Algo pasa con el cine europeo



Se concedían el pasado sábado los Premios del Cine Europeo. Apenas repercusión en España, salvo por los concedidos a Antonio Banderas y a la excelente Buñuel en el laberinto de las tortugas. Algo más de relevancia alcanzaron entre nosotros el pasado año, el del triunfo absoluto de Cold War, pero porque se celebraron en Sevilla y se televisaron en abierto. Sucede otro tanto con la indiferencia con que son recibidos en los distintos países del continente, nadie les hace mayor caso. Sobre todo cuando, como ha sucedido en esta edición, se premia por doquier una película del año anterior, como La favorita, presentada en la Mostra de Venecia de 2018 y que acabó hace tiempo su difusión. De nada le sirve que le lleguen ahora estos galardones de una Academia que podrá tener 4.000 miembros, presididos por Wim Wenders, pero que no logra acertar con una fórmula de premiación de cierto relieve y que ejerza influencia entre los espectadores.
"El traidor", de Marco Bellocchio

Sin embargo, el problema va bastante más allá de unos premios que nunca han llegado a conseguir su objetivo. Lo que inquieta de verdad es la desafección del público español hacia el cine europeo. No hablo en este caso de nuestro cine, sino del de nuestros vecinos, que no hay manera de que interese a una “minoría cualificada”, como sí lo hacía antes. Salvo la excepción de la citada Cold War, que este año se repite con la coreana Parásitos, no es ya que las producciones europeas raramente accedan a los grandes circuitos de exhibición, es que ni siquiera en los de versión original o de “arte y ensayo” funcionan como debieran. Películas ahora o hasta hace muy poco en cartelera como las de Costa-Gavras, Guédiguian, Bellocchio, Loach o los Dardenne (nombres fundamentales del cine europeo) obtienen un número de espectadores que viene a ser la mitad del que lograban hace tan solo unos años, en unas cifras muy desmoralizantes para quienes se arriesgan a traerlas a España.

"Gloria Mundi", de Robert Guédiguian

¿Por qué tan profundo declive? ¿Porque ha envejecido el sector del público que las sostenía y ya no acude a las salas, prefiriendo la comodidad del salón de casa y las plataformas digitales? ¿Porque no se ha producido ese relevo generacional que permitiría una continuidad? ¿Porque se ha impuesto definitivamente el “modelo Hollywood”, con un tipo excluyente de narrativa, de lenguaje fílmico y de estrellato? ¿Porque el cine europeo le resulta a la mayoría lento, aburrido, con demasiados diálogos y preocupado por “fastidiosos” temas sociales? ¿Porque no se cuenta con los despliegues publicitarios de las multinacionales? Es una reflexión abierta, que preocupa mucho a quienes tanto han defendido la “diversidad cultural” y que merece un análisis que vaya más allá de frases tópicas. En eso debemos empeñarnos.

(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2019).

El "Padrecito Stalin"


Marzo de 1953: El féretro de Stalin entra en la Plaza Roja de Moscú


Mostraba el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla un impactante documental de montaje: State Funeral, sobre los tres días que duró el sepelio de Josef Stalin, en marzo de 1953. Cámaras repartidas por diversas repúblicas de la entonces URSS, unidas a las numerosas que filmaron en Moscú, dieron origen a 35 horas de grabación, recogiendo sobre todo el desfile de las innumerables personas que acudieron a despedirle directamente o junto a los monumentos dispersos por las principales ciudades. Con este enorme material, cuatro directores (entre los que el más relevante era Sergei Gerasimov) fueron encargados de realizar un documental de propaganda que iba a denominarse El gran adiós, pero que nunca vio la luz y fue prohibido. Porque el informe secreto de Nikita Kruschev al XX Congreso del Partido Comunista en 1956, denunciando los crímenes del stalinismo y aboliendo oficialmente la política del “culto a la personalidad”, motivaron su radical condena por aquellos mismos que le habían aupado al poder. Hasta el punto de que, cinco años después, los restos del dictador fueron sacados del mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, donde descansaban junto a los de Lenin.

Un gran cineasta, el ucraniano Sergei Loznitsa, ha revisado todo ese material, que pudo emerger del fondo de los archivos en 1988, y ha elaborado con él un documental de dos horas y cuarto. “No es una película sobre Stalin –ha señalado el propio Loznitsa–, sino sobre la gente que aparece en pantalla dándole su último adiós”. Entre ellos, los grandes jerifaltes del momento, como Malenkov, Molotov, el sanguinario Beria o el propio Kruschev, además de dirigentes de partidos comunistas de medio mundo, entre ellos Pasionaria o el alemán Walter Ulbricht. En un desfile incesante que supone la muestra más patente de ese “culto a la personalidad” que antes citábamos y que a los españoles no puede dejarnos de traer a la memoria las enormes filas de personas que se congregaron en torno al cadáver de Franco en el Palacio de Oriente.

El cadáver de Stalin, rodeado por las flores de sus admiradores

Ya Loznitsa había mostrado su dominio del documental de montaje en otros títulos, sobre todo The Trial, que recogía uno de los terribles Procesos de Moscú de los años 30, presentado el pasado año también en el Festival de Sevilla y que comentamos en estas mismas páginas de Turia. Trabajos que suponen testimonios históricos irremplazables, merecedores de que todos los conozcamos y reflexionemos en profundidad sobre ellos. Curiosamente, parece que, frente a esa multiplicidad de imágenes soviéticas, el NO-DO franquista no ofreció ni una sola referencia a la muerte de quien en medios comunistas clandestinos de nuestro país se conocía como “el Padrecito Stalin”...

(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre de 2019).