Aquel mítico Festival



Cartel de la Exposición dedicada al Festival de Benalmádena


Dentro de las actividades de su 22 Festival de Cine en Español, Málaga ha rendido homenaje a un certamen que le precedió, no en la misma capital sino en una localidad cercana: Benalmádena. Porque fue allí donde hace 50 años, en 1969, se creó un Festival que alcanzó una dimensión mítica entre los jóvenes cinéfilos del momento. Y lo logró gracias a la dirección de Julio Diamante, que estuvo al frente de él durante 18 años y que le dotó de una personalidad específica y muy relevante en el ámbito de una cultura de oposición antifranquista. Por ello, con toda justicia, la celebración de ese medio siglo se ha convertido también en un amplio reconocimiento a la labor que, contra viento y marea, Diamante desplegó durante aquellos años.

Hay que subrayar que la Semana de Cine de Autor de Benalmádena fue, en tiempos de penurias de todo tipo, el certamen más influyente de cuantos se organizaban en España. De hecho, constituía una especie de alternativa “de izquierdas” al Festival de San Sebastián de entonces, marcado por el oficialismo y la propaganda del Régimen en el campo del cine. Esa distinta y positiva significación la lograría, muy esforzadamente y con escaso presupuesto, tanto por su arriesgado esquema de programación como por la espléndida pléyade de cineastas y películas que aportó a nuestro país, y, sobre todo, por la valentía de afrontar los múltiples y casi insuperables obstáculos que se le ponían desde las instancias gubernativas y censoriales.
Julio Diamante, en un acto del Festival

De la experiencia de Benalmádena aprendimos mucho los que asistimos a él y, temprano o tarde, nos dedicamos a un trabajo similar, en mi caso en Valladolid. Quizá pueda quedar como símbolo de su victoria cultural que la muerte de Franco se produjo durante el Festival de 1975, con la estricta obligación de parar todas las actividades durante los tres días de luto oficial. Como si un sinfín de imágenes reprimidas por el poder actuara sobre la Historia, el fin del dictador fue algo así como la insólita “sesión especial” de un certamen que Julio Diamante definiese, con pleno acierto, como “una plataforma para la libertad de expresión”.

Y ya que, sin que sirva de precedente, hablamos de Franco, sabemos ahora que entre 1946 y 1975 le proyectaron en el Palacio del Pardo casi dos mil películas (465 españolas y 1514 extranjeras, norteamericanas en su mayoría, además de los No-Dos de turno), en sesiones a las que invitaba a menudo a familiares y jerarcas del Régimen. Así lo revela el reciente libro “Las películas que vio Franco”, de José María Caparrós y Magí Crusells (Ediciones Cátedra), quienes aportan como novedad documental los programitas que se editaban para la ocasión, conservados en el Archivo General del Palacio Real. También Hitler, Mussolini o Stalin fueron grandes aficionados, y es que el ser cinéfilo no acredita “per se” nada necesariamente bueno…

(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2019).

Se reúnen las Filmotecas




Ha sido la Filmoteca de la Región de Murcia la que, con motivo de su decimoquinto aniversario, se responsabilizase de la organización del III Encuentro de Filmotecas, donde se reunían los quince centros de este carácter existentes en España. Una iniciativa excelente y, sobre todo, útil porque pone en contacto cuanto se está haciendo en ellos y a quienes lo llevan a cabo, dentro del objetivo común de preservar, recuperar y difundir el patrimonio cinematográfico de nuestro país. Una tarea quizá todavía no suficientemente conocida ni estimada por el conjunto de la sociedad, pero de la máxima importancia cultural.

Por ello, hay que subrayar la relevancia de que, durante las dos intensas jornadas del 25 y 26 de febrero, se hablara en Murcia de variados e importantes temas: la adecuación de los archivos fílmicos a los tiempos de la digitalización, los métodos idóneos de catalogación, la conservación de productos alternativos como el cine familiar y de pequeño formato, la manera en que la legislación podría apoyar eficazmente al patrimonio audiovisual, el incremento de las actuales relaciones entre las Filmotecas y las distribuidoras…, además de incidir en posibles nuevos terrenos de colaboración entre cinematecas y diversas muestras de recuperaciones y restauraciones efectuadas por ellas en los últimos meses. Un programa amplio, bien estructurado y que desarrollaron con precisión (hasta donde el tiempo lo permitía) los numerosos representantes de los quince centros antes mencionados, comenzando por Filmoteca Española y con una también amplia presencia de la Valenciana.

Podría pensarse que se trata de asuntos muy especializados que solo afectan a los técnicos que se encargan de ellos. Sería un grave error, igual que si se refiriera a la literatura, la pintura o la música. La sociedad, en su conjunto, debe implicarse en que aquello que se ha creado en imágenes desde que el cine llegara a España en 1896 se conserve, se estudie y se muestre lo máximo posible, partiendo de la base de que ya mucho ha desaparecido por el camino, sobre todo de nuestro cine mudo. Hay que esforzarse entre todos para respaldar la labor de unos profesionales que, más allá de desempeñar un puesto de trabajo, siempre me han parecido –y también en Murcia– auténticos vocacionales de su labor, luchando habitualmente con escasos recursos económicos para intentar llevarla a cabo de manera idónea. Y que hoy se plantean con seriedad y eficacia cómo abordar los actuales desafíos en dominios tecnológicos, de derechos de autor, normativas comunitarias o relaciones con los espectadores.

Fachada de la Filmoteca de la Región de Murcia

Lógicamente, el III Encuentro de Filmotecas no ha dado respuesta a todo ello. Pero ha servido para ponerlo encima de la mesa, para saber cómo abordar una serie de cuestiones que en Murcia han vislumbrado su cauce.

(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2019).

En recuerdo de Stanley Donen


El gran Stanley Donen, fallecido el pasado 21 de febrero, visitó el Festival de Valladolid de 1989 con motivo del Homenaje que el certamen le dedicaba, compuesto por una íntegra revisión de su filmografía y la edición de un libro, el primero publicado en España y escrito por Juan Carlos Frugone. Momentos antes de salir al escenario del Teatro Calderón, donde dejaría la imagen de unos pasos de baile que entusiasmaron al público, quisimos guardar para el futuro el recuerdo de una foto con él. Así, en torno a Donen, nos situamos (de izquierda a derecha) Cristina Konyay, jefa de Relaciones Públicas; Eduardo Rodríguez Merchán, exjefe de Prensa; Marina Saura, presentadora del Homenaje; Victoria Fernández, Secretaria General y, delante, el citado Juan Carlos Frugone, adjunto a la Dirección; Fernando Lara, Director, y Juan Antonio Pérez Millán, responsable de las ediciones del Festival.

Sirva esta fotografía, realizada por Agustín Cacho, para honrar la memoria de un inolvidable maestro del cine. 

Esa mirada tan especial




Tenía Orson Welles unos ojos que penetraban, una mirada profunda que llegaba hasta lo más hondo de su interlocutor. Nadie podía quedar indiferente ante un escrutinio que en ocasiones era amenazador, displicente en otras, burlón muchas veces. Poseía el genial cineasta esa capacidad de deslumbrar, de interrogar, de desnudar al personaje que tenía delante. Vuelve a comprobarse en el documental La mirada de Orson Welles (The Eyes of Orson Welles), donde otro autor que ha hecho de la mirada su santo y seña, el irlandés Mark Cousins, profundiza en la muy especial del autor de Ciudadano Kane, tan especial que transformó la historia de todo un arte.

Sostiene Cousins, a quien se debe aquella monumental Historia del Cine: Una odisea (2011), compuesta de 15 capítulos de una hora emitidos por televisión, que “es mirar lo que hace que valga la pena estar vivo”, principio que desarrollaría ampliamente en su libro “Historia y arte de la mirada”. Era lógico, por tanto, que se sintiera atraído por Welles desde que, de adolescente, le fascinase Sed de mal, porque en pocos casos como el suyo esa mirada creativa ha sido tan poderosa y significativa. Creatividad de la que, además de en el cine, la radio, el teatro o la televisión, también quedaría constancia en dibujos, bocetos y pinturas, muchas veces inspiradores de imágenes concretas de sus películas.

Y esta es la principal aportación de La mirada de Orson Welles: plantear y demostrar al espectador la novedosa idea de hasta qué punto esas obras gráficas se hallan “detrás”, respecto a planificación, escenografía o vestuario, de cuanto vemos en la pantalla. Beatrice, una de las hijas del cineasta, dio a conocer a Cousins un centenar de esas obras que ella guardaba y, a partir de ese tesoro, compuso su documental, complementado por la larga carta que él le dirige al maestro o, en una de sus partes, como si fuera el propio Welles quien se expresase en voz alta. De lo que se deduce que no es tanto un recorrido por su vida, ni tampoco una profundización en sus temas predilectos (aunque ambos aspectos también quedan reflejados, con especial énfasis en su pasión por Shakespeare y Don Quijote), sino que The Eyes of Orson Welles constituye una especie de ensayo fílmico cuyo objetivo fundamental es el ya mencionado de “descubrir” una faceta suya prácticamente ignorada.


Pese a un tono demasiado personalista y retórico por parte de Mark Cousins y de ciertas repeticiones evitables a lo largo de sus 115 minutos, bien merece la pena conocer este trabajo. La mirada de Orson Welles se presentó en la sección Cannes Classics del pasado año y ha recorrido diversos Festivales antes de que, distribuido por A Contracorriente, se presente comercialmente en España sobre el mes de mayo. Apúntenlo para entonces en su agenda.

(Publicado en "Turia" de Valencia, febrero de 2019).