Vidas de ficción



Un Festival de cine es una reunión aleatoria de películas que coinciden en un determinado espacio y un determinado momento. Nada más las agrupa, a no ser que se trate de un certamen especializado en un género narrativo, por ejemplo, o en una zona geográfica. Pero si hablamos de una muestra abierta, generalista, solo se debe a la coincidencia el que esas películas se hallen al lado unas de otras. Razones de producción, fechas en que se terminan, confianza en un Festival u otro, criterios de sus seleccionadores…, nada hay en principio que las amalgame mínimamente. Y, sin embargo, se puede llegar a ciertas conclusiones sobre lo que vemos en tan solo unos días, como sucede con lo que acabamos de contemplar en Cannes.


No voy a abordar cuestiones industriales, de financiación o de todo aquello que el cine posee de estructura económica. Sino a lo que “se respira” bajo las imágenes, a aquellos pensamientos y sensaciones que cabe extraer de cuanto nos muestran, a un cierto panorama de la sociedad contemporánea. En este sentido, las películas –incluso las más anodinas en apariencia– son siempre enormemente reveladoras, porque sacan a la luz preocupaciones y anhelos que “circulan” por nuestro mundo. De manera consciente o inconsciente, esos films resultan ser testimonios fidedignos de lo que nos inquieta, agrede u obsesiona.

Quizá la principal fuente de tal malestar sea, en estos momentos, el conflicto entre la vida real y la ficción que se asume para evitar la presión ejercida por aquella. No se puede vivir impunemente una ficción, sería la frase que resumiera tal problemática; y numerosas películas de Cannes así lo han señalado, lo que revela una perturbación íntima que se extiende a diversas capas de la sociedad. El patente desequilibrio e insatisfacción de muchos de los habitantes del mundo desarrollado no encuentra tampoco su solución en las ficciones que inventa para evitarlos, y ya se sabe que el cine reúne y resume bastantes de ellas a lo largo de casi 125 años de existencia.

La proliferación de zombies, fantasmas o seres irreales que nos ha traído el certamen francés prolonga, asimismo, tal diagnóstico. La mirada sobre nuestra realidad cotidiana ya no nos sirve para interpretarla y entenderla; necesitamos un nivel subconsciente de comprensión, de donde surgen criaturas terroríficas que se convierten en una clara prolongación de nuestros miedos e incertidumbres. Porque no sabemos cómo resolverlos de forma consciente, hay que pasar “al otro lado del espejo” para intentar reflejar el difícil mundo que nos ha tocado en suerte.

Aunque, para seres lúcidos y comprometidos, siempre queda el principio básico –recordado este año por Cannes– de que resulta mejor sufrir la injusticia que cometerla… Es entonces cuando el cine cumple de verdad con su finalidad de conciliar nuestra mirada con nuestros más profundos deseos.

(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2019). 

Palma para una feroz metáfora sobre la lucha de clases



Tres películas sobresalieron, en un sentido u otro, dentro de los últimos días de la Competición Oficial de Cannes: Parásito, de Bong Joon-ho; El traidor, de Marco Bellocchio, y Mektoub, My Love: Intermezzo, de Abdellatif Kechiche. La primera obtuvo la Palma de Oro que muchos creían destinada a Pedro Almodóvar y su Dolor y gloria, finalmente representada en el Palmarés tan solo por el trabajo de Antonio Banderas. La segunda es un impresionante alegato contra la Mafia en la que Marco Bellocchio continúa la tradición del mejor cine político italiano. Y la tercera se erigió en el “film escándalo” del Festival por su sexo explícito y por sus tres horas y media centradas en un grupo de jóvenes bailando y charlando en una discoteca.
"Parásito", de Bong Joon-ho

El coreano Bong Joon-ho, con títulos como Memories of Murder, The Host y Okja, ya venía siendo apoyado por la crítica especializada, que apreciaban en él una inteligente y peculiar mezcla de elementos realistas y fantásticos. Son también los que integran Parásito, que parte de las vicisitudes de una familia pobre para ir reflejando su forma de introducirse paso a paso en otra muy rica y los inesperados conflictos que ello genera. Metáfora sobre la lucha de clases (que recuerda Los fieles sirvientes, de Paco Betriú), con un humor negro y hasta cruel, la película supone un ejercicio en el alambre del que sale triunfadora por su capacidad para hallar caminos originales para la trama.

"Il traditore", de Marco Bellocchio

Pasar de Parásito a El traidor señala la variedad de obras que ha ofrecido la 72 edición de Cannes. Porque en el caso del film de Bellocchio (que muestra una admirable vitalidad y dominio narrativo a sus casi ochenta años) de lo que se trata es de poner en pie una profunda requisitoria sobre la Mafia siciliana a partir de las confesiones aportadas al juez Giovanni Falcone por parte del “arrepentido” Tommaso Buscetta. De forma opuesta a esa manera estilizada con que Hollywood ha enfocado habitualmente la Cosa Nostra, y optando por una vía realista y muy cercana a los hechos, Bellocchio reconstruye tres macroprocesos iniciados a raíz de las revelaciones de Buscetta, dos contra sus antiguos compañeros y otro contra el ex primer ministro (en siete ocasiones) Giulio Andreotti, a quien se acusaba de colaboración con la Mafia. Acierta El traidor a no tratar a su protagonista como un “héroe”; el único verdadero héroe cívico que muestra el film es el citado juez Falcone, cuyo asesinato llega al espectador mediante impresionantes imágenes.

"Mektoub, My Love: Intermezzo", de Abdellatif Kechiche

Desmesura es la palabra idónea para Mektoub, My Love: Intermezzo, segunda parte de una trilogía comenzada por el film de igual nombre pero con el subtítulo Canto uno, de bastante mejor recuerdo. Obsesionado por retratar culos femeninos en primer plano (la “bloguera” Anaïs Bordages contó 178…) mientras las chicas bailan “twerk”, que consiste en mover el trasero a ritmo “techno” como una lavadora cuando centrifuga, el enfoque sexual dado por Kechiche no proviene tanto de esas infinitas secuencias como de la quincena de minutos que recoge el “cunnilingus” no simulado, y tampoco justificado dramáticamente, que experimenta la protagonista del relato en un sórdido lavabo de discoteca.

Muy lejos de la espléndida La vida de Adèle, que consiguiera en 2013 la Palma de Oro, el film ha jugado al escándalo en Cannes, igual que lo ha hecho Liberté, donde Albert Serra recoge una noche de “cruising”, o sexo practicado en espacios públicos (aquí, un oscuro bosque) por parte de un grupo de aristócratas libertinos en la Francia de finales del siglo XVIII. Película que le ha valido al director catalán el Premio del Jurado de la sección paralela Un Certain Regard, que también ha recompensado con un galardón similar la para mí más valiosa O que arde, del gallego Óliver Laxe. Quien lo agradeció aludiendo al “cine esencial” que entendía que ambos films representan y que echa de menos en el conjunto del actual cine español.

Ha sido esta de 2019 una sobresaliente edición de Cannes, con un alto nivel de calidad dentro de la Sección Oficial. Lo único que me parece imperdonable es que se hayan quedado totalmente fuera del Palmarés obras de la importancia y significación de Una vida oculta, Sorry We Missed You y El traidor. Aunque haya acertado en los casos de Parásito, los hermanos Dardenne en el Premio a la Dirección o Los miserables con el del Jurado (no por recompensar a la senegalesa Atlantique o a la brasileña Bacurau), el del primer Festival del mundo no puede despreciar así a autores tan fundamentales del cine contemporáneo como Malick, Loach o Bellocchio.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2019).

El Paraíso perdido, según Malick



¿Se puede admirar una obra con cuyo contenido y motivación no se está de acuerdo? Es una pregunta fundamental en la crítica artística de nuestros días, especialmente crucial en el terreno del cine, que suele adoptar unas formas narrativas que solicitan nuestra adhesión o rechazo. Y decisiva en el caso de una película como A Hidden Life, donde Terrence Malick vuelve a impregnar sus imágenes de una óptica cristiana, con un acercamiento teológico que se podría resumir en la frase bíblica de “Padre, ¿por qué nos has abandonado?”. Quienes no participamos de ese pensamiento, ¿debemos rechazar Una vida oculta en función de una ideología diferente o de una carencia de religiosidad? Pienso sinceramente que no, porque Malick ha encontrado la forma artística adecuada para plantearnos ante todo una reflexión, una serie de interrogantes éticos frente a los que pide respuesta.

"A Hidden Life", de Terrence Malick

Se basa A Hidden Life en la historia real de Franz Jägerstätter, un campesino austriaco que se negó a jurar fidelidad a Hitler y, por tanto, se resistió hasta el final a integrar las filas del nazismo en la II Guerra Mundial. Su sacrificio en nombre de una conciencia que mantuvo siempre activa (apoyado por su mujer y en contra de los vecinos del pueblo en que vivía, que le tachaban de cobarde), fue reconocida muchos años después por la Iglesia católica que dictó su beatificación en la etapa del Papa Ratzinger, quien paradójicamente había militado en las Juventudes Hitlerianas… Pero más allá de una historia concreta, lo que muestra Malick –una vez más– es su búsqueda de aquel Paraíso original que se perdió a causa del Mal ejercido por los seres humanos, pero que quizá todavía seamos capaces de alcanzar en el futuro.

Se piense como se piense, considero Una vida oculta un film magistral, en mi opinión el mejor de los vistos este año en Cannes cuando solo quedan tres días de la Competición. Aunque la Prensa internacional se ha decantado hasta ahora con claridad por Dolor y gloria, la película de Almodóvar que ha tenido una impresionante acogida en Cannes, con diez minutos de ovación en su pase oficial y una consideración general de favorita para la Palma de Oro, que en su día ya rozó el director manchego con Todo sobre mi madre y Volver. Como el film ya ha tenido su espacio en estas páginas de Turia, me limito a decir que me sumo a la crítica que aquí publicó Pedro Uris con motivo de su estreno en Valencia.

"Sorry We Missed You", de Ken Loach

Produce alegría constatar que “viejos rockeros” como Ken Loach (con nada menos que casi 83 años) y los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, en ambos casos ganadores dos veces de la Palma de Oro, continúan en muy buena forma. Lo demuestran Sorry We Missed You y Le jeune Ahmed, donde siguen abordando temas acuciantes de la más incómoda realidad: la nueva explotación obrera mediante el sistema de los “emprendedores autónomos” y su profunda repercusión en la vida cotidiana de una familia, en el caso del gran cineasta británico; el del fanatismo yihadista encarnado en un adolescente de trece años, que aborda la pareja de realizadores belgas, enfrentándose a un tema particularmente difícil.

Una visión marcada por el compromiso y el realismo, en la que también cabe incluir la muy valiosa ópera prima Les Misérables, del franco-maliense Ladj Ly, que recurre al género de acción para mostrar el desarraigo y la violencia en la “banlieue” parisina. Y respecto al cada vez más omnipresente cine francés dentro de todas las secciones del certamen, destaquemos, en una línea estilística opuesta, Portrait de la jeune fille en feu, de Céline Sciamma, donde la creación del retrato de una mujer forzada a casarse en la Francia de 1770, se fusiona con la historia de amor que surge entre ella y su pintora.

"Once Upon a Time... in Hollywood", de Quentin Tarantino

Si en nuestra primera entrega constatamos la decepción ante los zombies sacados de sus tumbas por Jarmusch, con Tarantino y su esperadísima Once Upon a Time… in Hollywood no hay que hablar de sorpresa sino de confirmación de que se trata del mayor “bluff” del cine contemporáneo, por mucho que sus películas, sus protagonistas, su violencia gratuita, su vocación de homenajear películas de serie B o Z, sigan haciendo correr ríos de tinta. Espero que el Jurado presidido por Alejandro González Iñárritu no caiga en la tentación de incluirla entre los premios de esta 72 edición, a los que todavía pueden acceder nombres relevantes como Bellocchio, Kechiche, Dolan o Desplechin. Lo veremos al analizar el Palmarés en nuestra próxima crónica.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2019).

Cannes'19: Los muertos no se tocan, nene


"The Dead dont'Die", de Jim Jarmusch


El título de una de las más famosas novelas del gran Rafael Azcona viene como anillo al dedo para hablar de The Dead don’t Die (Los muertos no mueren), la película de Jim Jarmusch que ha inaugurado el 72 Festival de Cannes. Porque ojalá no se hubiera metido el autor de Paterson (tan admirada por nosotros aquí mismo hace solo tres años) en esta banal y repetitiva comedia de “zombies” que poco aporta a su desigual filmografía. Ya lo había hecho con mejor fortuna respecto al mundo de los vampiros contemporáneos en Solo los amantes sobreviven, de 2013, pero dentro de un registro dramático mucho más convincente. Algunos momentos de ese “humor tranquilo” acreditado por Jarmusch desde el principio de su carrera, resultan insuficientes para elevar el tono de una película que bromea sobre sí misma (con el personaje de Adam Driver refiriéndose en pantalla al propio guion y a la música) y encadena citas de films famosos, desde Encuentros en la tercera fase y La guerra de los galaxias pasando por Psicosis y, de forma continua, La noche de los muertos vivientes. Una fuerte decepción.


Se abría así una competición que incluye nada menos que cinco ganadores de la Palma de Oro, seis si se consideran como dos los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne: además de la pareja belga en doble ocasión (con Rosetta y L’enfant), lo mismo que Ken Loach (merced a El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake), otros que ya han estado en lo más alto del palmarés y que ahora repiten participación son Terrence Malick (El árbol de la vida), Quentin Tarantino (Pulp Fiction) y Abdellatif Kechiche (La vida de Adèle). Por supuesto, se esperan sus películas con la mayor expectación, pero también las de realizadores que se han visto premiados en anteriores ocasiones, aunque no al máximo nivel: el citado Jim Jarmusch, que concurre por octava vez, seguido muy de cerca por Marco Bellocchio (siete participaciones), Pedro Almodóvar y Arnaud Desplechin (seis) y, más lejos, Elia Suleiman y Xavier Dolan (tres) y Bong Joon-ho y Kleber Mendonça Filho, con dos.

Es decir, que la tan cacareada “renovación” lanzada a bombo y platillo por la dirección del Festival el pasado, año se ha quedado en una tibia agua de borrajas. Hay, sí, ocho cineastas que llegan de nuevas a la Competición Oficial, la gran mayoría de género femenino y pasaporte francés: Céline Sciamma, Justine Triet, Mati Diop, de origen senegalés, junto al medio maliense Ladj Ly, la austriaca Jessica Hausner, el rumano Corneliu Porumboiu, el chino Diao Yinan y el norteamericano Ira Sachs, buena parte de ellos ya “baqueteados” en las secciones paralelas de Cannes. Difícil lo van a tener para hacer sombra a los ilustres nombres citados en el párrafo anterior, aunque siempre puede saltar la sorpresa. Tampoco parece que esta vaya a ser la edición en que triunfe una directora, pues únicamente están las cuatro (una más que el año pasado) que acabamos de mencionar entre aquellos que compiten por primera vez.

En lo que se refiere al origen de los veintiún largometrajes que entran en liza, y aunque cada vez resulte más difícil establecer su nacionalidad debido a las coproducciones, predomina –como es habitual– Europa, algo por encima del 50% del total, con Francia y sus cinco largometrajes llevándose como siempre la parte del león, cantidad igualada por Estados Unidos y su quíntuple representación. El cine asiático cuenta con tres films, y África y América Latina con solo uno, aunque este no de habla hispana sino portuguesa, al tratarse de la brasileña Bacurau. Dentro de este conjunto de países y áreas geográficas, ya es sabido que España compite en la Sección Oficial con Dolor y gloria, de Almodóvar, mientras Óliver Laxe con O que arde lo hace en la sección paralela Un Certain Regard, lo mismo que Albert Serra y su Liberté, además del cortometraje Je te tiens, de Sergio Caballero y con Ángela Molina, en la Quincena de Realizadores. Como puede comprobarse, un conjunto no demasiado amplio ni novedoso.

Con tal panorama, Cannes’19 ha comenzado a dar sus primeros pasos. En él va a darse cita una presencia humana que superará los 40.000 profesionales, de los que unos 13.000 vienen al Mercado del Film y alrededor de 4.500 periodistas conviven y se pelean por encontrar sitio en las abarrotadas salas. Cifras masivas, de vértigo, del primer Festival del mundo que sigue permitiéndose ignorar la existencia de gigantes actuales de la comunicación como Netflix u otras plataformas digitales.

(Publicado en "Turia" de Valencia, mayo de 2019)

Una Palma de Oro que se veía venir

Bong Joon-ho, tras recibir la Palma de Oro por "Parásito"


Ya lo dijimos en la crónica del pasado viernes: a medida que pasaban las horas, ‘Parásito’, la película del coreano Bong Joon-ho, iba ganando metros en la carrera hacia la Palma de Oro. No es que tuviéramos hilo directo con el Jurado (ni yo ni nadie, porque sus integrantes viven casi aislados del resto de los mortales), pero quien posea una cierta experiencia en Festivales ya sabe olfatear el viento que predomina en cada instante. Y el de ‘Parásito’ era creciente sin parar, mientras declinaba un tanto el de ‘Dolor y gloria’, que se había visto una semana antes e iba quedando lejana.

Así las cosas, no ha sorprendido demasiado que Bong Joon-ho llegase a lo más alto del Palmarés, a una cima a la que –por sexta vez– no ha accedido Almodóvar, en una edición que precisamente parecía idónea para ello. El éxito se ha limitado al Premio al Mejor Actor para Antonio Banderas, y sin que tampoco Jurados paralelos al Oficial, como el de la Prensa Internacional, Fipresci, o el de los Cines de Arte y Ensayo, mostrasen sus preferencias por ‘Dolor y gloria’. Atrapados por el “vendaval Tarantino”, cuyo ‘Érase una vez… en Hollywood’ (felizmente, nada premiada) monopolizó la jornada en la que también se vio ‘Parásito’, muchos postergaron o incluso ignoraron al excelente y revulsivo film coreano. Ahora se estarán arrepintiendo.
Antonio Banderas, con su Premio al Mejor Actor por "Dolor y gloria"

Peor que a ‘Dolor y gloria’, sin duda, le ha ido a títulos decisivos en el certamen y que ya destacamos a medida que iban siendo presentados. Me refiero a ‘Una vida oculta’, ‘Sorry We Missed You’ y ‘El traidor’, los grandes perdedores de esta edición, cuando en realidad son obras que quedarán entre los mejores recuerdos de ella. Ignorar totalmente los grandes trabajos últimos de Terrence Malick, Ken Loach y Marco Bellocchio por parte del Jurado presidido por Alejandro González Iñárritu, resulta difícil de creer y justificar. Cuando, por el contrario, se eleva a los máximos niveles del Palmarés películas como ‘Atlantique’, opera prima de la franco-senegalesa Mati Diop, tan voluntariosa como precaria artísticamente; o la pretenciosa y confusa ‘Bacurau’, de los brasileños Mendonça Filho y Dornelles, los criterios de ese Jurado no me parecen demasiado ecuánimes ni elogiables.

Los hermanos Dardenne, Premio a la Mejor Dirección por "Le jeune Ahmed"

Por el contrario, sí me parece acertado el Premio a la Dirección para los hermanos Dardenne por ‘El joven Ahmed’, sobre todo por tratar con tacto y sutileza un tema tan difícil como el arraigo de las ideas yihadistas más radicales en un adolescente belga de trece años. Igual que, aunque sea “ex aequo”, resulta de justicia el Premio del Jurado para ‘Les Miserables’, del franco-maliense Ladj Ly, en su descripción de los enfrentamientos entre la policía y grupos de jóvenes de un barrio dormitorio de París.

Otra película francesa, la valiosa ‘Retrato de la muchacha entre llamas’, de Céline Sciamma, guardaba mayores expectativas que ser valorada solo por su guion. En cuanto al Premio a la Mejor Actriz para la británica Emily Beecham por ‘Little Joe’, de Jessica Hausner, deja patente el hecho de una edición con escasas protagonistas femeninas (aunque se trata de un papel de reparto, yo le habría dado el galardón a la Julieta Serrano de ‘Dolor y gloria’…). Se cierra el Palmarés reconociendo con una Mención Especial a ‘It Must Be Heaven’, curioso –y no mucho más– ejercicio humorístico del palestino Elia Suleiman, en plan Tati, sobre el disparate cotidiano del mundo actual, que también ha cautivado a los miembros del Jurado de la Fipresci.

En un Festival que ha tenido un alto nivel de calidad, nueve sobre los veintiún largometrajes que competían en la Sección Oficial se han visto así recompensados. Destaca el que ninguno de los cinco films norteamericanos a concurso haya conseguido el más mínimo premio, mientras que, en cambio, sí lo obtenían, directa o indirectamente, tres de las cuatro cineastas mujeres que concurrían en la Competición Oficial. Una fortísima proporción, quizá como homenaje a esa inolvidable Agnès Varda a la que, tras su reciente fallecimiento, el cartel de la 72 edición recordaba con una imagen suya filmando un plano en difícil equilibrio. Ese mismo equilibrio que necesita el Festival para mantener su dimensión y su aureola de primer certamen del mundo, mientras Venecia, Berlín o Toronto están al acecho…

Hasta Cannes 2020.

(Publicado en "El Norte de Castilla", 27 de mayo de 2019).



Bellocchio reconstruye los macroprocesos contra la Mafia



Pocos confiaban en que Marco Bellocchio, muy cerca de cumplir los 80 años, hiciera una buena película centrada, a estas alturas, en la Mafia. Se ignoraba posiblemente que sus títulos más valiosos no son precisamente los míticos de sus inicios, como ‘I pugni in tasca’ o ‘Nel nome del padre’, sino varios de aquellos que ha realizado ya en el siglo XXI: ‘Buongiorno, notte’ (sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro), ‘Vincere’ (centrado en el ascenso de Mussolini) y ‘Fai bei sogni’, pasando de lo político al intimismo y que ya elogiamos cuando fue ofrecida por la Quincena de Realizadores en 2016.
"Il traditore", de Marco Bellocchio

Por ello, ha sido una sorpresa para la mayoría el logro de ‘Il traditore’, que refleja la historia real de Tommaso Buscetta, el “arrepentido” de la Mafia que confesó ante el juez Falcone las actividades criminales de muchísimos de sus antiguos compañeros. Calificación esta de “arrepentido” que él niega rotundamente, porque realiza su delación en nombre de los “principios” de la Cosa Nostra en la que se integró y que entiende traicionados por la violencia y la crueldad del clan de los corleoneses (dirigido por el sangriento Toto Riina) para hacerse con el dominio del tráfico de drogas en Sicilia. Un periodo convulso de la Historia italiana, entre la década de los ochenta hasta bien entrados los dos mil, que tuvo a su héroe cívico en la figura del juez Giovanni Falcone, asesinado brutalmente en un atentado que la película reproduce con maestría, sin obviar la despiadada celebración con que su muerte fue recibida por los mafiosos.

Con un protagonismo especial para los tres macroprocesos en los que se vio envuelto Buscetta entre los insultos de su antiguos correligionarios, ‘El traidor’ recoge la herencia del mejor “cine político” de su país para narrar en dos horas y media unos hechos, por desgracia, reales y todavía muy cercanos. Bellocchio lo lleva a cabo con energía, dominio narrativo y esa eficacia que acredita a un cineasta muy experimentado. Que ha sabido aprovechar las posibilidades de un guion espléndido (salvo algunas ensoñaciones del protagonista y ciertos paralelismos con animales en cautividad) y que potencia las posibilidades interpretativas de un Pierfrancesco Favino, en el papel de Buscetta, convertido ya en firme candidato al Premio al Mejor Actor.

"Mektoub, My Love: Intermezzo", de Abdellatif Kechiche

El envés de la jornada competitiva ha llegado con ‘Mektoub, My Love: Intermezzo’, del autor de ‘La vida de Adèle’, con la que Abdellatif Kechiche logró con absoluta justicia la Palma de Oro hace seis años. Se ha metido en llevar a cabo una trilogía, de la que el film ahora presentado es la segunda parte, marcada sin duda por el signo de la desmesura en todos los sentidos. No ya por su duración de tres horas y media, sino por la misma propuesta que inspira el proyecto, centrado en un grupo de jóvenes que pasan el septiembre todavía veraniego de 1994 en un lugar de la Costa Azul.

Quienes vieran la primera entrega de ‘Mektoub, My Love’, que llevaba como subtítulo ‘Canto uno’ (el Festival de Sevilla la dio a conocer en España), no se sorprenderán con esta segunda. Que no es que continúe el relato donde terminó la anterior, sino que supone una especie de variación sobre lo que ya se había contado en ella. De hecho, la situación inicial en la playa –con la presentación de los personajes– resulta casi idéntica, para centrarse inmediatamente ¡durante más de tres horas! en la misma discoteca de machacona y estridente música electrónica, que bailan sin cesar este grupo de, sobre todo, amigas y familiares.

Solo una prolongada escena de sexo oral en los lavabos, filmada sin ningún tapujo, y una brevísima secuencia final con Amin, el chico tan deseado como pasivo (de gran parecido con el exfutbolista Raúl) que sobre todo mira a sus colegas, nos liberan del infierno de la susodicha discoteca. Al menos en el primer capítulo de la trilogía, aquel ‘Canto uno’, había otras situaciones diferentes en escenarios distintos, que hacían todo más llevadero que en este ‘Intermezzo’. Ah! La palabra árabe “mektoub” hace referencia a la idea de “destino”. No es que eso aclare nada de esta película insufrible, que hay quien elogia por su “valentía”, pero lo señalo para que quede constancia de un término empleado cada cierto tiempo en los diálogos sin que sepamos muy bien lo que con él se pretende decir…

(Publicado en "El Norte de Castilla", 25 de mayo de 2019).

La coreana 'Parásito' gana terreno

Los dos hijos de la familia de "Parásito", de Bong Joon-ho


En la crónica de ayer les hablaba muy a favor de ‘Parásito’, del coreano Bong Joon-ho, esa fábula vitriólica sobre la lucha de clases con altas dosis de humor cruel. Pues bien, me alegra saber ahora que la gran mayoría de compañeros de la Prensa internacional coinciden con tal opinión, por lo que sitúan la película entre lo más destacado del Festival. De hecho, en sus puntuaciones aparece solo ligeramente por debajo de ‘Dolor y gloria’, por lo que puede establecerse un fuerte duelo entre ambas a la hora del palmarés. Ni Bong Joon-ho (ni el cine coreano en su conjunto) ni Almodóvar han tenido nunca la Palma de Oro, y España una única vez en largometrajes por la genial ‘Viridiana’ de Buñuel hace ya seis décadas y además “ex aequo”. Quizá el Jurado que preside Alejandro González Iñárritu piense en remediar alguna de estas situaciones…

Si se repasa el catálogo de Cannes de hace tres años, se encontrarán los nombres de Jarmusch, Loach, Almodóvar, los Dardenne, Bellocchio, Dumont, Mendonça Filho, Albert Serra u Óliver Laxe, por citar algunos de ellos. Si se repasa el de este año, vuelven a encontrarse los mismos, y siempre con al menos un título protagonizado por Isabelle Huppert… También en ese 2016 estaba y era premiado Xavier Dolan con ‘Juste la fin du monde’, y Arnaud Desplechin inauguraba la edición siguiente con ‘Los fantasmas de Ismaël’. Los traigo a colación porque los tenemos de nuevo en esta 72 edición, lo que no podía ser de otra manera al tratarse de dos cineastas mimados siempre por el Festival.

De un Festival que, como cabe deducir de la comparación que planteo, repite excesivamente su programa, confiando siempre –a veces con justicia; otras, no– en una serie de autores que, pasados los al menos tres años que suelen emplearse en escribir, hallar financiación, rodar, posproducir y lanzar cualquier película, sabemos que volveremos a encontrarlos aquí. Donde adivinamos con amplio margen de acierto que nunca van a aparecer otros que no gozan del favor previo de los responsables del certamen.

Volvamos a Dolan y Desplechin. Del primero ya se sabe que es el “niño prodigio” del cine canadiense, con tan solo treinta años y ya siete largometrajes en su haber, además de trabajos interpretativos, como en ‘Matthias & Maxime’ que ha presentado en la Competición Oficial y que también protagoniza . Es cierto que se mantiene, irreductible, fiel a su estilo: continuos diálogos gritados más que dichos, muchos personajes actuando al tiempo en un tono histriónico e imágenes semidesenfocadas, al tiempo que fijación por los conflictos familiares, especialmente materno-filiales, o uso de música y canciones a un estridente nivel de sonido. Con una historia de descubrimiento homosexual de dos adultos que eran amigos y colegas desde los tiempos del instituto, y del conflicto que tal revelación íntima les plantea justo cuando uno de ellos va a marcharse dos años a Australia, nada de nuevo aporta ‘Matthias & Maxime’ a la filmografía previa de Xavier Dolan, ni en su problemática ni en un estilo ya convertido en muestra de manierismo.
"Roubaix, une lumière", de Arnaud Desplechin

En cambio, en el caso del francés Arnaud Desplechin y su ‘Roubaix, une lumière’, igualmente a concurso, sí se percibe una cierta voluntad de hacer algo distinto, de profundizar en los signos típicos del “thriller” mediante una puesta en escena concreta donde la planificación, la fotografía en exteriores y la música juegan un papel decisivo. Situando la película en su Roubaix natal durante la Nochebuena y ofreciendo el protagonismo a un comisario que cabría calificar de “humanista” (pocas veces se habrá visto a un policía tan dialogante, amable y comprensivo como en esta ocasión), Desplechin busca que su film encuentre ecos de un ‘Crimen y castigo’ de nuestro tiempo.

Mucho mejor en su segunda parte, cuando se centra en el asesinato de una anciana por parte de dos vecinas que malllevan su dependiente relación lésbica entre la carencia de dinero y su alcoholismo, ‘Roubaix, una luz’ ofrece facetas valiosas. En especial, aquella larga secuencia donde la reconstrucción del asesinato por parte de las dos mujeres, que se contradicen en sus testimonios, viene planteada por Desplechin como si se tratase de un ensayo teatral, con el  comisario dirigiendo paso a paso la función ante los ojos del espectador. Una idea tan original como brillante.

(Publicado en "El Norte de Castilla", 24 de mayo de 2019).

La "locura Tarantino" invade el Festival



Creo sinceramente que el 23 de mayo de 1994 fue un “día negro” para la Historia del Cine. Es la fecha en que un Jurado presidido por Clint Eastwood cometió el disparate de otorgar la Palma de Oro de Cannes a ‘Pulp Fiction’, segundo largometraje de Quentin Tarantino. Este la recibió con un famoso corte de mangas dirigido a los muchos espectadores que protestaban la decisión, conscientes de lo que se les venía encima. Y llegó tanto la continuación de la fastidiosa filmografía “tarantiniana” como la de –todavía peor– sus imitadores, jaleados uno y otros por un creciente pelotón de “fans” que les reían sus gracias. La violencia convertida en espectáculo y factor de irrisión, la gratuidad de las soluciones dramáticas, la sobreactuación de los actores, el rendido homenaje a las películas de serie B o Z…, todo lo que caracteriza al cine de Tarantino se ha ido popularizando hasta convertirse en una franquicia de éxito.

"Once Upon a Time... in Hollywood", de Quentin Tarantino

También ha influido decisivamente su sentido de la promoción y del “marketing”. Lo estamos viviendo en Cannes, donde se ha instalado la locura por conocer ‘Once Upon a Time… in Hollywood’, la esperadísima película convertida, antes de verla, en el acontecimiento de esta edición del Festival. Colas de más de dos horas para entrar en las salas donde se proyectaba (por cierto, en copia en 35 mm, exigencia de su autor), peticiones de entradas por doquier, masiva asistencia a su rueda de Prensa, todo un circo festivalero. Se ha jugado, con evidente éxito, a que muy poco o nada se supiera del film, incluido a última hora en la Competición, y contando con el gran reclamo de sus protagonistas Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, en un “duelo” interpretativo que se ha vendido como “único e histórico”. Realmente, que Tarantino tiene tirón no puede negarlo nadie.

En una carta abierta, dirigida especialmente a los periodistas, el cineasta ha rogado que no se revelasen aspectos de la trama que “impidieran a los futuros espectadores vivir la misma experiencia ante el film”. No lo haremos, la verdad porque no hay mucho que revelar: se han debido de gastar tantos millones de dólares en sus dos “estrellas” y en la meticulosa ambientación del Los Angeles de 1969, que no ha quedado dinero para el guion… Así, ‘Érase una vez… en Hollywood’ consiste en una simple serie de escenas aisladas sobre la amistad entre una figura popular de las series televisivas del Oeste y su doble para las escenas de acción arriesgadas.

Personajes que aparecen y desaparecen de la trama según le apetece a su autor, sin lógica narrativa y sin apenas logros en ese terreno humorístico que tanto divierte a sus fieles y, eso sí, con mucha imitación del cine y la televisión más cutres. Junto a alguna secuencia brillante (que no voy a negar que existan a veces en sus películas), y al igual que ya hiciera en la que probablemente sea su obra más respetable, ‘Malditos bastardos’, Tarantino juega a cambiar al final lo que pasó en realidad por lo que él inventa para que ojalá hubiese sucedido. Pero esperar 161 minutos a que eso llegue parece un poco demasiado: ‘Érase una vez… en Hollywood’ es un claro y rotundo fracaso.
"Parásito", de Bong Joon-ho

Por fortuna, no se puede ni debe decir lo mismo de ‘Parásito’, del cineasta coreano Bong Joon-ho, una potente mezcla de parábola sobre la lucha de clases, esperpento casi surrealista y humor negro. La forma en que una familia pobre (padre, madre, hijo e hija) acaba introduciéndose en la vida de otra muy rica, logrando emplearse sucesivamente en su casa como profesor de inglés, psicóloga, chófer y gobernanta, da lugar a un ejercicio en el alambre entre la sátira, la crueldad y la frecuente sorpresa en pantalla.

A veces, ‘Parasito’ nos trae a la memoria aquel valioso film de Francesc Betriu titulado ‘Los fieles sirvientes’, donde asistíamos a una inversión entre los papeles de amos y criados; a veces, nos lleva casi al terreno del “fantástico”, con galerías secretas que recorren los sótanos de los más pudientes, albergando a seres fantasmales. Avalado por títulos como ‘Memories of Murder’, ‘The Host’ y ‘Okja’ (que compitió en Cannes hace dos años, cuando aún existían buenas relaciones del Festival con Netflix, que la produjo), Bong Joon-ho ha mostrado su fuerte personalidad dentro de una Sección Oficial de considerable nivel.

(Publicado en "El Norte de Castilla", 23 de mayo de 2019).

Los Dardenne se atreven con el fanatismo yihadista


"Le jeune Ahmed", de Jean-Pierre y Luc Dardenne


No es un tema precisamente fácil el que han elegido Jean-Pierre y Luc Dardenne para su última película, ‘Le jeune Ahmed’: el fanatismo yihadista a través del personaje de un adolescente de trece años, captado por el imán del barrio hasta convertirle en un obseso religioso. Siempre esta pareja de cineastas belgas se han caracterizado por tratar problemas sociales espinosos y de una actualidad que nos afecta. Aquí dan un paso adelante, atreviéndose a penetrar en un mundo nada frecuente en las pantallas, a no ser de forma esquemática o caricaturesca.

Me recuerda ‘El joven Ahmed’ a ‘Lacombe Lucien’, aquella excelente película de Louis Malle que abordaba la educación fascista de un muchacho que se une a los colaboracionistas con el nazismo en la Francia ocupada. En este caso, se trata de otra doctrina fanática, la versión más extremista de la religión musulmana, la que se inculca a un todavía crío que la abraza con entusiasmo. En un país como Bélgica, que ha sufrido de manera continuada los estragos del terrorismo de este signo, el empeño de los hermanos Dardenne por retratar tal proceso de deformación posee especial valía. A él se consagra una primera parte de la película, mientras que su desarrollo posterior, en tan solo 84 minutos, nos habla sobre todo de las consecuencias del acto de violencia cometido por Ahmed.

Participantes en nada menos que ocho ocasiones en la Competición de Cannes, dentro de la que han obtenido dos Palmas de Oro por ‘Rosetta’ en 1999 y ‘L’enfant’ en 2005, además de otros premios, los Dardenne han confesado los problemas que les ha planteado la construcción de este personaje protagonista, cuya definición –en una etapa de consolidación de la personalidad– no resultaba nada sencilla. Quizá de eso se resiente un tanto ‘El joven Ahmed’, porque querríamos saber más de él en profundidad para entenderlo plenamente. Pero es el camino elegido por sus autores para dejar que el espectador saque sus conclusiones a partir de los bosquejos y apuntes que ellos van situando en las imágenes. Los Dardenne, en este sentido, vienen a ser como unos pintores que privilegian la sugerencia plástica sobre el brochazo final.

"O que arde", de Óliver Laxe

Algo no tan lejano practica Óliver Laxe en su tercer largometraje, ‘O que arde’, que ha presentado en Un Certain Regard, después de haber “escalado” y logrado reconocimientos por las otras secciones paralelas, la Quincena de Realizadores (con ‘Todos vós sodes capitáns’ en 2010) y la Semana de la Crítica (con ‘Mimosas’ en 2016). Más abierta y comunicativa que estas dos películas previas, ‘Lo que arde’ se centra en la persona de un pirómano, que sale de la cárcel tras dos años de reclusión, y de su anciana madre, dedicada a cuidar sus vacas. No se sabe mucho de él, de los motivos por los que quemó un bosque ni de otras facetas, salvo que en tiempos “lo pasó muy mal”, según dice un vecino de la zona montañosa donde habitan y en la que acabará declarándose un fuego devastador. Con actores no profesionales, estilo semidocumental y hablada en gallego, ‘O que arde’ encuentra sus mejores imágenes cuando Laxe otorga cierta dimensión casi fantástica a un relato pegado a la tierra.

Por un paisaje muy diferente, el de la bellísima Sintra portuguesa, se mueven los personajes de ‘Frankie’, coproducción entre ese país y Francia pero dirigida por el norteamericano Ira Sachs. Hasta allí han llegado invitados por una famosa actriz, conocida por el nombre que da título a la película e interpreta Isabelle Huppert, deseosa de reunir a su familia antes de que próximamente llegue el fin de sus días. Las historias entrecruzadas de todos esos familiares adoptan un aire “rohmeriano”, que no quita para que el plano final sea un claro homenaje a Kiarostami. Delicada con el tema siempre espinoso de la muerte, fluyendo con naturalidad, basada en diálogos a menudo bien construidos, ‘Frankie’ mantiene un nivel estimable aunque tampoco vaya mucho más allá de lo previsible.

Y termino la crónica a toda velocidad, porque va a comenzar la proyección de ‘Once Upon a Time… in Hollywood’, de Quentin Tarantino, con alfombra roja de lujo para él, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. La película más esperada y deseada del Festival, aunque no para mí, perdonen la franqueza..

(Publicado en "El Norte de Castilla", 22 de mayo de 2019).

El cine francés, omnipresente en la programación de Cannes



Resulta hasta cierto punto lógico que Cannes privilegie al cine francés. También lo hace San Sebastián con el español, Venecia con el italiano o Berlín con el alemán. Pero hay formas y hay formas, y desde luego la de este Festival no es la más discreta ni siquiera elegante. Porque no son solo las cinco películas que compiten en la Sección Oficial (las mismas que de cine norteamericano), ni que prácticamente todas las que acceden a ella han de ser coproducciones con Francia, sino que cada sección, cada apartado del certamen se halla repleto de títulos nacionales, en un ejercicio de chovinismo que llega a estragar.

 "Portrait de la jeune fille en feu", de Céline Sciamma

Y no es que no haya films muy apreciables, como ‘Portrait de la jeune fille en feu’, que Céline Sciamma ha presentado a concurso después de que otros anteriores suyos como ‘Tomboy’ fuese premiado en Berlín o ‘Bande de filles’ abriera la Quincena de Realizadores en 2014. Sciamma es también una acreditada líder feminista dentro del sector audiovisual, concretamente del colectivo ‘50/50 para 2020’, una especie de CIMA galo que busca la paridad de género en el sector. De ahí que no extrañe que este ‘Retrato de una joven en llamas’ posea una nítida mirada femenina en la manera en que aborda la relación entre dos mujeres.

Una de ellas es pintora; la otra, el objeto de su retrato de matrimonio, un enlace no deseado después de haber pasado tiempo en un convento. Es que estamos en 1770, dentro de una sociedad ante la que ambas mujeres se muestran resistentes mediante un amor apasionado. Demasiado académico en ocasiones, pero siempre sereno y preciso hasta en el menor detalle, este ‘Retrato…’ muestra a una realizadora madura y con dominio de la narración, que casi cierra (queda la también francesa Justine Triet con ‘Sibyl’) la cuádruple y escasa participación de cineastas mujeres en la Competición.

Todavía mucho más atrás en el tiempo, hasta 1429 y la Guerra de los Cien años, se ha ido Bruno Dumont con ‘Jeanne’, que trata –es fácil adivinarlo– de Juana de Arco, a la que ya había dedicado su anterior largometraje. Hace interpretar al gran mito francés por una niña de diez años, y aborda el relato de la pasión y muerte de la Doncella de Orléans con largos parlamentos de los personajes dichos en tono discursivo y artificial, totalmente gratuito. Nunca he “comulgado” con el cine de Dumont, y sigo sin hacerlo en esta aproximación tan forzada y caprichosa hacia un episodio clave en la mitología patria de Francia.

Ofrecida al igual que ‘Jeanne’ en la sección Un Certain Regard, ‘Chambre 212’ pertenece asimismo a otro “falso prestigio” del cine galo, Christophe Honoré, muy admirado por ciertos Festivales. Empezando por Cannes, que le tuvo el pasado año en competición con ‘Plaire, aimer et courir vite’, de mal recuerdo. Ahora se centra en esa ‘Habitación 212’ del título para revivir los amores de una mujer cuyo marido plantea separarse de ella al enterarse de que tiene un amante, chileno para más señas, una más en su larga carrera de infidelidades. Ninguno de los tópicos más acreditados de la actual comedia francesa ahorra Honoré: diálogos incesantes, sobreactuación interpretativa, erotismo doméstico, teatralidad asumida como tal; en suma, un conjunto de banalidades que luego buena parte de los distribuidores españoles importan masivamente.

"Les plus belles années d'une vie", de Claude Lelouch

Y si de tiempo pasado hablamos, no hay otro remedio que referirse a ‘Les plus belles années d’une vie’, donde Claude Lelouch vuelve más de medio siglo después a aquel ‘Un hombre y una mujer’ y su “dabadabadá” musical. ¿Qué quieren que les diga? Que da mucha pena ver a Jean-Louis Trintignant tan viejecito, sobre todo porque paralelamente se muestran frecuentes imágenes del film que causó sensación en 1966. Anouk Aimée se conserva notablemente mejor en este ejercicio de nostalgia, un tanto cruel y bastante repetitivo, que Lelouch ha emprendido, dice él, para afirmar que ‘los más bellos años de una vida’ son los que quedan por llegar. Discutible, ¿no?

Aunque para memoria llena de tristeza, también fuera de concurso, la que emprende Alain Cavalier en ‘Être vivant et le savoir’, recuerdo documental de su amiga y escritora Emmanuèle Bernheim, que le pasa lo que a las malas necrológicas: que se refieren más al que escribe que al propio finado...

(Publicado en "El Norte de Castilla", 21 de mayo de 2019).

Malick impresiona con "Una vida oculta"


El cine de Terrence Malick siempre se halla en busca del paraíso, de un paraíso quizá mítico que existía, que el Mal ha transformado en espacio de sufrimiento y dolor, y que entre todos podemos llegar a recuperar. Hasta hoy era ‘El árbol de la vida’, que obtuvo la Palma de Oro en 2011, la expresión máxima de tal planteamiento; a partir de ahora, y por encima de ella, hay que situar ‘A Hidden Life’ (‘Una vida oculta’), su última y mejor película, que puede plantearle una fortísima competencia a Almodóvar para estar en lo más alto del palmarés de la presente edición.
 "A Hidden Life", de Terrence Malick

Refleja Malick la historia real de Franz Jägerstätter, un campesino austriaco, felizmente casado y con tres hijas pequeñas, que se ve confinado en prisión y posteriormente condenado por negarse a prestar el obligado juramento de fidelidad a Hitler cuando es llamado a filas. No combate, por tanto, en una guerra que considera injusta en nombre de su moral y sus sentimientos religiosos. Un hombre que llevará hasta el final sus convicciones, apoyado por una mujer que le ama incondicionalmente, pero también sufriendo el desprecio de los vecinos del pueblo donde viven, fanatizado por las ideas del nazismo y que le consideran simplemente un cobarde.

Con ser potente esta historia, no es lo principal de ‘Una vida oculta’, sino, como siempre, la manera en que está abordada por su autor. Malick, cuyo sentido cristiano y decidida espiritualidad nadie ignora, trasciende este relato hasta convertirlo en un verdadero ejercicio ético y reflexivo, del que impregna al espectador. “Mejor sufrir la injusticia que cometerla”, podría ser la divisa del film, que termina con un texto donde, con palabras de George Eliot, se afirma que sobre vidas tan anónimas u ocultas como las de este campesino se encuentra basada nuestra supervivencia.

Tres horas dura ‘A Hidden Life’. ¿Podría ser menos? Quizá, pero se perdería ese hálito reflexivo al que he hecho alusión, esa capacidad de detenerse un momento tras las bellas imágenes de Malick, tras los textos en “off” que recogen las cartas entre Frantz y su esposa, Fani, síntesis de la profunda historia de amor que vivieron. Exigente para el público, con una evidente trasfondo metafísico y teológico (donde la lucha entre el Bien y el Mal, el Paraíso y el Infierno, se plantea entre angustiadas preguntas al Eterno Padre en el que se cree y confía), sin poder llegar a entender por qué permite el dominio de un poder tan destructor, ‘Una vida oculta” ha impresionado profundamente en Cannes.

"Liberté", de Albert Serra

Por otros motivos muy distintos también lo ha hecho ‘Liberté’, el film de Albert Serra, que se ha presentado –como dijimos ayer– dentro de la sección paralela Un Certain Regard. Hace unos años, en un certamen que no tuviera el cúmulo de siete décadas de existencia como este, habría podido constituir la “película escándalo” del Festival. Ahora ya no escandaliza a nadie el explícito contenido sexual de muchas de sus secuencias, al reflejar las prácticas de un grupo de libertinos en la Francia de finales del siglo XVIII. Todo pasa durante una larga, larguísima noche (aquí sí que sobran minutos), sin un recorrido dramático definido, sino como una simple acumulación de situaciones que intentan definir un ambiente de decadencia y, en último término, arrebatada tristeza erótica.


Volviendo a la Competición Oficial, digamos brevemente que ‘Little Joe’, primer trabajo en Inglaterra y en inglés de la austriaca Jessica Hausner, viene a ser un curioso “remake” de aquella ‘Invasión de los ladrones de cuerpos’ de los años cincuenta, pero con la variante de que es una flor la que hace feliz a quien la huele y cuyo polen anula la empatía respecto a los demás seres humanos, lo que Hausner mira con evidente agrado, quizá harta de pasiones y sentimientos… Mientras que Cannes parece haber descubierto ahora el más convencional género de acción mediante la china ‘El Lago de las Ocas Salvajes’, que debía llamarse “de las Motos Salvajes”; y la rumana ‘La Gomera’, donde lo más llamativo es el decisivo papel que en la trama adquiere el Silbo típico de la isla, además de ver al cineasta mallorquín Agustí Villaronga haciendo de perverso “capo” de una mafia de la droga.

(Publicado en "El Norte de Castilla", 20 de mayo de 2019).

La crítica internacional respalda a Almodóvar


"Dolor y gloria", de Pedro Almodóvar


Once de los quince críticos franceses convocados por la revista profesional ‘Le Film Français’ para ofrecer sus votaciones dan la máxima calificación a ‘Dolor y gloria’, simbolizada en el dibujo de una Palmita de Oro. De forma paralela, aunque con algo menos de entusiasmo, ‘Screen’, otra de las publicaciones diarias que se reparten en el Festival, le da una puntuación conjunta de 3,4 sobre 4, decidida por diez críticos de diferentes países, muy por encima de la película siguiente valorada, con 2,8. Lo que resume a la perfección la excelente acogida que ha encontrado el film de Almodóvar en Cannes, similar a la que en su día obtuvieron ‘Todo sobre mi madre’ y ‘Volver’, con una larguísima ovación en su pase oficial y un fuerte aplauso en el de Prensa, siempre menos expansivo. Pese a ser favoritas y recibir premios, aquellas se quedaron sin la Palma de Oro; esperemos que los triunfantes augurios actuales que explotan por doquier en este primer tramo del certamen, no se queden también en el limbo del palmarés.

Monopolizando la jornada, se abría con ‘Dolor y gloria’ una presencia española que, de nuevo, resulta muy escasa para ser la tercera o cuarta (depende de cómo termine el Brexit…) cinematografía europea. Nada más que Almodóvar en la Sección Oficial, y dos títulos en la paralela Un Certain Regard: ‘Liberté’, de Albert Serra, y ‘O que arde’, tercer largometraje del gallego Óliver Laxe, quien con el anterior, ‘Mimosas’, obtuvo el Premio de la Semana de la Crítica en 2016. Además, en la Quincena de Realizadores el corto ‘Je te tiens’, de Sergio Caballero, protagonizado por Ángela Molina, y la coproducción del largo ‘Canción sin nombre’, de la peruana Melina León.

Un par de proyectos en la Cinéfondation del Festival, entre ellos el de Carla Simón, ‘Alcarràs’, tras el éxito de ‘Verano 1993’, cierran una participación que no es como para tirar cohetes. Para Cannes, solo valen los cineastas españoles que ahora ha llevado a su Selección Oficial, Almodóvar, Serra y Laxe, nombres a los que hay que unir a Jaime Rosales, que el pasado año estuvo en la Quincena con ‘Petra’. Por desconocimiento, falta de atención o poco interés, el resto de nuestro cine no existe para Cannes. Tampoco apenas para Venecia o Berlín: como ya he dicho en otras ocasiones, no somos ni lo suficientemente exóticos ni lo suficientemente imprescindibles.

Debo confesarles que, aunque haya recibido tan bien ‘Dolor y gloria’ y los franceses acordasen  –después del César que le otorgaron– adoptar también a Penélope Cruz como algo propio, les confesaré que hoy le tengo “ciertas ganas” al Festival. Sobre todo porque, llevado de su tradicional “clasismo”, ha decidido que ciertas publicaciones de Madrid y Barcelona, como las de otras grandes capitales, vean los dos films de la Competición antes que el resto de diarios de todo el mundo que estamos aquí acreditados. Lo que les permite publicar sus críticas con un día de anterioridad respecto a la mayoría, que quedamos como unos perezosos que no vamos a los pases adecuados y obligamos a nuestros lectores a esperar veinticuatro horas para conocer nuestras opiniones respecto a las mismas películas… Se ha escrito una carta colectiva, respaldada por la Fipresci (la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), protestando por la situación, pero me temo que, al menos por esta edición, no va a surtir efecto.

La guardería del Festival de Cannes

Y hablando ya de las interioridades del Festival, que en muchas ocasiones son más apasionantes que las propias películas, ¿conocen ya la historia del bébé? Pues érase una vez una actriz, creo que británica, que fue a entrar con su bebé de cinco meses en el Palacio del Festival. El concienzudo cancerbero le pidió entonces la acreditación de su niño, porque si no solo podría dejarle pasar a ella. No, el bebé no estaba acreditado, había que hacerle la tarjeta correspondiente si quería pasar con su madre, lo que valía 300 euros y tardaba 48 horas en tramitarse… El escándalo que se formó fue tal que la Organización ha tenido que sacar una nota de disculpa, atribuyendo el hecho a un “exceso de celo” y asegurando que quiere mucho a los bebés, a los que este año ha puesto incluso una guardería (algo que, por cierto, la Semana de Valladolid inició en 1984). Así, señoras y señores, es el Festival de Cannes.

(Publicado en "El Norte de Castilla", 19 de mayo de 2019).

Loach vuelve a enfrentarnos a la realidad



Dudo mucho de que haya un solo espectador de una película de Ken Loach que, al salir de verla, piense que vive en el mejor de los mundos… No, su cine no es conformista, ni cómodo, ni adocenado, nunca lo ha sido. Su característica fundamental es precisamente la contraria, la de ponernos un espejo ante la realidad para que veamos las cosas que no podemos o no queremos ver por nosotros mismos. Así vuelve a hacerlo en ‘Sorry We Missed You’, su película posterior a la que ganó Cannes en 2016, ‘Yo, Daniel Blake’, duplicando así una Palma de Oro que había obtenido una década antes con ‘El viento que agita la cebada’.

"Sorry We Missed You", de Ken Loach

Se refiere el título del film a la nota que suelen dejar los repartidores cuando no se encuentra en casa el destinatario del envío. Y hace también lógica referencia al trabajo del protagonista, Ricky, para una empresa de reparto, pero con la que no le une ningún contrato ni consigue derecho social alguno. Es esa figura laboral que los neoliberales suelen llamar “emprendedores autónomos”, teóricamente jefes de sí mismos pero sometidos a un régimen de esclavitud que no excluye ni las multas ni las sanciones. Ricky se ve obligado a aceptarlo, después de pasar tiempo en el paro al no encontrar empleo como albañil o pintor, sus anteriores dedicaciones. Ha de comprar una furgoneta para poder repartir, con un horario exhaustivo, utilizando para ello el dinero de vender el coche con que su mujer, Abby, lograba atender mejor su función de asistenta social para una compañía privada con la que el Ayuntamiento de Newcastle, donde se desarrolla el film, ha externalizado la labor, como no podía ser menos.

Situación que, lógicamente, repercute en la familia de Ricky y Abby y sus dos hijos, Seb y Liza, el primero un conflictivo adolescente que parece inspirado en el Álex de ‘Los niños salvajes’, de Patricia Ferreira: como este, falta en el colegio cuantas veces puede para dedicarse a su vocación de pintar grafitis por la ciudad, es expulsado temporalmente del centro educativo, adopta una actitud en ocasiones violenta y la relación con su padre es cada vez más nefasta, mientras su madre trata de restaurar los puentes rotos…

Loach y su habitual guionista, Paul Laverty (para quien ha escrito nada menos que quince películas), introducen entonces una faceta que le da personalidad propia a ‘Sorry We Missed You’. Ya no se trata solo de denunciar una realidad social muy negativa, como tantas veces han hecho, sino de llevarla al terreno del drama familiar que comporta, lo que enriquece ambas dimensiones del film. Pasemos por alto algún previsible recurso de guion y la insuficiente interpretación del actor que encarna a Seb, para recomendarles vivamente este film potente y emotivo. Donde, señala Loach, viene a demostrarse que “mientras la clase media habla de equilibrio entre trabajo y vida privada, la clase obrera se ve empujada por la necesidad”.

Respecto al otro título a concurso, ‘Atlantique’, opera prima de la franco-senegalesa Mati Diop (primera cineasta negra en Sección Oficial), es una película tan pequeña tan pequeña que cuesta ser demasiado duro con ella. Su propuesta de que el amor de una chica de 17 años vence a la muerte de quien ella quiere y de que los otros ahogados en una patera rumbo a España vuelven a estar entre nosotros, posee, así hecha, un tono “amateur” que invita a la fastidiosa indulgencia y el paternalismo que está demostrando la crítica internacional sobre el film. Pero que para identificar a esos muertos vivientes lleven unos falsos ojos como los que venden a dos o tres euros en las tiendas de objetos de broma, resulta ya demasiado, la verdad.

"Beanpole", de Kantemir Balagov

‘Atlantique’ se halla fuera de lugar en una Competición Oficial a la que sí habría merecido acceder la rusa ‘Beanpole’ (‘La Jirafa’), de Kantemir Balagov, sobre la muy peculiar relación entre dos mujeres en el Leningrado posterior al infinito asedio de la II Guerra Mundial; y que cuenta con unas actrices tan maravillosas como de nombres casi impronunciables para un latino, Viktoria Miroshnichenko y Vasilisa Perelygina. Ha sido, sin duda, lo mejor hasta ahora de la sección paralela Un Certain Regard.

Y le llega el turno a Almodóvar y su ‘Dolor y gloria’. Todas las predicciones son que la recepción que va a obtener en el Festival será muy positiva…

(Publicado en "El Norte de Castilla", 18 de mayo de 2019).