Carta de una lectora


A propósito del artículo "A una niña que va a nacer", la lectora de "Fotogramas" Sandra Reguilón envió una carta a la revista, que reproducimos. La acompañaba de un foto de su hija Laia, recién nacida, al lado de la página con dicho artículo. Este es su texto:


    Querido "Fotogramas":

   Ya son 28 años que llevas acompañándome durante todos los meses. Hemos vivido juntos tanto los buenos como los malos tiempos. Esta ocasión es especial, ya que me acompañas en el nacimiento de mi hija Laia. Al leer la firma invitada de este mes, he reflexionado sobre ello.

Quiero que mi hija aprenda a soñar de la mano de Spielberg, que se ría con los Monty Phyton, que conozca la España de Almodóvar  y Berlanga, que reflexione sobre la luz y oscuridad del ser humano de la mano de Scorsese, que vuele por África en avioneta con  Robert Redford y que sea una niña con la compañía de Pixar.

Querida Laia, Indiana Jones, Hermione Granger, Marty Mcfly, Brave y tantos otros personajes, están deseando que les conozcas.
  Tienes una vida entera de cine por delante.

Sandra Reguilón




A una niña que va a nacer


Podríamos ponernos en plan sesudo para argumentar la necesidad de la alfabetización audiovisual en nuestro país. Podríamos acudir en nuestro auxilio a diversas directivas de la Unión Europea, o a las recomendaciones mil veces expresadas por comités de expertos de todo el mundo mundial. Podríamos fijarnos en las estupendas y contrastadas iniciativas en este terreno de países cercanos como Francia, Gran Bretaña o Dinamarca.

Pero no lo voy a hacer. Voy a fijarme, en cambio, en esa niña muy cercana que va a nacer dentro de poco (no, no se asusten, no es “la niña de Rajoy”) y lo que yo deseo para ella. Entre otras muchas cosas, y de manera fundamental, que reciba una educación como la que yo no recibí. En un capítulo básico, como es el del conocimiento, comprensión y disfrute del lenguaje audiovisual. Deseo que aprenda a leer y a escribir, por supuesto; quiero que se familiarice con la música, con las artes plásticas, con el teatro, con todo aquello que va a permitir su desarrollo cultural. Pero igualmente, ¿por qué no?, con un mundo fascinante de imágenes en movimiento que van a irrumpir inmediatamente en su vida a través del televisor y el ordenador.

Me imagino a esta niña jugando muy pronto a “mover” sus dibujos en “stop motion” o a intentarlo con figuras de plastilina. Me gusta sentirla divertida y emocionada ante films, primero de animación, luego de imagen real, que no sean solo los de consumo masivo. Me complace verla conocer, paso a paso, ese lenguaje y familiarizarse y encariñarse con nombres fundamentales del cine español y de otras latitudes. Me identifico con sus sensaciones al acudir a una sala de cine para ver en pantalla grande lo que ha aprendido en los libros y en fragmentos de películas, en cómo se traduce ese lenguaje tan peculiar y tan universal. Incluso me la imagino haciendo sus pinitos, con los compañeros de clase, poniéndose a realizar un corto con una pequeña cámara o hasta con un teléfono móvil. Creo que sería feliz con todo ello.

No, no se trata de formar cineastas desde las aulas, para eso ya están –si se siente tal vocación– las Escuelas o Facultades correspondientes. Se trata de una cuestión de educación, de que esa niña salga de su instituto o su colegio sabiendo quién era Buñuel, Berlanga, Bardem o Fernán-Gómez; o por qué son importantes Almodóvar, Erice, Gutiérrez Aragón, Amenábar, Josefina Molina, Pilar Miró, Isabel Coixet o Icíar Bollaín; o cuánto han significado el neorrealismo, la “Nouvelle Vague” o los “clásicos” norteamericanos y los “independientes”. Porque también de Historia estamos hablando, de una Historia de menos de 125 años que resulta perfectamente asumible en su imprescindible relato del siglo XX y lo que llevamos del XXI.

Yo no quiero que esta niña que hoy evoco sea una autodidacta que tenga que buscar aquí y allá –como debimos hacer nosotros, por desgracia– lo que tiene derecho a que se le enseñe de manera ordenada y metódica. Nada memorística, nada de aprenderse la filmografía centenaria de un John Ford como si fuera la lista de los Reyes Godos. Nada aburrida, porque la pedagogía actual posee recursos suficientes para que no lo sea en absoluto. ¿Es tan inaudito pedir para el cine lo mismo que para otras disciplinas contemporáneas, lo mismo que para una literatura que nos permite conocer a Cervantes y Machado, una pintura que nos aporta a Goya y Picasso, una música que nos habla de Mozart y Falla, un teatro que nos acerca a Shakespeare y a Lorca?


La Academia del Cine Español ha emprendido con decisión un camino con el fin de que esa cría que va a nacer, y cuantos le preceden en edad, posean los instrumentos necesarios para convertirse en personas educadas en el medio audiovisual y, por tanto, con capacidad crítica ante él. El papel de la Academia no es poner en práctica un plan educativo concreto, sino canalizar ante las autoridades públicas, estatales y autonómicas, lo que desde hace tiempo es una amplia demanda social e insistir en que han de transformarla en realidad. De una vez por todas.

(Publicado en "Fotogramas" nº 2.087, de septiembre de 2017, dentro de la sección "La firma invitada").