"Viaggio in Italia" ("Te querré siempre", 1954), de Roberto Rossellini
Se ha hablado, se está hablando y se va a hablar en Valencia
de la “modernidad cinematográfica”. Un amplio ciclo en la Filmoteca (que
incluye películas como Cronaca di un
amore, Un verano con Monika, Viaggio in Italia, Tirez sur le pianiste o Artistas bajo la
carpa del circo: perplejos), la edición del libro colectivo “Crónica de un
desencuentro: La recepción del cine moderno en España”, coordinado por José
Enrique Monterde y Marta Piñol, así como la celebración de un Seminario sobre
este mismo tema, han centrado el debate sobre una cuestión nada fácil de concretar
como la de la “modernidad” aplicada al terreno fílmico.
Ya lo advierte Juan José Caballero en el volumen recién
citado: “No se puede aspirar a
proporcionar una definición precisa ni ajustada de un fenómeno tan multiforme,
polémico y diverso como el de la modernidad cinematográfica”. Pero, para
entendernos, este término agruparía aquellos movimientos u obras individuales que
surgieron tras la hecatombe de la II Guerra Mundial y que supusieron una
ruptura o un cambio profundo en la evolución del cine, sobre todo en lo que se
refiere a su lenguaje y a su relación con el espectador. Es decir, desde el
neorrealismo hasta las diversas “Nuevas Olas” y el dominio del concepto del
“cine de autor”, en un periodo comprendido entre la segunda mitad de los años
40 y la década de los 70, pero sin desdeñar otras aportaciones posteriores. En
otras palabras, y de manera paralela a lo experimentado por diversas
expresiones artísticas, todo aquello que ha contribuido a configurar el mejor
cine tal como hoy lo entendemos.
En ningún caso, debe confundirse la “modernidad” con lo más
reciente o actual, ni con modas pasajeras. Corresponde a todo lo contrario, a
unas corrientes de pensamiento y acción que subyacen en la profundidad de las
obras, que desde su interior producen cambios cualitativos en ellas y dinamizan
el panorama dentro del que nacen. No es, por tanto, un principio estático, sino
que va generando sus propias respuestas. En los últimos años, por ejemplo,
rompiendo las fronteras entre ficción y documental, destacando la labor de
aquellos cineastas que se interrogan sobre el sentido de su trabajo y la forma
en que lo desarrollan, dando voz a las mujeres que se sitúan al otro lado de la
cámara o, como consecuencia, promoviendo la incesante modulación y
transformación del lenguaje cinematográfico.
¿Cuánto de esa “modernidad”, considerada en el plano
histórico, nos llegó a España? A eso se refiere el “desencuentro” al que hace alusión el libro mencionado y que quedó
patente en el Seminario que acompañó su edición. Por la barrera de la censura,
en primer término, y por cuestiones de distribución que se enmarcaban en la
carencia de información y formación del público potencial, en su momento nos
llegó poco, mal y tarde. De lo que nuestro propio cine sería la principal
víctima.
(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2015).
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