Entrevista en Castilla y León Televisión



Dentro del programa "Vamos a ver" y  en el espacio "Háblame de ti", Cristina Camell realizó, el 25 de enero de 2019, una amplia entrevista en directo a Fernando Lara. Entrevista que puede verse tanto en la página "web" de Castilla y León Televisión como en el siguiente enlace:


Conchita Montes




Está un tanto olvidada la figura de Conchita Montes, la actriz que desde la década de los 40 y hasta casi su fallecimiento en 1994 alcanzó una gran popularidad. Por eso es muy oportuno el libro que le acaban de dedicar Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo, con el título del nombre de la intérprete y el subtítulo “Una mujer ante el espejo” (Bala Perdida Editorial). De hecho, por extraño que parezca, es la primera biografía a ella dedicada, y 165 apretadas páginas –divididas en 12 capítulos– sirven a los autores para abordar una personalidad polifacética, que englobaba también la escritura de artículos y relatos, la traducción y adaptación de obras teatrales, la formación de una compañía escénica propia y hasta la elaboración del famoso Damero Maldito incluido en “La Codorniz”.

Como acreditados estudiosos de esta revista (que cubrió el largo periodo 1941-1978) y de algunas de las figuras vinculadas a su estilo de humor, como Mihura, Jardiel Poncela o Tono, sobre quien publicarán en los próximos meses, Cabrerizo y Aguilar demuestran su admiración por Conchita Montes, apellido artístico desde el original Carro. También lo hace la prologuista del volumen, Marina Díaz, para quien el libro “expresa y demuestra la labor de una mujer que no puede pasar desapercibida en la necesaria misión de hacer historia de los vericuetos de la cultura española”. Y es que, ahora escriben los autores, “Conchita Montes rompe todas las reglas. Su relación con Edgar Neville, su intelectualismo a ultranza, su independencia, un círculo de amistades formado por Ortega y Gasset, Marañón, Juan Belmonte y Paulette Goddard o su pertenencia a la Academia Breve de Crítica de Arte son rasgos de carácter poco frecuentes en una sociedad como la de aquella España en la que la inmensa mayoría de mujeres solo aspiraba a ser “señora de”.

Aunque vinculada sentimentalmente a Edgar Neville, en una relación extramatrimonial que escandalizaba entonces, es la palabra independencia la que mejor caracteriza a Conchita Montes, conocida con frecuencia como “la Katherine Hepburn española”, incluso por un físico nada ajustado a los parámetros hispánicos de la época y más cercano a los anglosajones. Por lo que Aguilar y Cabrerizo la sitúan, no sin algunas sombras, “ante ese espejo que nos devuelve el tiempo que pasa. En sus primeras películas, cuando era solo un elemento más de lo que de comedia ‘de teléfonos blancos’ pudieran tener las películas de propaganda que rueda en Italia. Más adelante, como símbolo de la bifurcación que el destino ofrece a su personaje en La vida en un hilo. Como atributo narcisista del comportamiento burgués y como su reverso, la constatación del ridículo de las apariencias, en Mi adorado Juan.

Y, por encima de todas ellas, en teatro y luego en cine, aquel El baile que Neville escribiera para ella y Conchita Montes inmortalizase.

"El baile", de Edgar Neville (1959)

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2019).

Ni frío ni calor


Siempre me hizo gracia el conocido chiste en el que una persona pregunta a otra por qué temperatura hace. “0 grados”, le responde. “Ah, está muy bien, ni frío ni calor”, comenta muy convencido… Bueno, pues el cine español en 2018 ni frío ni calor, repitiendo casi las mismas cifras que el año anterior: 17.625.480 espectadores, con una recaudación que vuelve a superar los cien millones de euros, 103.808.053 euros exactamente. Lo que determina una cuota de mercado del 17,5%, una décima más que en 2017, a distancia sideral del cine norteamericano, que supera el 67% de cuota. En su conjunto, el cine ha atraído en España a 97,7 millones de espectadores, con una recaudación global de 585,7 millones de euros, un 2% menos respecto al año precedente, con Jurassic World: El reino caído, realizada por J.A. Bayona, en primer lugar de la tabla, gracias a haber recaudado cerca de 25 millones.

"Campeones", de Javier Fesser

Por supuesto, la valía y la dimensión cultural de una película no se miden por su éxito comercial, pero en un arte popular como el cine sí es un dato a tener en cuenta. Volviendo a la producción española, hay que subrayar que casi la quinta parte de su taquilla (19 millones sobre 103) corresponde a una única película, Campeones, con sus 3.288.420 espectadores, y solo cuatro títulos además de ella superan el millón de espectadores: Superlópez, El mejor verano de mi vida, Perfectos desconocidos y La tribu. En realidad, sumando sus resultados de 2017 y 2018 –se estrenó el 1 de diciembre del primer año–, es el film de Álex de la Iglesia el que merecería la aureola de ganador, con tres millones y medio de espectadores y una recaudación de 22,3 millones de euros, por encima de las grandes cifras del de Javier Fesser.

"Perfectos desconocidos", de Álex de la Iglesia

Pero no les voy a marear más con datos. Digamos, de forma resumida, que 2018 no ha generado grandes cambios en nuestro cine, continuando el claro predominio de las comedias apoyadas por las televisiones privadas, aunque rechazaran Campeones y haya sido TVE la que adquiriese sus derechos de antena. Distribuidas por compañías multinacionales en ocho de los diez primeros títulos del “cuadro comercial de honor”, con A Contracorriente como única distribuidora independiente dentro de él, en el puesto 3 para El mejor verano de mi vida y en el 8 para Sin rodeos. Curiosamente dos “remakes” (también lo es Perfectos desconocidos), en el primer caso de un film italiano y en el segundo de uno chileno, ambos de fuerte éxito en su país, lo que, según dijimos en un Tema de Lara de hace ya tiempo, viene a ser como apostar sobre seguro. Ahora llegan los premios, los Forqué, los Feroz, los Goya, los Fotogramas y tantos otros, previos a los Turia, para celebrar los fastos del éxito y la decepción de quedarse en su camino…

Como ven, nada demasiado nuevo bajo el sol. Ni frío ni calor.

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2019).

Poner puertas al mar


He sido toda mi vida un convencido defensor de las salas de cine y sigo creyendo que es en ellas donde hay que ver las películas. Una buena imagen, un buen sonido, un buen silencio entre los que contemplan la pantalla…, es algo incomparable lo que provoca esta ceremonia laica en la oscuridad. Me horroriza cuando alguien dice que se puede ver cine sin problemas en un “smartphone” o en una “tablet”. Pero eso no es ver cine; es puramente consumirlo de forma apresurada, como quien se toma una hamburguesa industrial para salir del paso. La auténtica contemplación de un film requiere de una sala preparada específicamente para ello, ni siquiera vale de verdad el televisor doméstico por amplias que sean sus dimensiones.


Lo aclaro para que no haya equívocos sobre mi actitud ante el tema que hoy tiene dividida a la comunidad audiovisual. Me refiero, a propósito de la exhibición de Roma, la obra maestra de Alfonso Cuarón, al enfrentamiento producido entre las grandes cadenas de salas y una plataforma digital como Netflix, que ha financiado la película. La polémica viene de atrás y estalló de manera relevante en el Festival de Cannes de este año, cuando, con una reforma en su reglamento, rechazó que pudieran integrarse en la Sección Oficial films que no fueran a proyectarse en los cines. La todopoderosa Asociación francesa de exhibidores así lo impuso en el Consejo de Administración del certamen. Y por eso precisamente Roma –como otras producciones de Netflix– no estuvo en Cannes y se fue a Venecia, donde obtuvo el León de Oro, como quizá consiga el Oscar dentro de unos meses.

Antes de que se pudiera acceder a la película en la plataforma, e incluso ya en ella, Roma se está viendo en algunos cines (cinco en España: en Madrid, Barcelona y Málaga), pero no de los grandes circuitos, como Cinesa, Yelmo, Kinépolis o CineSur, por cierto todos ellos con capital extranjero, agrupados en FECE, la Federación que los reúne a escala nacional. Su postura es que ha de pasar un mínimo de 112 días desde su estreno en salas para que una película acceda a otras “ventanas” y que romper este acuerdo de mercado, no amparado –quede claro– en ninguna disposición legal, significa quebrar la “cadena de valor” imperante hasta ahora. Y acusan a Netflix de aceptar algunas proyecciones públicas solo para lograr premios y distinciones que aporten prestigio a sus productos.

Creo que negarse a llegar a un pacto por parte de los exhibidores significa “poner puertas al mar” y cerrar los ojos a una realidad que se ha transformado radicalmente en pocos años. El criterio proteccionista de los 112 días no debe ser una barrera infranqueable, sino que hay que buscar una flexibilización de las “ventanas” que no trate a todas las películas por igual y permita una convivencia pacífica entre las diversas ofertas al espectador.

(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2018).