Se cumplieron los pronósticos


Raúl Arévalo, autor de "Tarde para la ira", que obtuvo el Goya a la Mejor Película

Tras la estela de los Premios Forqué, los Feroz y los del CEC, no supuso ninguna gran sorpresa que Tarde para la ira lograra el Goya a la Mejor Película. Su máxima rival era Un monstruo viene a verme, que le ganó en número de estatuillas (9 frente a 4), pero no en el galardón principal. Las otras tres películas del quinteto de nominadas, El hombre de las mil caras, Julieta y Que Dios nos perdone, quedaron claramente atrás, con tan solo dos o un Goyas. Aunque no siempre ha pasado que, al menos, ese quinteto protagonista se lleve a casa algún premio, como ha sucedido en esta ocasión.

A lo largo de los 31 años de historia del palmarés de la Academia, únicamente tres “óperas primas” habían llegado antes a su cima: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Tesis y El Bola. Viene a sumarse ahora con toda justicia Tarde para la ira, donde Raúl Arévalo se sitúa por primera vez detrás de la cámara para narrar una fuerte historia de venganza, un potente drama sobre la necesidad de resolver a cualquier precio un pasado que continúa percutiendo en la memoria. Ha sido, sin duda, el “film revelación” del año en el cine español, y considero adecuado que así lo hayan reconocido los académicos. Se trataba de un proyecto arriesgado (que Telecinco rechazó y en el que TVE entró a última hora), con las características típicas de una producción independiente, tan difícil de poner en pie actualmente. El tiempo dirá si el lugar común de que lo realmente difícil es la segunda película se cumple o no en el caso de Arévalo.

Emma Suárez, doblemente galardonada como Mejor Actriz Protagonista y de Reparto

La otra gran triunfadora en la noche del 4 de febrero fue Emma Suárez, doblemente galardonada con el Goya a la Mejor Actriz Protagonista y de Reparto por Julieta y La propera pell, respectivamente. Algo que solo había logrado Verónica Forqué en la ya muy lejana edición de 1988 por La vida alegre y Moros y cristianos. Se encuentra Emma Suárez en el momento más fructífero de su larga carrera, después de unos años de mayor dedicación al teatro ante la ausencia de buenos papeles para la pantalla. Ese doble reconocimiento le llegaba a la vez que otra importante actriz, Ana Belén, recibía el Goya de Honor como homenaje a su espléndida trayectoria.


En el transcurso de una Gala elegante, discreta y eficaz, no hubo quizá momentos especialmente memorables, aunque sí tres reivindicaciones básicas: en favor de una mayor presencia femenina en nuestro cine, de paliar la situación de actrices y actores, entre los que –según la encuesta realizada por AISGE, la entidad de gestión que cuida de sus derechos laborales– únicamente el 8% vive de su profesión, y en dejar bien claro ante la opinión pública el dato fundamental de que el cine aporta hoy económicamente al Estado bastante más que lo que este revierte en él.

(Publicado en "Turia" de Valencia, febrero de 2017).

Un necesario Pacto de Estado


Todo el mundo quiere un Pacto de Estado: para la educación, para la sanidad, para la energía, para la regulación laboral… También para el cine español sería necesario y deseable, con el fin de darle una estabilidad y una seguridad de funcionamiento con las que ahora no cuenta. Depender de la mejor o peor voluntad del Gobierno de turno, e incluso a veces de filias o fobias personales, no es la manera idónea de consolidar una cinematografía.

La idea de que nuestro cine sea entendido como una “cuestión de Estado” por su relevancia cultural, industrial, patrimonial y de presencia exterior, no es precisamente nueva. Yo mismo la he expresado en estas páginas de Turia en diversas ocasiones o en otros medios, como en el diario “El Mundo” de diciembre de 2009, todavía con el PSOE en el poder, o en la revista de la Academia en 2012, ya con el PP. Ni tampoco es una idea extemporánea o alejada del entorno europeo: aunque sin un texto escrito, en Francia –por ejemplo– viene practicándose desde después de la II Guerra Mundial, y no parece que les vaya nada mal esta continuidad de una política cinematográfica, y de toda la cultura, al margen de que el Gobierno sea detentado por partidos de uno u otro signo.

¿Tan difícil sería llegar a una docena de puntos que “protegieran” al cine español de las inclemencias políticas? En un país donde se han acordado Pactos fundamentales como los de La Moncloa o el de Ajuria Enea, ¿tan complicado resulta establecer unas bases sólidas que todos puedan aceptar y, a partir de las cuales, desarrollar una serie de disposiciones legislativas y no legislativas que sirvan para hacer el camino más fácil y continuado para nuestro cine? Quizá solo falte saber, diciéndolo en plan coloquial, quién “le pone el cascabel al gato”, quién propone una iniciativa que debería tener una sencilla ejecución si es que existiera la imprescindible voluntad política.


También esa consideración de “cuestión de Estado” y el Pacto generado a partir de ella servirían para mejorar la imagen que los ciudadanos tienen de su cine, hoy sometida tantas veces a cuestiones ideológicas que parecen irreductibles, con un importante porcentaje de la población que lo detesta sin mayores argumentos. La cultura y la industria necesitan de un cierto consenso para poder desarrollarse en libertad creativa, con respaldo económico público y disponiendo de seguridad jurídica para sus empeños. Saber que se tiene detrás a todo el espectro político, que –con su lógica diversidad– los partidos pudieran ponerse de acuerdo en un documento claro, concreto y específico, solo habría de traer beneficios a nuestro cine, logrando algo que nunca antes se ha conseguido. Ahora puede ser el momento adecuado, precisamente por la necesidad de pactar a la que obliga la actual composición del Parlamento.

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2017).

Aumentan los espectadores



Las cifras de 2016 lo dicen: en los países occidentales, ha crecido la asistencia de espectadores a las salas cinematográficas. También en España, con más de 100 millones de entradas vendidas y una recaudación en torno a los 600 millones de euros en el pasado año, lo que significa un incremento de público del 6%. Otro tanto en Francia, con 213 millones de espectadores, o en Estados Unidos, con una recaudación cercana a los 10.800 millones de euros, que –asegura “Variety”– es la más alta de la historia, aunque para la justa estimación de esta cantidad haya que tener en cuenta el progresivo aumento del precio de las localidades.

¿Por qué la gente va ahora más al cine? Es una cuestión que precisaría de un análisis sociológico detallado, que no cabe en estas líneas. Me limitaré a apuntar algunas de sus causas: en primer término, una cierta superación de la crisis económica por parte de las capas de la sociedad con mayor poder adquisitivo. También, el dinamismo mostrado por el sector de la exhibición, que ha inventado fórmulas (mejoría de las salas, buena proyección digital, iniciativas como la Fiesta del Cine) para atraer de nuevo a los espectadores, situando la mayoría de esas salas en centros comerciales en el extrarradio de las grandes ciudades, y saliendo así de un núcleo urbano muy hostil por la presión inmobiliaria. Otro factor estribaría en las numerosas actividades cívicas destinadas a popularizar el cine, a través de festivales, muestras o exposiciones que, aunque sean pequeñas una a una, acaban por crear un clima favorable al hecho fílmico. Finalmente, y contra lo que suele decirse, que el cine es un espectáculo barato, incluso para ir en grupo, como lo demuestra que en España el precio medio de la entrada se sitúe en 6 euros.

De esta “resurrección” de las salas, nuestro cine no se aprovecha demasiado, con una cuota de mercado del 18%, lejos del “récord” del 25’5% de 2014, cuando el extraordinario éxito de Ocho apellidos vascos. Cuota que viene determinada por los 18 millones de espectadores que acudieron a ver películas españolas, 4’5 de los cuales corresponden a un solo título, Un monstruo viene a verme, “campeón” de toda la taquilla en su conjunto. Otros films nacionales que superaron el millón de asistentes fueron Palmeras en la nieve, Villaviciosa de al lado, Cien años de perdón, Cuerpo de élite y Kiki. Por comparación, en Francia han sido tres veces más, 18, las películas de su país que han superado tal barrera millonaria, lo que ha generado una cuota de mercado del 35%, tampoco tan brillante como la superior al 50% que alcanzaron hace no demasiados años.

A quienes profetizaban el fin de las salas de cine, 2016 ha venido a darles un rotundo desmentido. Es lo que sucede cuando se juega con excesiva frivolidad al apocalipsis.


(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2017).