Más de medio siglo de cine europeo: Jean-Louis Trintignant

 

Jean-Louis Trintignant, en el rodaje de "Ma nuit chez Maud", de Eric Rohmer (1969)


Era un símbolo excelso del cine europeo, de ese cine que ahora se debilita y quiebra por momentos ante el incontenible empuje de las secuelas, las películas de Marvel o la pirotecnia de los efectos digitales. Un cine que supo alcanzar a amplias capas de espectadores que o bien ya han desaparecido por imperativo físico o han desertado de las salas, sustituidas por las plataformas y los cómodos sofás. Jean-Louis Trintignant supo moverse de un lado a otro del continente, trabajando sobre todo con realizadores franceses, pero también de Italia, Austria, Grecia o la mismísima España, a la que Elías Querejeta le convocó para que protagonizase en 1970 Las secretas intenciones, de Antxon (entonces, Antonio) Eceiza. Su imagen sintetizaba así la trayectoria de unas cinematografías europeas que pugnaban desde el fin de la II Guerra Mundial por transcender fronteras nacionales.

"El conformista", de Bernardo Bertolucci (1970)

¿Qué queda de todo aquello? ¿Qué le dice hoy a la gente joven el nombre de Trintignant? Probablemente poco, porque no le han visto en sus inicios de taimado marido de una Brigitte Bardot deslumbrante en Y Dios creó a la mujer, de Roger Vadim. Ni sintieron cómo se iba apoderando de él la personalidad del pícaro vitalista que interpretaba Vittorio Gassman en La escapada, bajo la batuta de un maestro de la comedia italiana como Dino Risi. Transcurría 1962, en una Italia desarrollista que se convertiría en segunda patria del actor, porque en ella encarnó alguno de sus personajes más memorables, entre ellos y además de ese Roberto de La escapada que le dio fama mundial, el Marcello de El conformista, aquel joven fascista con el que, basándose en Moravia, Bernardo Bertolucci deslumbraría en 1970. Años antes Valerio Zurlini ya había recurrido a él en Verano violento y volvería a reclamarle para El desierto de los tártaros, igual que Luigi Comencini para La mujer del domingo y, en especial, Ettore Scola, a cuyo lado estaría hasta en tres ocasiones consecutivas, en La terraza, Entre el amor y la muerte y La noche de Varennes.

"Z", de Costa-Gavras (1969)

Siguiendo la filmografía de Trintignant destaca, en especial, su adscripción al mejor cine que se hacía en el continente, por alejados entre sí que fueran sus personajes. Difícil resulta encontrar una ilación entre el sereno y profundo conversador que Eric Rohmer situaba en Ma nuit chez Maud y el honesto juez de instrucción del asesinato de un político progresista por parte de la dictadura militar griega en Z, de Costa-Gavras, ambas realizadas en el mismo 1969. Porque en esa distancia, asumida como algo inherente al trabajo interpretativo, hallamos la clave de su talento, la de ajustarse como un guante a sus papeles, ofreciéndoles la máxima credibilidad a través de su cuerpo, su mirada y su voz, esa voz tantas veces solo susurrante, con el mínimo divismo en su actuación. Tímido por naturaleza, Trintignant jamás buscaba estar por encima de esos personajes, sino al servicio de ellos con un generoso esfuerzo que le situaba, según sus propias palabras, “lejos de toda exageración”. Tan distante de una fama que le abrumaba y que siempre rehuyó, sobre todo en sus últimos años, no parece extraño que cuando le preguntaban por su hipotética reencarnación, se imaginase renacido en un pequeño insecto…

"Un hombre y una mujer", de Claude Lelouch (1966)

No estuvo demasiado cerca de los nombres señeros de la Nouvelle Vague, aunque por generación figurase entre ellos. En todo caso, con el citado Rohmer, con Chabrol en Las ciervas, con un Truffaut ya muy enfermo en su última película, Vivamente el domingo, o con un epígono del grupo como Claude Lelouch, que le había regalado en 1966 el enorme éxito de Un hombre y una mujer, donde daba rienda suelta a una pasión automovilística que había heredado de su familia. Además de, por supuesto, trabajar a menudo con la que sería su mujer entre 1960 y 1976, Nadine Trintignant, que le insufló el deseo de dirigir, lo que llevó a cabo en Un día bien aprovechado, de 1972, y Le Maître-nageur, seis años después. Con Nadine tuvo tres hijos, entre ellos la actriz Marie Trintignant, salvajemente golpeada hasta la muerte por su pareja, el cantante de rock Bertrand Cantat.

"Tres colores: Rojo", de Krzysztof  Kieslowski (1994)

Siempre dijo Jean-Louis que aquel trágico día de la agresión machista a su hija en 2003 también él había comenzado a morir… De hecho, se había ido retirando poco a poco de la interpretación, aunque sí supo escuchar la llamada de maestros como Krzysztof Kieslowski para ser el juez retirado de Rojo, el film que cerraba la trilogía Tres colores, que completaban Azul y Blanco; o de Michael Haneke para que incorporase en Amor al marido de una Emmanuelle Riva a quien se le escapaba sin remedio la vida. Genial actuación que supuso prácticamente, en 2012, el adiós de Trintignant.

"Amour", de Michael Haneke (2012)

Repitió, sí, con Haneke en Happy End, cuya fría recepción por el Festival de Cannes de 2017 vivió en una rueda de prensa donde anunció con firmeza que lo dejaba definitivamente. Su posterior presencia inmóvil, casi ciego y con apenas habla en el asilo de Los años más bellos de una vida, donde le visitaba aquella amante Anouk Aimée de Un hombre y una mujer más de medio siglo después, solo era el patente testimonio de un declive que, a los 91 años, ya ha llegado a su fin.


(Publicado en la edición digital de "El Cultural", 18 de junio de 2022).

 


Bardem, más allá del tópico

 

Se van sucediendo diversos actos que nos recuerdan a Juan Antonio Bardem en el Centenario de su nacimiento el 2 de junio de 1922. Precisamente en ese día de un siglo después se presentaba en Filmoteca Española la ficción sonora “Regreso a la Calle Mayor”, realizada por Radio Nacional sobre un guion que él no pudo llevar a la pantalla por falta de financiación y que abría una completa retrospectiva que durará hasta agosto. Al mismo tiempo, en la Academia de Cine y junto a la proyección de Muerte de un ciclista, Diego Sabanés y Jorge Castillejo analizaban la media docena de represivos informes de Censura que la película tuvo que sufrir. Y la Cineteca madrileña ofrecía el preestreno de Juan Antonio Bardem. Vitalista militante, un buen documental de Alberto Bermejo y Daniel Herranz que, sobre todo, tiene la virtud de estar “conducido” por el propio Bardem a través de las entrevistas con él que conserva el archivo de TVE. Formando parte del espacio “Imprescindibles”, la 2 lo emitió el pasado domingo 5, dos días después del programa doble televisivo con la citada Muerte de un ciclista y la imperecedera Calle Mayor en “Historia de nuestro cine”.

Todas estas celebraciones están muy bien, son justas y necesarias, y todavía vendrán algunas otras como la anunciada por el Festival de Valladolid o Cursos de Verano tipo el de Aranda de Duero, donde Bardem rodase la fundamental Nunca pasa nada. Pero me temo que no poseen la dimensión mucho más amplia que adquirieron, por ejemplo, las dedicadas el pasado año a Berlanga. El desdén hacia el cineasta madrileño por parte de las autoridades de su ciudad, tanto en el ámbito autonómico como en el municipal, ambos regidos por el PP, impiden ese mayor alcance, sin duda por la pertenencia de Bardem al Partido Comunista, algo que parece ya superado por el conjunto de la sociedad española pero no por ciertos políticos.

Militancia personal en el PCE que se repite una y otra vez en estos actos conmemorativos. No veo yo tanta insistencia cuando se habla de otros autores y su hipotética filiación a cualquier partido, pero el comunismo sigue teniendo un peso especial entre nosotros. De ahí que, por encima de cualquier otro ingrediente, deseo que el Centenario de Bardem sirva para alejarle de los tópicos que siempre han rodeado su obra y que se le analice como a cualquier otro cineasta. Que seamos, en definitiva, capaces de abordar su decisiva aportación a nuestro cine, la valentía de su temática y el estilo que se empeñó en desarrollar en sus títulos más personales, filmados con maestría técnica y expresiva.

Acompañado por su hijo Miguel y su hermana Pilar, Bardem con el Goya de Honor de 2002

A cambio de ello, se repite incesantemente su pentagrama en las Conversaciones de Salamanca, se someten sus imágenes a un filtro partidista y se le quiere convertir casi en propagandista de unas determinadas ideas. Un profundo error, porque es cierto que Bardem anhelaba ese “cine social, crítico y comprometido con su tiempo” por el que siempre luchó, pero no desde el panfleto, sino desde la gran capacidad creativa de quien –en plena ceremonia de los Goya de 2002– acabó rogando que alguien quisiera producirle una película… Se nos debería caer la cara de vergüenza.


(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2022).


Cannes 2022: Cuando nada de lo humano es ajeno

 


La diferencia entre los grandes cineastas y los que no lo son radica, además de la pertenencia de un estilo propio, en la calidad de su mirada sobre aquella parcela de realidad que pretenden hacer llegar al espectador. Ya sea desde los ámbitos de la ficción imaginada o de la que se basa en datos auténticos, tanto da, lo que importa es la valía humana de su creación. Así lo han demostrado en la 75 edición del Festival de Cannes varios de los autores que llegaron durante la recta final del certamen. Me refiero a Jean-Pierre y Luc Dardenne con Tori et Lokita, a Hirokazu Kore-eda con Broker y, junto a estos reconocidos maestros, un joven realizador que mostraba su segundo largometraje: Lukas Dhont con Close.

Frente a lo que tantas veces se afirma, no es de la entidad de un tema de lo que nace una película importante. Sí, respectivamente, los Dardenne nos hablan del drama de los inmigrantes sin papeles en un país europeo como Bélgica. Y el japonés Kore-eda se traslada hasta Corea para referirse al comercio de niños abandonados por sus madres y susceptibles de ser adoptados mediante una fuerte cantidad de dinero. Y el también belga Dhont, que con Girl ya destacase fuertemente hace cuatro años en la sección paralela Un Certain Regard, se centra en la amistad de dos adolescentes sometidos a una terrible situación. Asuntos importantes, sin duda, pero de lo que deriva la calidad de estas obras es de cómo las comunican sus autores, de la actitud humanista que adoptan ante sus historias, de la emoción y el noble sentimiento que destilan sus imágenes.

Creo que esto es lo que constituye su potencia creativa y lo que llevó al Jurado internacional presidido por el actor francés Vincent Lindon a incluirlas de manera destacada en su palmarés: Tori et Lokita con el Premio Especial 75 Aniversario, equivalente al que se otorgó a Muerte en Venecia con motivo del Aniversario de medio siglo antes; Broker, eligiendo a su protagonista, Song Kang-ho, a quien conocimos sobre todo en Parásitos, como Mejor Actor; y Close mediante un muy justo Gran Premio del Jurado que, lástima, tuvo que compartir con la penosa Stars at Noon, de Claire Denis, en una decisión inexplicable.

Pero a la hora de discernir la Palma de Oro de 2022 los nueve jurados se encaminaron, por una vez, hacia la comedia al otorgársela a la muy divertida (al menos, en sus dos primeros tercios) y fuertemente crítica Triangle of Sadness, de Ruben Östlund, quien conseguía así por segunda vez el máximo galardón, tras obtenerlo cinco años atrás con The Square. Podrá negársele al cineasta sueco algunas virtudes o reprocharle un humor en ocasiones demasiado grueso, pero nadie podrá discutirle su dominio a la hora de mostrar la estupidez de unos seres y de una época donde crece sin cesar la superficialidad y la apariencia. La forma en que los asistentes al Festival, que nos son unos cualquieras, recibieron entre carcajadas y aplausos este Triangle of Sadness indica que el objetivo de Östlund al retratar la estulticia humana había llegado a su objetivo.

Ha sido este 75 Cannes, donde recuperaba sus fechas y sus circunstancias más reconocibles, una edición que ha contado con una Sección Oficial de buen tono medio, mientras que las muestras paralelas palidecían ante el ánimo invasor de su hermana mayor. Aunque haya que tener mayor perspectiva para apreciarlo debidamente, no ha habido descubrimientos extraordinarios, sino confirmación de unos autores que ya contaban con crédito suficiente o habían ido destacando en esas secciones paralelas, como el propio Albert Serra de la muy típicamente suya Pacifiction. Igual que todo en la vida, también el primer Festival del mundo precisa de una cierta renovación que abra nuevos horizontes, distintas perspectivas.

Porque la amenaza está ahí, como se abordó a diversos niveles teóricos y estadísticos en el propio certamen: la inquietud ante el fuerte descenso de espectadores en las salas tras la pandemia. Esa imagen de El show de Truman que figuraba en el sugestivo cartel de la 75 edición, la de Jim Carrey subiendo esforzadamente por la escalera celeste junto a un muro de nubes quizá infranqueable, parece simbolizar el potente desafío al que hoy se enfrenta el cine tal como lo conocemos.


(Publicado en "Turia" de Valencia, 3 de junio de 2022).