puede sino realzarlo mediante esa retrospectiva que se ha apresurado a organizar.

Exposición "Las cuatro estaciones" en la Semana de Valladolid de 2001

Con su dulzura, su timidez, su hablar bajito y sus sempiternas gafas oscuras, el cineasta iraní dejó una huella imborrable en cuantos le conocimos con motivo de aquel ciclo (fue el año en que, con Azul, también vino Kieslowski), relación que se mantuvo en momentos posteriores. Por ejemplo, al llevar a cabo en 2001 la muestra “Las cuatro estaciones”, en la que reunimos numerosas fotos suyas, que, según comentó, “no son el resultado de mi amor por la fotografía, sino del amor que siento hacia la naturaleza”. Una naturaleza de cerca del Mar Caspio o hacia el Kurdistán que, curiosamente, encontró muy similar a la de las tierras castellanas.

Pero volviendo al homenaje del 93, recuerdo que también hubo un momento tenso. Un mediodía me comunicaron que Kiarostami quería verme con urgencia, sin precisar el motivo. Cuando me senté a su lado, me dijo que la razón de tanta premura se refería a su película Close-Up (Primer plano), que precisamente tenía que presentar unas horas después. Había visto la duración que de ella poníamos en el catálogo, 100 minutos, y eso le había alarmado, hasta el punto de negarse a acudir a dicha presentación, lo que resultaba insólito en alguien tan amable como él. Ante mi estupor, me lo explicó: la Farabi Cinema Foundation, que nos había enviado las copias desde Irán, había incluido la de Close-Up con 17 minutos más que la de su montaje definitivo (sin nosotros saberlo), por lo que se negaba a que fuera proyectada. Aceptó tras una negociación muy larga y compleja, mientras el pase se echaba encima, y con el compromiso de que el Festival recibiera inmediatamente de la Fundación Farabi la promesa de que esa copia sería destruida en cuanto regresase a Teherán. Se hizo de la manera que él pedía y la situación se resolvió para satisfacción de todos.

"Close-Up", de Abbas Kiarostami (1990)


Así de cuidadoso era Kiarostami con su obra. El autor de films tan importantes y definitorios como –además de los citados– ¿Dónde está la casa de mi amigo?, Y la vida continúa…, El sabor de las cerezas, El viento nos llevará o Ten, siempre fue extremadamente meticuloso y preciso con su trabajo. En Valladolid, hace casi 23 años, tuvimos ocasión de comprobarlo.

(Publicado en "Turia" de Valencia, julio de 2016).

Natalia de Molina: Nada más y nada menos que una actriz



Hay algo de salvaje, todavía sin explotar, en la mirada de Natalia de Molina. Hay también algo tierno, cálido, sensual, en sus ojos y en su actitud. Y, por si fuera poco, hay algo muy íntimo que se desliza fácilmente hacia las lágrimas, que en ocasiones vienen motivadas por su timidez y, en otras, por su impotencia para ser hasta el final esa mujer fuerte que desearía ser. Hay, en definitiva, nada más y nada menos que toda una actriz.

Por eso, quizá, cuando se le pregunta qué puede enlazar su Belén de Vivir es fácil con los ojos cerrados, su Rocío de Techo y comida, su Natalia de Kiki y su Gloria de Pozoamargo, diga que son todas “mujeres fuertes dentro de su fragilidad” o que, al menos, intentan llegar a serlo (¿igual que ella?). Personajes que no pueden ser más distintos entre sí, pero que confluyen en el rostro y el cuerpo de Natalia de Molina. Con especial carisma en el caso de Techo y comida, la película de Juan Miguel del Castillo, que narra la odisea cotidiana de una mujer joven que, con su hijo de ocho años, intenta sobrevivir sin apenas nada que llevarse a la boca. Su interpretación respira verdad e intensidad, asombra por su cercanía y fuerza, dentro de una espiral de dramatismo tan reconocible en estos momentos.

Recuerdo que, al término de un preestreno de Techo y comida en la Academia de Cine, le predije a Natalia de Molina que, con ese espléndido trabajo, ganaría el Goya a la Mejor Actriz. Se echó a reír, musitó una frase de conveniencia sobre que no lo creía, que “era muy muy difícil”, y acabó emocionándose cuando otros académicos se acercaron a ella para comentarle algo similar. No nos equivocábamos: no solo el Goya, sino casi todos los numerosos premios que se conceden cada temporada fueron a sus manos, algo especialmente valioso en un año como el pasado de poderosas interpretaciones femeninas. Lo que ahora viene a redundar el tan justo Halcón que se va a llevar en la gala de los Premios Turia.

No resultaba difícil adivinar cuál iba a ser su trayectoria después de que David Trueba la “descubriera” en Vivir es fácil con los ojos cerrados, en aquel papel de chica embarazada que escapaba del encierro al que le sometía su familia y se iba a con Javier Cámara a Almería en busca de un mítico John Lennon. Con ese personaje obtuvo ya Natalia de Molina el Goya a la Mejor Actriz Revelación en 2014 e incluso, tras un plazo de espera, rompió con la “maldición” de que a muchos de quienes lograban ese premio se les hacía luego difícil desarrollar una buena trayectoria. No ha sido ese su caso, como resulta fácil constatar en su todavía muy breve carrera.

Porque Natalia de Molina tiene tan solo 25 años y, perdón por el tópico, todo el futuro por delante. Desde muy pequeña, esta jienense, criada en Granada y trasladada luego a Málaga (es decir, andaluza por los cuatro costados), tuvo muy claro que quería ser actriz, igual que su hermana Celia, con la que ha compartido diversos proyectos y la comedia Cómo sobrevivir a una despedida. Admiradora confesa de Gena Rowlands –lo que no es tan habitual–, sobre todo por Una mujer bajo la influencia, y de Marilyn Monroe, cuya efigie lleva tatuada, siempre ha tenido un afán de superación y de marcarse retos por los que merece la pena luchar. Retos tan complicados como el de hacer creíble la doble parafilia (dendrofilia y harpaxofilia) de su personaje de Kiki, dotándole de ese fuerte erotismo que Natalia de Molina también dimana y demuestra asimismo en Pozoamargo.

“Creo que el cine también gana cuando se le da más espacio a las mujeres”, dijo en febrero al recoger su Goya, como muestra de que se siente cercana a reivindicaciones feministas. Aunque no es menos cierto que quiso terminar sus palabras de agradecimiento con la frase “¡Techo, comida y dignidad para todos!”, pero había consumido su tiempo y debió comunicarlo después a través de “twitter”.


En último término, Natalia de Molina significa lo opuesto a esas veinteañeras de series televisivas que tanto proliferan. Alguien que comienza su andadura en la adolescencia como la Adela de “La casa de Bernarda Alba” no podría ajustarse a tal modelo. Ella es, según escribiera Miguel Hernández y cantase Paco Ibáñez, una auténtica “jienense altiva”, como aquellos aceituneros…

Natalia de Molina, en "Techo y comida", de Juan Miguel del Castillo (2015)

(Publicado en el Extra dedicado a los Premios Turia por "Turia" de Valencia, julio de 2016). 

Mala racha


Un Rajoy indudablemente beodo en el balcón de la sede del PP


Les confieso que había pensado titular este artículo como “¡Felices terceras elecciones!”, pero los resultados del domingo pasado no parece que las vayan a hacer necesarias. No por lo que usted y yo hubiéramos querido, sino por esos 14 escaños de más que ha logrado el PP, capaz incluso de imponerse en la Comunidad Valenciana, con 75.000 votos adicionales que le hacen subir 4 puntos en su porcentaje global (35’4%) y le otorgan 13 parlamentarios, 2 más de los que tenían. La corrupción, está visto, no se traduce en el castigo de los ciudadanos, afirmación que vale para el Partido Popular en toda España. Ahora le queda al PSOE la “papeleta” de abstenerse u oponerse en la sesión de investidura de Rajoy, lo que sin duda va a provocar serios desgarros entre los socialistas.

No ha sido una buena semana, entre la victoria del “Brexit”, la ganancia del PP e incluso, poniéndose frívolos, la eliminación de España en la Eurocopa (aunque ello evite una confrontación con Alemania que habría coincidido con la Gala de los Premios Turia; de algo hay que alegrarse). Corren malos vientos por el mundo, de recelos, de miedos, de insolidaridad y nacionalismo obtuso, que nos pueden llevar por caminos muy lamentables. Solo falta que Donald Trump gane en Estados Unidos y Marine Le Pen en Francia para que este planeta se convierta en invivible. Más que nunca, urge una reactivación de la izquierda con la que mantener alguna esperanza.

Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Educación, Cultura y Deporte

Claro que, desde el Gobierno en funciones y elecciones aparte, ya se ha encontrado la solución mágica: la tapa. No es una broma, como muchos creyeron al conocer la noticia. Con todas las de la ley, el señor ministro de Educación, Cultura y Deporte, don Íñigo Méndez de Vigo, ha planteado oficialmente la consideración de la tapa como Patrimonio Cultural Inmaterial (?) Español como paso previo a solicitar a la Unesco su inclusión mundial como Patrimonio de la Humanidad. El argumento resulta contundente: “Si algo nos une a los españoles, es la tortilla de patatas, las croquetas, la ensaladilla rusa y las patatas bravas”, ha proclamado el ministro (insisto en que no es una broma; pueden comprobarlo en la página “web” del Ministerio, mecd.gob.es). Déjense ustedes de Constitución, de identidad como país, de historia o de cultura; en esta tierra de sol, playa, vacaciones y chiringuito, lo que importa es la barra del bar donde pueden encontrarse tales placeres. Asegura también Méndez de Vigo que “es necesario proteger la tapa para ponerla en valor”, como si fuera el medio ambiente o un espacio en peligro, utilizando además el galicismo “poner en valor”, lo que resulta impropio de todo un responsable de la educación (y, por tanto, del lenguaje) de los ciudadanos.


Así estamos, a la espera –seguramente infructuosa– de que lleguen tiempos mejores. Que nos hagan olvidar, al menos, días tan nefastos como estos últimos que hemos vivido, incluyendo el terrible atentado de Estambul.

(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2016).

La cultura no existe


Momento previo al Debate a Cuatro en la Academia de Televisión


Salvo una mención al IVA cultural dicha por Pedro Sánchez, dentro de la crítica a Mariano Rajoy por haber subido los impuestos, la palabra “cultura” no apareció nunca en las dos horas del debate del pasado lunes entre los cuatro candidatos a la Presidencia del Gobierno. Ya desde los diversos bloques que sus asesores habían pactado, se obviaba por completo el tema, aunque dentro de la situación social (la cultura es un derecho de los ciudadanos, no se olvide) podrían haberlo abordado, aunque fuese con brevedad dada la cantidad de cuestiones sobre el tapete. Pero ninguna de las cuatro formaciones políticas representadas en el panel pareció interesada, ni mínimamente, en abordar que la cultura debería ser un asunto digno de preocupación y soluciones en este país.

Pero ello ha sucedido no solo en ese debate televisivo, sino de la misma manera en cuantos mítines o actos celebran los candidatos. Excepto cuando se reúnen con los diversos sectores implicados y se llenan de bellas palabras para contentar a su audiencia, jamás se refieren a aspectos culturales. Y todo lo resumen en un par de ideas preconcebidas y que acaban significando poco: que hace falta un Pacto de Estado por la Cultura y que hay que empezar con la educación infantil para llegar a logros en el futuro. Ambas cosas son verdad, pero hay que definirlas, precisarlas y analizar los métodos para que puedan llevarse a cabo con unas ciertas garantías.

Tampoco busquen ustedes demasiado en los programas electorales, ya vengan en forma de tocho ilegible o de brillante catálogo. En esto, como en tantas otras cosas, la “vieja política” y la “nueva política” se dan la mano sin ningún pudor. ¿Significa que todo va sobre ruedas en este terreno o que no se cuenta con propuestas concretas para solventar nuestras evidentes carencias culturales? Me parece claro que lo segundo, pero se diría que a ningún político le afecta demasiado. Que el 40% de los españoles no lea ni un libro al año, que nuestro cine se halle en un momento especialmente difícil de supervivencia, que los museos se nutran sobre todo de jubilados (más bien, jubiladas) o de muestras “mediáticas” como la de El Bosco, que vayan desapareciendo locales teatrales de carácter alternativo u orquestas con pocos recursos, ¿y qué? ¿A quién le importa, lejos de un pequeño círculo que apenas procura votantes? Los artistas, que se las arreglen como puedan, que para eso son artistas, bohemios, arrogantes y zascandiles.


Y, sin embargo, se podría hacer tanto con bastante poco dinero, se notaría tan pronto un verdadero crecimiento cultural del país si se pusiera manos a la obra… Serían tan patentes los resultados que incluso traerían beneficios a quienes hoy ignoran la cultura. Esos mismos que pasaron olímpicamente de ella durante el debate sobre las elecciones del próximo día 26.

(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2016).

El cine en español


Ponencia presentada en el IV Seminario sobre la Industria Audiovisual, celebrado en Madrid, el 31 de mayo de 2016:

En el tema que abarca esta ponencia, el tópico establecido (que no quiere decir que no responda a la verdad) nos dice que casi 500 millones de personas hablan español, por lo que, en teoría, para nuestro cine estaría abierto un panorama espléndido, un enorme espectro de posibles espectadores.

"Ocho apellidos catalanes", en las listas de éxitos comerciales de España, México y Argentina

Pero, llevándolo a la realidad de los mercados cinematográficos, este dato hay que relativizarlo mucho. Porque esos mercados latinoamericanos en los que el cine español podría situarse en una situación de privilegio se hallan colonizados en un 90% por la producción norteamericana, unos 20 puntos por encima de lo que sucede en Europa, y resulta extremadamente difícil introducir obras que no provengan de los grandes Estudios de Hollywood. Es cierto que hay una cierta evolución en los últimos años, con comedias muy localistas que se sitúan a la cabeza de los éxitos: ahora mismo, en México el primer puesto corresponde a un film nacional como “¿Qué culpa tiene el niño?”, mientras que en Argentina el de mayor recaudación es la de “Me casé con un boludo”, cuya origen queda claro por su propio nombre. Incluso “8 apellidos catalanes” (titulada “Spanish Affair 2”) se halla entre las películas más taquilleras de ambos países en 2016, igual que lo estuvo en su momento “8 apellidos vascos”, conocida, como pueden deducir, con el título internacional de “Spanish Affair”.

Por otra parte, la progresiva realidad sociopolítica de naciones como Chile o Colombia e incluso la evolución de otro vector del posible consumo de nuestro cine, la de la población hispana de Estados Unidos hacia la clase media, marcan también para el futuro nuevas preferencias y exigencias culturales de las que puede beneficiarse la industria española. Son signos esperanzadores de que esa situación de colonialismo audiovisual norteamericano se vaya suavizando en las comunidades hispanohablantes y no se limite a excepciones como hasta ahora suponían los films de Almodóvar y poco más.

También influye algo que podría parecer secundario, pero no lo es: la cuestión de las diversas maneras de hablar el español, de los acentos propios de cada país. La base lingüística es la misma, pero el idioma hablado no es idéntico, y ello provoca que el español de España resulte envarado y artificioso en muchas comunidades latinoamericanas, lo que afecta al cine en una medida muy superior al de otras artes que no tienen los diálogos como una base fundamental. Para amplias capas de la población, no es lo mismo admirar una pintura, escuchar una música o incluso leer reposadamente un libro que ver una película con un lenguaje que les resulta en buena parte extraño.

 "Relatos salvajes", a la cabeza de las recaudaciones internacionales

Pero hay datos que resaltan como signos positivos. Por primera vez, en 2014 y según datos de FAPAE, Latinoamérica superó a Europa en la distribución de películas españolas, con un 45’8% del total frente al 37% europeo. Así, tras Italia, México fue el país extranjero que más films españoles exhibió (30), inmediatamente seguido por Colombia (25), Argentina (22) y algo más atrás Chile (16), lo que supuso un 35’5% de recaudación global. Por su parte, hay que pensar que, en estimaciones de EGEDA, las cinematografías latinoamericanas suponen actualmente el 11% de la producción mundial, con 727 millones de espectadores y una recaudación global de 3.600 millones de dólares, con títulos recientes de éxito como “Relatos salvajes”, “El clan”, “El club” o “El abrazo de la serpiente”, cifras que aseguran la extensión del idioma español, aunque ninguno de ellos sea de producción mayoritaria española o esté dirigida por un cineasta de nuestro país.

Un baremo decisivo para conocer la salud de las relaciones entre los cines iberoamericanos es el que viene determinado por la frecuencia de coproducciones. Terreno en el que ha jugado un papel decisivo el Programa Ibermedia, creado por iniciativa y empuje de José María Otero y de cuya situación y problemas actuales van a hablar otras personas con mayores y mejores conocimientos que yo.

Analizando los diez últimos años con los datos oficiales del ICAA, hubo un hecho inédito en 2007: por vez primera, las coproducciones entre el cine español y el latinoamericano superaron a las realizadas con países europeos, con 31 frente a 27, cuando hasta entonces las cifras eran a la inversa. Se repitió el fenómeno en 2008 (18 frente a 14), 2011 (24 frente a 23), 2012 (29 frente a 24) y 2013 (29 frente a 25). Para decaer bruscamente en 2014, con solo 16 coproducciones con Latinoamérica, cuatro menos que con Europa. Tendencia que parece haber mejorado el pasado año, con 25 para un total de 54 coproducciones con 25 países distintos (8 con Argentina), de acuerdo con las cifras ofrecidas por el Anuario del Cine Español 2015, elaborado por MRC y Barlovento Comunicación.

Ese preocupante declive (en el que, aparte de la crisis económica ha tenido mucho que ver la casi imposibilidad de coproducciones minoritarias con Latinoamérica a raíz de la Orden Ministerial de octubre de 2009) fue analizado el pasado mes de febrero en el primero de los Encuentros Informativos Audiovisuales Iberoamericanos, organizado por la Casa de América y EGEDA. Cabe percibir dicha preocupación en el resumen de las palabras del cineasta uruguayo Álvaro Brechner, quien se mostró especialmente inquieto por las coproducciones entre España y los países latinoamericanos, que cada vez pierden más fuerza. Lamentó que España no forme parte del auge que está experimentando la industria cinematográfica del subcontinente: "Hace diez años producir en Latinoamérica era sinónimo ineludible de coproducir con España. En los últimos años eso se ha ido enflaqueciendo. España ha perdido el liderazgo por distintas razones, la crisis económica, la falta de recursos... Europa (otros países del Viejo Continente) se han acercado a la industria iberoamericana. Para los latinoamericanos, es ahora más fácil coproducir con otros países de Europa y con los países vecinos".

En este sentido, cabe resaltar que, mientras España decrece en su colaboración, se da una cada vez mayor frecuencia con la que productoras francesas, alemanas, italianas o belgas coproducen con sus homólogas latinoamericanas. O también, por ejemplo, se enmarcan en ello los acuerdos iniciados por Chile con distintos países europeos, incluso Croacia, en el reciente Festival de Cannes.


Una última parte de mi intervención quiere abordar, en una suerte de Decálogo, diez medidas susceptibles de estrechar esa relación entre el cine español y el latinoamericano, basada en el idioma común. Las expondré en plan telegráfico y, si lo desean, podemos ampliarlas en el debate:

      * Potenciar y reforzar en todos los sentidos, especialmente el económico, el Programa Ibermedia.

   * Otro tanto, en el aspecto legislativo y de política conjunta, dinamizar al máximo la CAACI (Conferencia de Autoridades Audiovisuales y Cinematográficas de Iberoamérica).

  * Es cierto que la creación de un Mercado Común Iberoamericano del Audiovisual sigue suponiendo una utopía, pero hay que luchar por ella como si fuera realizable.

 Volver a la política que, respecto a Latinoamérica, tuvo en tiempos Televisión Española, casi abandonada actualmente.

      * Intercambio continuo de profesionales de uno y otro lado del Atlántico mediante simposios, conferencias o debates. E incluso con profesionales ejerciendo labores didácticas, como sucede con numerosos españoles en la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba.

 * También intercambio entre estudiantes en formación. Si se crea definitivamente un Erasmus iberoamericano, sería la ocasión de que estudiantes de las Escuelas de Cine de los diversos países hicieran cursos en las de otros países.

      *  Incremento sustancial de la promoción del cine español en Latinoamérica. Fundamentalmente, a través de un organismo mixto público-privado que, a la manera de Unifrance, difundiera el cine español en todo el continente. Ese Organismo, previsto por la Ley del Cine del 2007 en su Artículo 37, pero nunca creado, serviría como imprescindible plataforma de lanzamiento de nuestra cinematografía.

      * Unido a dicho Organismo, creación de oficinas del cine español en Buenos Aires, México D.F., Bogotá y Santiago de Chile.

      * Celebración de Semanas o Muestras representativas del cine español de cada temporada, alternativamente en cada una de esas ciudades. Cabría incluir especialmente las películas seleccionadas en los Premios Goya, Forqué y Platino, plataforma esta última ideada para todo el ámbito iberoamericano pero que debería adelantar notablemente su cita anual.

 Finalmente, recuperar el funcionamiento de la Filmoteca de la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), que tan excelentes servicios rindió a las Embajadas españolas en Latinoamérica (y a los Institutos Cervantes fuera de ella), sobre todo en la etapa en que fue dirigida por Lola Millás, su fundadora.


¿Habrá voluntad política y medios económicos para todo ello o, al menos, una parte de estas iniciativas? Esa es la verdadera cuestión de fondo que, más temprano que tarde, habrá que abordar.


Muchas gracias por su atención.

La ley del mercado


"Kiki", de Paco León

Un hecho insólito tuvo lugar en la primera semana del pasado mes de abril: una película española distribuida por una firma independiente se situaba en lo más alto del “ranking” de recaudaciones. Me refiero a Kiki, de Paco León, que entraba como segunda de las más taquilleras (solo superada por Batman v. Superman), con un promedio de 4.664 euros por cada una de sus 283 copias, superando los 200.000 espectadores y con una recaudación de 1.320.000 euros en su semana inicial. Pero lo insólito no está en esas cifras, que diversos films españoles vienen frecuentando, sino que las haya logrado comercializada por una distribuidora independiente, Vértigo Films, también coproductora de Kiki. Se rompe así el mito de que solo el cine español apoyado en una multinacional es capaz de obtener los mejores resultados, demostrándose que también una compañía independiente puede lograrlos, siempre que cuente con títulos y medios adecuados para ello.

No es lo habitual, por desgracia. Las películas españolas más potentes desde el punto de vista comercial suelen estar distribuidas por las “Majors” norteamericanas: Warner, Fox, Universal, Sony, Paramount y Disney, a través de sus filiales hispanas. Se trata de un fenómeno bastante peculiar de nuestro país, que se ha incrementado en los últimos años. Los productores confían en ellas porque tienen más peso e influencia sobre los circuitos de exhibición, a los que aplican mayores porcentajes sobre la recaudación obtenida en salas (una media del 50%, frente al 42 o 43% que suelen obtener las distribuidoras independientes), y sus adelantos sobre copias y publicidad acostumbran a ser más sustanciosos. También se da esta circunstancia por una especie de inercia, derivada de la creencia de que siempre será mejor estar respaldado por una compañía grande que por otra pequeña, cuya relativa potencia crea desconfianza.

Son las “Majors”, por tanto, las que distribuyen los títulos de mayor relieve comercial de nuestro cine, lo que significa contribuir a la existencia y mantenimiento de un mercado tan sumamente colonizado como el español. Lo demuestra el listado de las veinte películas nacionales más taquilleras de 2015: 0cho apellidos catalanes, Palmeras en la nieve, El Niño, Atrapa la bandera, Torrente 5, Perdiendo el norte, Exodus: Dioses y Reyes, Regresión, Ahora o nunca, La isla mínima, Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, Relatos salvajes, Truman, El desconocido, Anacleto, agente secreto, Mi gran noche, El club de los incomprendidos, Un día perfecto, Extinction y Carmina y amén, comprendiendo un arco de espectadores que va desde los 5.762.693 de la primera hasta los 387.061 de la última citada, están todas ellas distribuidas por multinacionales excepto Truman en el decimotercer puesto, El club de los incomprendidos en el decimoséptimo y Carmina y amén en el vigésimo. A partir de ahí, entran ya con mucha frecuencia las distribuidoras independientes, cuyo “reparto del pastel” resulta claramente desigual.

¿Causa o efecto? ¿Las películas españolas logran importantes resultados por estar distribuidas por “Majors”, con todo lo que significa de poder de promoción, o los independientes han de “conformarse” con lo que aquellas no quieren y tienen, por tanto, menores réditos? El ejemplo de Kiki desmontaría –insisto– lo primero, pero la verdad es que hasta ahora se trata de una excepción que “pone a prueba” la regla. Y que no parece que vaya a variar en bastante tiempo si los productores no se arriesgan a intentarlo.

"La Academia de las Musas", de José Luis Guerin

Lo realmente grave es que muchas películas españolas quedan cada año sin distribuir de una u otra forma (sobre todo, a partir de la muy dañina desaparición de Alta Films en 2013), conducidas a una “tierra de nadie” que casi las hace invisibles. De ahí que se vean abocadas a empresas mínimas, donde algunos “hombres-orquesta” intentan hacer de todo, casi siempre con escasísimos resultados en salas también mínimas; o que algunos productores-directores hayan optado por tratar directamente con los exhibidores, caso de Jonás Trueba con Los ilusos, José Luis Guerin con La Academia de las Musas o de numerosos documentales.

La vía de salida suele ser entonces la de los circuitos alternativos que se han ido conformando a base de salas de propiedad ciudadana como las integradas en la red CineArte, o lugares especiales como la Cineteca de Matadero o la Sala Berlanga, en Madrid. Circuitos que pueden y deben tener su importancia, sobre todo cultural, pero cuyos resultados económicos son hasta ahora insuficientes a la hora de amortizar una película, por escaso que sea su presupuesto. Sin que tampoco las ediciones en DVD o el Video on Demand (VOD) a través de internet, determinen hoy beneficios contables para ninguna de las modalidades de comercialización de nuestro cine.

Piénsese que si unas veinte películas españolas son distribuidas anualmente por las “Majors” y otras tantas por las independientes, falta un enorme trecho para albergar a gran parte de cuantas se hacen. Es cierto que, con el nuevo sistema de Ayudas estatales, el volumen de producción va a reducirse notablemente; quizá quede en solo la mitad del centenar y medio de largometrajes que se estaban realizando. Pero aun así, el “gap” resulta espectacular. El problema es que las cuentas no les salen a los distribuidores independientes: para que una película española tenga “cara y ojos”, se precisa una inversión de entre 100.000 y 300.000 euros con una modesta cantidad de 40 copias (o, en la actualidad, DCPs) y una cierta promoción publicitaria. Dado que al distribuidor le llega aproximadamente la tercera parte de los ingresos de taquilla, y estableciendo el precio medio de la entrada en torno a 6 euros, para un pequeño beneficio necesitaría tener de 50.000 a 150.000 espectadores, lo que no consiguen demasiados títulos nacionales. A lo que se suma el tremendo impacto del IVA del 21% sobre las recaudaciones obtenidas. Por ello, las Ayudas públicas a la Distribución independiente se convierten en un salvavidas imprescindible.

Logotipo del circuito Cinesa, recientemente adquirido por el grupo chino Wanda

Ese IVA brutal afecta igualmente a los circuitos de exhibición. Tres son los mayores y más poderosos de España: Cinesa (comprado por el grupo chino Wanda a la compañía británica de capital riesgo Terra Firma), Yelmo (adquirido en julio de 2015 por la mexicana Cinépolis) y Kinépolis (de capital belga), además de otros de ámbito autonómico como Cinesur en Andalucía, propiedad de la francesa MK2, u Ocine y ACEC en Cataluña; o de carácter especializado en producción independiente, sobre todo europea, y en versión original, tipo Golem, Renoir, Verdi, Van Dyck o Manhattan. Entre todos, componen un plantel de unas 3.700 pantallas que, aunque se va reduciendo de forma progresiva, sigue considerándose excesivo para el volumen de público existente.

Lo primero que hay que decir es que este sector de la exhibición ha experimentado una profunda transformación durante estos últimos años a consecuencia de la digitalización de las salas. Y lo ha cargado sobre sus espaldas, sin recursos públicos, estatales o autonómicos, que lo apoyaran. Pese a que la Ley del Cine de 2007 marcase el camino mediante convenios entre el ICAA y las Comunidades Autónomas (a las que están transferidas las competencias sobre la exhibición, lo que se suele olvidar), apenas se ha llegado a concretar esta colaboración, y los circuitos o los locales individuales han tenido que asumir los costes del cambio hacia el digital. Pero, eso sí, con la decisiva participación de los distribuidores a través del llamado Virtual Print Fee (VPF), quienes deben pagar una cantidad media de 650 euros en cada ocasión, por lo que –contra lo que se cree– apenas les ha supuesto ahorro respecto a gastos en copias y en su transporte.

También en este caso “el pez gordo se come al chico”, porque las grandes redes de exhibición les hacen difícil la vida a las salas independientes. Igual que en el terreno de la distribución, es “la lógica del capitalismo”, se dirá, pero en una economía social de mercado como asegura ser la española, deberían existir mecanismos correctivos. De cualquier forma, la mayoría de las opiniones coincide en que hoy no existen problemas para estrenar cine español en las salas, dado el volumen de pantallas antes citado. Otra cosa es que se pueda hacer en las más apetecibles, sobre todo en las situadas en el centro de las ciudades, o en los mejores horarios, que suelen desaparecer sobre todo a partir de la segunda semana de exhibición, cuando tantas películas quedan reducidas a uno o dos pases, no precisamente los de mayor tirón para el público. Pero el actual “cuello de botella” al que se enfrentan nuestras películas se halla más en la distribución que en la exhibición, por paradójico que pueda parecer.

La verdad es, frente a lo mucho que se está debatiendo estas semanas en Francia sobre la diversidad cultural en términos cinematográficos, amenazada por la creciente invasión de los “blockbusters” de las multinacionales y el gran capital, aquí parece que nos conformamos con el “statu quo”. Y no debería ser así por los siglos de los siglos.

(Publicado en la revista especializada "Caimán" nº 100, mayo de 2016).


Las secciones paralelas de Cannes


Ya dije, en la primera de mis crónicas sobre el Festival, que Cannes era como un Espíritu Santo multiplicado: uno en esencia, pero muchos en persona. El problema nace de que, al igual que en la mayoría de los certámenes actuales, resulta imposible abarcarlo no ya todo, sino una proporción satisfactoria de cuanto uno querría ver. Si a los 21 largometrajes en competición, sumamos los 6 fuera de concurso, los 8 de sesiones especiales, los 3 de pases de medianoche y los 18 de la sección paralela Un Certain Regard (englobado todo ello bajo la etiqueta de Selección Oficial), se entenderá fácilmente que quede poco tiempo para los también 18 de la Quincena de Realizadores y los 7 de la Semana de la Crítica. Y ya no hablo de otros apartados como Cannes Classics, CinéFondation, Cinéma de la Plage o las diversas muestras de cortometrajes. Un monstruo, una verdadera locura.

"Divines", de Houda Benyamina, Cámara de Oro

Pero sí merece la pena dejar constancia de algunos títulos que, por un motivo u otro, han llamado especialmente la atención dentro de esas secciones paralelas. Por ejemplo, en una Quincena de Realizadores cuyo nivel de programación ha sido denostado por sus habituales, dos películas al menos merecen reseñarse: Fai bei sogni, un muy valioso trabajo del “clásico” Marco Bellocchio sobre el trauma no resuelto de un periodista que perdió a su madre en circunstancias extrañas cuando solo contaba 9 años, film que merecía de sobra haber estado en la Competición Oficial; y Neruda, donde Pablo Larraín entra en la vida del gran poeta chileno durante la persecución política que sufrió en 1948, narrándola desde la perspectiva del policía (imaginario) que le siguió los pasos, con un enfoque original y nada hagiográfico. A esta sección pertenecía Divines, de Houda Benyamina, que obtuvo la Cámara de Oro a la mejor “opera prima” de todo el Festival.

"El día más feliz en la vida de Olli Mäki", de Juho Kousmanen, Premio Un Certain Regard


Aparte de la Semana de la Crítica, con su galardón para Mimosas, de Oliver Laxe, Un Certain Regard mantuvo una calidad media, sin grandes sorpresas pero tampoco decepciones absolutas, aunque Hirokazu Kore-eda no llegase en Después de la tempestad al tan excelente nivel que había mostrado en sus precedentes Nuestra hermana pequeña y De tal padre, tal hijo. Por encima de otros títulos destacados como el film de animación La tortue rouge (Premio Especial), la egipcia Clash o la francesa La danseuse, venció en este apartado la solo simpática en su pequeñez El día más feliz en la vida de Olli Mäki, del finlandés Juho Kuosmanen, mientras la crítica internacional se inclinaba por la rumana Perros, de Bogdan Mirica, cuya tensión creciente se contradice con su monotonía narrativa. Pero el mayor éxito de público de Un Certain Regard vino de la mano de Captain Fantastic, de Matt Ross (Premio a la Mejor Dirección) y con Viggo Mortensen de gran protagonista, película con un atractivo indudable cara a la taquilla. Nos vemos en Cannes 2017.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2016).