Marcar el rumbo

 

Nunca me gustaron demasiado las metáforas marinas, porque el franquismo uso y abusó de ellas, posiblemente por influencia de la presunta “poesía” falangista y del mismísimo almirante Carrero Blanco. Pero hoy me vale la que figura como título de este artículo para resumir el papel que creo que deben desempeñar los Festivales de cine españoles. Sí, porque considero que ha llegado su hora, su momento decisivo para orientarnos en el proceloso mar de la pandemia en que todavía nos hallamos. Tienen la capacidad de señalarnos hacia dónde se mueve la realidad cinematográfica de nuestro país desde una visión global, sin intereses sectoriales, sino sabiendo cuanto se está dilucidando ahora mismo en el mundo audiovisual.

Interior del Kursaal 1, durante una sesión del Festival de Cine de San Sebastián

Me he referido en otras ocasiones al papel tan positivo que desempeñaron los Festivales durante la profunda crisis cinematográfica de la década de los 80, cuando la aparición del vídeo doméstico y la creciente penetración de las televisiones parecían arramblar con las salas y todo su entorno. Los Festivales supieron entonces mantener el “fuego sagrado” de la exhibición de las películas, de su sentido público y social, de su poderío para volver a atraer a los espectadores. Gracias a sus iniciativas, a dotar, por ejemplo, a su programación de carácter de acontecimiento, lograron que no se rompiera la cadena de fidelidades a la gran pantalla.

Esta es la función que también reclamo a los Festivales de 2021, sobre todo a los de mayor peso específico y mejor desempeño. Los dirigen habitualmente personas competentes, que conocen bien su profesión y están informados con detalle de los caminos por los que transita el cine contemporáneo. Y que, como señalaba, son capaces de mirar por encima de intereses concretos que, por legítimos que sean, siempre resultan distorsionantes. Pueden, por tanto, marcar el rumbo de por dónde van a ir el presente y el futuro, y adecuarse o adelantarse a uno u otro mediante sus propuestas, su imaginación y su manera de ofrecer alternativas a los obstáculos. Se han “fogueado”, además, con la experiencia del pasado año, cuando tuvieron que emplear múltiples recursos para sacar adelante sus certámenes, de manera presencial, virtual o mixta, como así fue en muchas ocasiones.

Interior del Teatro Calderón, durante una sesión de la Semana de Cine de Valladolid

Me atrevo, incluso, a plantear la enorme utilidad que tendría una reunión suya, de San Sebastián, Valladolid, Sevilla, Sitges, Málaga, Gijón, Huelva y la Mostra de Valencia si continúa su crecimiento, para analizar en común esos senderos que en este caso no se bifurcarían, como en el cuento de Borges, sino que confluirían en despejar un horizonte ahora nada halagüeño. Solo resultados positivos tendría ese encuentro reflexivo, como una brújula que nos marcase la dirección entre las olas. Otra vez los símiles marinos…


(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2021).

Una España en blanco y negro


Texto incluido en el libro "Explorando los cincuenta", publicado por la Orquesta Nacional de España con motivo de la primera edición del Focus Festival, celebrada en el Auditorio Nacional, en Madrid, durante el mes de marzo de 2021.

«Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres…». El inmortal verso de «Insomnio», el poema que incluyera Dámaso Alonso en su libro Hijos de la ira, poseía una apariencia existencialista, pero resume mejor que nada la España de los años cuarenta. Una España de infinita posguerra, marcada por la muerte, el exilio, la represión, el miedo y una tristeza colectiva que se manifestaba a cada paso, salvo entre los vencedores de la guerra fratricida. Sobre todo en la primera mitad de la década, hasta que las democracias vencieron al nazismo y al fascismo, el régimen franquista sería implacable con los derrotados porque, como señalaría Fernando Fernán-Gómez en su obra teatral Las bicicletas son para el verano, nunca llegó la paz, sino la victoria inmisericorde. Y, en una de las piruetas políticas que tanto utilizó durante casi cuarenta años, el franquismo abandonó el saludo brazo en alto y las proclamas imperiales para cobijarse en el nacionalcatolicismo y proclamarse adalid del anticomunismo.

Por ello, dentro de lo malo, la nueva década de los cincuenta es vista por muchos con los ojos de la esperanza. Sobre todo, desde el 18 de julio de 1951, cuando un nuevo Gobierno marca la sustitución de los ministros falangistas por otros de significación católica, como en el caso de Joaquín Ruiz-Giménez, a quien se sitúa al frente de Educación. También del catolicismo, pero en su versión más extremista y retrógrada, se reclaman tanto el almirante Luis Carrero Blanco, cuya fulgurante carrera política le asciende ahora a ministro de la Presidencia, además de ser ya el consejero áulico de Franco; como Gabriel Arias-Salgado, titular del recién creado Ministerio de Información y Turismo, de quien dependerán hasta 1962 los asuntos culturales.


"Surcos" (1951): La llegada de la familia a Madrid

El cine entre ellos, al frente del cual se sitúa al entonces letrado de las Cortes José María García Escudero, cargo en el que durará menos de un año, pero con tiempo suficiente como para autorizar la exhibición de Surcos, la película que marca una ruptura con el cine español de posguerra. Aunque no provenga de la izquierda, sino de un sector disidente del falangismo como el hedillista, al que pertenecía su realizador, José Antonio Nieves Conde, y con el que simpatizaban los guionistas Eugenio Montes y Natividad Zaro, que contaron con el respaldo literario de Gonzalo Torrente Ballester. Paralelamente, con Apartado de Correos 1001 y Brigada criminal, surge un «cine negro barcelonés» que rompe con imágenes fosilizadas de la década anterior.

Además de mostrar un Madrid insólito en las pantallas dominadas por la censura gubernamental, como el de la emigración incesante desde el campo, la pobreza, el estraperlo o la corrupción, Surcos marcaba el tránsito que se viviría en España entre un capitalismo agrícola y otro de carácter industrial. Al tiempo que la Guerra de Corea iba progresivamente instalando en el mundo occidental una conciencia anticomunista de la que el franquismo se beneficiaba a cada minuto, con un aparato de propaganda realmente abrumador que martilleaba la conciencia de los ciudadanos. Que ignoraban que se seguía ejecutando a destacados guerrilleros anarquistas como Manuel Sabaté o se asesinaba mediante torturas en la Dirección General de Seguridad a socialistas relevantes como Tomás Centeno. La represión, ahora más oculta, continuaba dominando el país.

Pese a tanta crueldad, la sociedad española parecía respirar un poco en estos primeros años cincuenta. Porque, a partir de junio del 52, ya no existirán las odiosas cartillas de racionamiento que marcaban el día a día de los hogares. Y parece entrar un poco el aire del exterior, porque se va olvidando la autarquía proclamada a los cuatro vientos en la década precedente y se recurre a otros sistemas económicos más fructíferos. De hecho, después de que en noviembre de 1950 la ONU anulase la resolución condenatoria de dos años antes con el fin de aislar al Régimen, 1953 marca un doble acontecimiento que lo consolida decisivamente: en agosto firma un Concordato con el Vaticano que concede prerrogativas extraordinarias a la Iglesia católica; y en septiembre establece un pacto militar con Estados Unidos, pasando a ser considerado «aliado preferente» de la gran potencia. La hábil diplomacia diseñada por el ministro de Exteriores, Alberto Martín Artajo, queda culminada con estos acuerdos, mediante los que la Iglesia y Estados Unidos se convierten en el doble sostén de la dictadura.

Aunque, en decidido agradecimiento y tras presidir en Barcelona el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, a Franco se le impone nada menos que la Orden de Cristo y las ayudas económicas continúan fluyendo de forma creciente desde Norteamérica, no todo es un lecho de rosas para el Régimen. Los sectores obreros y estudiantiles empiezan a salir poco a poco a la superficie, ya sea en el movimiento de protesta barcelonés que será conocido como «la huelga de los tranvías», dada la negativa de la gente a montarse en ellos, ya sea en un País Vasco que comienza igualmente a agitarse. En cuanto al sector estudiantil, se suma en él un cierto componente generacional, porque va pasando tiempo desde el final de la Guerra Civil y cada vez se necesita más respirar de forma distinta a la que marcan las consignas del Régimen. Unas consignas que, a través de una prensa siempre oficialista y los obligados «Diario Hablado» (el «Parte» radiofónico) y NO-DO, machacarán con planes como el Badajoz, iniciado en 1952, que llenarían de inauguraciones de pantanos los cines de nuestro país.

La pugna entre tradicionalismo e ideas de vanguardia que se está produciendo en toda la Europa ya democrática se transforma aquí en una lucha soterrada y clandestina entre franquismo y antifranquismo, dentro del cual el Partido Comunista adquiere pronto un papel protagónico. Abandonada la suicida práctica guerrillera tras el desastre del Valle de Arán en 1944 y las mil «huelgas generales revolucionarias» que –según Radio España Independiente, La Pirenaica– iban a acabar de la noche a la mañana con el Régimen, se adopta una línea mucho más fructífera de progresiva penetración en las diversas capas de la sociedad. Para llegar, en 1956, a la política de Reconciliación Nacional que presidirá la ejecutoria del Partido Comunista de España (PCE) hasta la Transición posterior a la muerte de Franco. Y que Bardem llevará al celuloide en La venganza, titulada originalmente Los segadores y que fue masacrada por la censura. Aunque por las cunetas del camino de la «reconciliación nacional» fueran quedando numerosos militantes, que sufren la tortura y la muerte en aras de un ideal revolucionario nunca consumado.

También en el mundo del cine español se está viviendo esa pugna. Frente a las producciones de la década anterior, en las que Cifesa alcanzaría valor de símbolo, se erige el deseo de un tipo de cine diferente, que hable del país y de sus gentes sin acentos heroicos o propagandísticos. Como el que unos fascinados espectadores, muchos de los cuales llegarían a profesionales, contemplaron en Madrid del 14 al 21 de noviembre de 1951 en la Primera Semana del Cine Italiano ofrecida por el Instituto de Cultura de ese país, con películas neorrealistas que la censura impedía que llegaran a las pantallas comerciales. Fue una especie de revelación, de epifanía, que se trasladó a las aulas del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), convertido después en Escuela Oficial de Cine. Allí estudiaban alumnos como Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, nombres de referencia de una generación que buscaba decididamente ese cine español distinto.

Secuencia inicial de "Esa pareja feliz" (1951)

Creo que nada mejor que la primera secuencia de Esa pareja feliz, la película que Bardem y Berlanga dirigieron conjuntamente en 1951, para sintetizar tal cambio de paradigma. En ella asistimos al rodaje de una típica muestra de la prosopopeya imperial hasta que la Reina, interpretada por Lola Gaos, cae de espaldas por un forillo ante la mirada burlona de unos eléctricos que ven cómo se despeña… Es la imagen perfecta de la mutación entre un cine de cartón piedra y otro donde los personajes populares van a tener un papel determinante. Ya como ganadores de un concurso que esperan que les permita escapar por unas horas de la pobreza cotidiana, caso de Esa pareja feliz, o, dos años más tarde, ironizando en Bienvenido, Mister Marshall con la ilusión colectiva de un mundo mejor que nos traerían los norteamericanos y que nunca llegará a cumplirse, en un film icónico dirigido en soledad por Berlanga, pero con guion en el que colaboró Bardem.

Todo este movimiento de renovación en el cine español cristalizaría en las Conversaciones de Salamanca de 1955, exactamente del 14 al 19 de mayo, organizadas por el Cineclub de la Universidad salmantina, que dirigía Basilio Martín Patino, en simbiosis con la revista Objetivo, claramente izquierdista y que sería prohibida poco después. Me resisto a repetir las mil y una veces citadas «conclusiones» de la ponencia de Bardem, porque lo que considero realmente valioso es el ánimo regeneracionista que ensamblaba a los numerosos asistentes. Con actitudes ideológicas muy contrastadas, desde las comunistas que personificaban Ricardo Muñoz Suay y el propio Bardem a las católicas de un José María Pérez Lozano (quien fundaría poco después la publicación especializada Film Ideal), las oficialistas de José Luis Sáenz de Heredia o García Escudero, las universitarias de un Fernando Lázaro Carreter o las un tanto anárquicas de Berlanga e incluso las falangistas de Marcelo Arroita-Jáuregui. Junto a las posturas también críticas de profesionales experimentados como Fernando Fernán-Gómez o Antonio del Amo y de aspirantes a cineastas como Carlos Saura, Julio Diamante o el mismo Patino.

Participantes en las Conversaciones de Salamanca de 1955 

Una verdadera amalgama de posiciones que respondían a que «el cine español vive aislado; aislado no solo del mundo, sino de nuestra propia realidad. Cuando el cine de todos los países concentra su interés en los problemas que la realidad plantea cada día, sirviendo así a una esencial misión de testimonio, el cinema español continúa cultivando tópicos conocidos», por lo que «el problema del cine español es que no es ese testigo que nuestro tiempo exige a toda creación humana», según se proclamó en Salamanca. Lo que determinaba la apuesta por un neorrealismo que llegaba ya tarde hasta nosotros y que se transformaría en un realismo crítico que iba a dominar la práctica artística de la izquierda durante varias décadas. La cultura debía servir de crítica a una sociedad (mejor sería decir régimen político) con la que no se estaba de acuerdo y se deseaba cambiar, o no sería más que un escapismo esteticista… Ello aportaría un volumen de obras muy valiosas en diversos campos, entre ellos el fílmico, pero también una serie de esquematismos y exageraciones que costaría demasiado tiempo eliminar.

"Muerte de un ciclista" (1955): Plano prohibido por la censura

Tiempo después, Berlanga abjuraría de las Conversaciones de Salamanca, culpándolas del declive de la industria del cine español al preconizar esa dimensión realista. No tenía razón, porque los postulados salmantinos no lograron una influencia directa en la legislación ni en las prácticas habituales de la industria, aunque sí, es cierto, en lo que podríamos llamar «conciencia colectiva» del sector. De esta manera, además de Bardem con Muerte de un ciclista y Calle Mayor, otros realizadores iban a sumarse a la corriente crítica, caso de Nieves Conde con El inquilino o Fernán-Gómez con su díptico La vida por delante y La vida alrededor, en un tono de comedia costumbrista que seguía en buena parte la que él protagonizase en Esa pareja feliz.

Pero las películas que se llevaban el gato al agua de las recaudaciones más sustantivas eran las de tan buenos sentimientos como Marcelino, pan y vino o Recluta con niño, las también de enorme éxito interpretadas por Joselito desde El pequeño ruiseñor y las de otras parejas al estilo de Las chicas de la Cruz Roja, El día de los enamorados o las producidas por José Luis Dibildos en Ágata Films. El público español estaba muy necesitado de olvidar, gracias a sentimientos elementales y fáciles sonrisas, lo que demasiado a menudo eran todavía penurias económicas, porque en la mitad de la década de los cincuenta se asiste a un doble proceso, de crecimiento del Producto Nacional Bruto en un 4,2%, pero de una inflación aniquiladora del 16,9% en el coste de vida. Menos mal que desde octubre del 56 la televisión iba a comenzar a salvarnos y que, tres años más tarde, Federico Martín Bahamontes daría al país la alegría de ser el primer español en ganar el Tour de Francia. Y el 600, lanzado por la SEAT en 1957, que se convertirá en el signo de un nuevo estilo familiar, todos tan apretaditos…

Sirvieron asimismo las Conversaciones de Salamanca como precedente de una iniciativa similar non nata: el Congreso Universitario de Escritores Jóvenes, por el que con la obligada fachada del Sindicato Español Universitario (SEU), el sindicato vertical estudiantil, se luchó especialmente desde las filas clandestinas del PCE. Al que todos llamaban simplemente el Partido, por antonomasia, aunque al término de esta década van surgiendo en las aulas otros grupos de oposición antifranquista, entre ellos la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), el Frente de Liberación Popular (FLP), conocido como Felipe, o, ya al inicio de los sesenta, la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE), con cierta raigambre histórica. Pese a todos los esfuerzos desplegados, este congreso literario fue radicalmente prohibido y varios de sus organizadores acabaron en prisión. Influyeron en ello los graves incidentes de febrero de 1956, cuando durante la violenta celebración del Día del Estudiante Caído un joven falangista, Miguel Álvarez, quedó gravemente herido por un disparo cerca del edificio de la Universidad Central madrileña, situado en un casón de la calle San Bernardo.

Las consecuencias no se hacen esperar. Joaquín Ruiz-Giménez es cesado como ministro de Educación y Pedro Laín Entralgo, otra figura de prestigio siempre a vueltas con la idea madre de su libro España como problema, dimite como rector de la citada universidad. La tímida «apertura» iniciada por el franquismo en 1951 finaliza así abruptamente, con un Régimen que se cierra sobre sí mismo, asustado por una creciente oposición clandestina y por la problemática situación en Marruecos. No tanto por su independencia en abril del 56 como por las revueltas que se suceden en la posesión española de Ifni, culminadas por una sangrienta guerra que el franquismo mantendrá prácticamente oculta. Incluso, de forma que no deja de tener un claro simbolismo, se suprime la Guardia Mora como escolta de Franco, ejemplo de actitud colonial respecto al mundo árabe.

Todo ello culmina con el cambio de Gobierno de febrero de 1957, que determina la eliminación de los últimos resquicios del falangismo en beneficio de los tecnócratas del Opus Dei que, con Alberto Ullastres a la cabeza, diseñarán el Plan de Estabilización de 1959. Un ambicioso plan económico que supone el inicio del desarrollismo de la década posterior, pero también el empobrecimiento de amplias capas de la población y una masiva emigración al extranjero que se estima cercana a los dos millones de personas.

Los cinco amigos de "Los golfos" (1959)

Como no podía ser de otra manera, en el cine español acaba reflejándose este cúmulo de situaciones, con una censura gubernamental que trata de impedir denodadamente que cineastas jóvenes, como Carlos Saura en Los golfos, Marco Ferreri en El pisito y Los chicos o un todavía solo guionista Mario Camus, hablen de realidades tan cotidianas como fastidiosas para el Régimen. Algo muy peculiar de estos nuevos creadores es que se relacionan asiduamente con diversos miembros de su generación dedicados a otras disciplinas artísticas, ya sea la literaria de los Ferlosio, Aldecoa, Sueiro o Azcona; la pictórica de los integrantes de El Paso, Estampa Popular y la Escuela de Madrid; o la musical de autores como Luis de Pablo, Antón García Abril, Jesús García Leoz, Cristóbal Halffter, Carmelo Bernaola o Miguel Asins Arbó, insertos en un proceso de renovación vanguardista y a quienes irán incorporando a sus películas. Aunque algunos de ellos, como en el caso de De Pablo, consideren a posteriori que se trató de un trabajo solo de supervivencia, de «mero oficio», lo que no deja de ser una injusticia escuchando la valía de muchas de sus composiciones fílmicas (también es verdad que no todas…, en ocasiones poco apropiadas para el cine) y la confianza que los realizadores depositarían en ellos, sobre todo a lo largo de la década de los sesenta.

Unos y otros formaban parte, en mayor o menor medida, de una cierta «cultura de la disidencia», como se le ha llamado en numerosas ocasiones. Una disidencia marcada ante todo por el antifranquismo, que iba extendiéndose por diversas capas de la población, pero muy especialmente entre los creadores, a menudo afiliados o simpatizantes del Partido. Con la figura básica de quien fuera conocido en la clandestinidad como Federico Sánchez (en realidad, como es sabido, Jorge Semprún), que dirigía los distintos vectores de una intelectualidad que se escapaba cada día más por las costuras del Régimen y a la que este, pese a la enorme represión y continua censura con que lo intentaba, no conseguía domeñar. Y después, dentro de esa marea progresiva, vendrían sectores obreros muy combativos, abogados, economistas, médicos, científicos y tantos otros profesionales que se sumarían paso a paso, tantas veces en silencio, a las filas antifranquistas. Aunque buena parte de la población, por convicción, miedo o simple conformismo, siguiera apoyando a un Régimen totalitario y devastador, que iría mutando con los años como el peor de los virus.

Si España ya había entrado en la Unesco en 1953, eso no significaba una normalización de la vida cultural española. Lo mismo que el fundamental ingreso en la ONU el 14 de diciembre de 1955, y la sucesiva inserción en organismos internacionales de carácter sobre todo económico, no determinaba que el régimen franquista no siguiera siendo considerado como una rara avis dentro del panorama europeo. Asimismo, el cine español trataba de abrir fronteras, como lo demuestra el nacimiento de los dos principales festivales de nuestro país: el de San Sebastián en el 53, que sería utilizado oficialmente como trampolín publicitario cara al exterior; y el de Valladolid tres años después, este segundo con la vitola de Semana de Cine Religioso y muestra de la diferente actitud de la Iglesia respecto al hecho cinematográfico. Al que condenó sin ambages al comienzo, intentó etiquetar después con las «calificaciones morales», que situaban las películas en una escala del 1 al 3R y el 4 según su grado de pecaminosidad, y en el que ahora intentaba penetrar con iniciativas dispares con el fin de poner a salvo la conciencia de los espectadores.

Rodaje en Denia de "El capitán Jones" (1959)

Pero mientras los nombres más significativos de este periodo incrementaban su compromiso con la realidad del país, España se iba convirtiendo en tierra de promisión para Hollywood. Los bajos sueldos y obligaciones sociales, las condiciones meteorológicas de buena parte del territorio y la existencia de equipos técnicos muy capacitados, e incluso la habitual colaboración del Ejército, motivaron el interés del cine norteamericano por rodar aquí. El punto culminante de ese interés se produjo con la llegada del productor Samuel Bronston, artífice de títulos que se iniciarían en 1959 con El capitán Jones y proseguirían con Rey de reyes, El Cid, 55 días en Pekín o La caída del Imperio romano, filmados en los estudios que él mismo había creado en Las Rozas, cerca de Madrid. Aunque tanta predilección por el suelo hispano también se debía a que, gracias a financiar estas películas, la corporación multinacional DuPont lograba sacar de España divisas que tenía congeladas por Hacienda. No es extraño, por tanto, que Bronston produjese a su costa El Valle de la paz, un documental de exaltación del Valle de los Caídos, que había sido inaugurado oficialmente por Franco el 1 de abril de 1959 con la máxima pompa y boato de los que el nacionalcatolicismo era capaz, en el vigésimo aniversario de su victoria.

Como un nuevo ejemplo de la continua interrelación existente esta década entre realidad y cine, el 21 de diciembre de 1959 Eisenhower, el primer presidente norteamericano que visitaba España, se funde en un abrazo con Franco en la base de Torrejón. Ambos pasean en coche descapotable por las calles de un Madrid abarrotado de público en las aceras, que los vitorea. Todo estaba consumado. Tendrán que pasar casi veinte años hasta que, después de múltiples avatares, España acceda a la democracia…


Bibliografía

«1939-1979: 40 años de España» (Tiempo de Historia, Madrid, año VI, núm. 62, enero de 1980).

40 anni di cinema spagnolo: testi e documenti (Pésaro, Mostra Internazionale del Nuovo Cinema, 1977).

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Equipo Reseña, La cultura española durante el franquismo (Bilbao, Ediciones Mensajero, 1977).

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Fèlix Fanés, La vaga de tramvies del 1951: una crònica de Barcelona (Barcelona, Editorial Laia, 1977).

José María García Escudero, La primera apertura: diario de un director general (Barcelona, Planeta, 1978).

Román Gubern, La censura: función política y ordenamiento jurídico bajo el franquismo (1936-1975) (Barcelona, Península, 1981).

Carlos F. Heredero, Las huellas del tiempo: cine español, 1951-1961 (Madrid y Valencia, Filmoteca Española y Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1993).

La historia de España a través del cine (Madrid, AECID, Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas,2007).

Pablo Lizcano, La Generación del 56: la Universidad contra Franco (Barcelona, Grijalbo, 1981).

Miguel Juan Payán, La historia de España a través del cine (San Sebastián de los Reyes, Cacitel, 2007).

Paul Preston (ed.), España en crisis: evolución y decadencia del régimen de Franco (Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1978).

Sergio Vilar, La naturaleza del franquismo (Barcelona, Península, 1977).


Filmografía

Además de las citadas en el texto, se recomienda el visionado de las siguientes películas (que se mencionan por orden cronológico), referidas de forma directa o indirecta a la década de los cincuenta en nuestro país y que ayudan a entenderla en profundidad:

Canciones para después de una guerra (1971)

Documental de montaje (prohibido hasta 1976). Guion y dirección: Basilio Martín Patino. Fotografía: José Luís Alcaine. Música: Manuel Parada. Producción: La Linterna Mágica.

El desencanto (1976)

Documental. Guion y dirección: Jaime Chávarri. Fotografía: Teo Escamilla. Música: Franz Schubert. Intérpretes: Felicidad Blanc, Leopoldo María Panero, Juan Luis Panero y Michi Panero. Producción: Elías Querejeta.

El Sur (1983)

Largometraje. Dirección: Víctor Erice. Guion: Víctor Erice, a partir de un relato de Adelaida García Morales. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: Pablo González del Amo. Música: Enrique Granados y Luis de Pablo. Intérpretes: Omero Antonutti, Icíar Bollaín, Sonsoles Aranguren, Rafaela Aparicio, Lola Cardona, Francisco Merino y Aurore Clément. Producción: Elías Querejeta.

Ovejas negras (1989)

Largometraje. Guion y dirección: José María Carreño. Fotografía: Antonio Pueche. Montaje: Nieves Martín. Música: Bernardo Bonezzi. Intérpretes: Miguel Rellán, José Sazatornil, Juan Diego Botto, Maribel Verdú y Gabino Diego. Producción: Tornasol Films.

Amantes (1991)

Largometraje. Dirección: Vicente Aranda. Guion: Álvaro del Amo, Carlos Pérez Merinero y Vicente Aranda. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: Teresa Font. Música: José Nieto. Intérpretes: Victoria Abril, Jorge Sanz, Maribel Verdú y Alicia Agut. Producción: Pedro Costa.

Los años oscuros (1993)

Largometraje. Guión y dirección: Arantxa Lazcano. Fotografía: Flavio Martínez. Montaje: Julia Juániz. Música: Iñaki Salvador. Intérpretes: Mikel Albisu, Ramón Barea, Txema Blasco, Bárbara Goenaga y Miren Gojenola. Música: Iñaki Salvador. Producción: José María Lara.

Tranvía a la Malvarrosa (1996)

Largometraje. Dirección: José Luis García Sánchez: Guion: Rafael Azcona, a partir de la novela de Manuel Vicent. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Antoine Duhamel. Intérpretes: Liberto Rabal, Ariadna Gil, Fernando Fernán-Gómez, Antonio Resines, Juan Luis Galiardo, Jorge Merino, Sergio Villanueva, Luis Montes, Vicente Parra, Fernando Sansegundo, Pep Cortés, Juan Jesús Valverde, Olivia Navas y Marta Belenguer. Producción: Antonio Saura y Fernando de Garcillán.

El coche de pedales (2003)

Largometraje. Guion y dirección: Ramón Barea. Fotografía: Paco Belda. Música: João Gil. Intérpretes: Álex Angulo, Rosana Pastor, Ione Irazabal, Mikel Losada, Isabel Ruth, Cesáreo Estébanez, Ane Gabarain, Loli Astoreka, Itziar Lazkano y Rubén Rodríguez Lucas. Producción: José María Lara.

Tío vivo c. 1950 (2004)

Largometraje. Dirección: José Luis Garci. Guión: José Luis Garci y Horacio Valcárcel. Fotografía: Raúl Pérez Cubero. Montaje: José Luis Garci. Música: Pablo Cervantes. Intérpretes: María Adánez, Francisco Algora, Jorge Roelas, Manuel Andrés, Ángel de Andrés López y Javivi, entre un amplio elenco. Producción: Juan Carmona, Salvador Gómez Cuenca y José Luis Garci.

Señora de (2010)

Documental. Dirección: Patricia Ferreira. Guion: Patricia Ferreira, María Salgueiro y Carmen Iglesias Rábade. Fotografía: Antón Veciho. Música: Arturo Krees. Producción: O Raio Verde.


La Orquesta Nacional de España, en el primer concierto del Focus Festival


Don Luis

 

Un verdadero acontecimiento cultural está teniendo lugar en Valencia, concretamente en La Filmoteca, quizá sin el extraordinario eco que merece: el Integral Buñuel, iniciado el pasado 15 de enero y que se desarrollará durante todo este año. Poder ver las 32 películas del maestro aragonés, además de España leal en armas (que supervisó) y Buñuel en el laberinto de las tortugas (que recrea en animación el rodaje de Tierra sin pan), supone un regalo impagable para cualquier aficionado. Una retrospectiva completa muy difícil de ensamblar, para el que la Filmoteca Valenciana –que ya había mantenido con Buñuel dos citas en sus 33 años de vida– ha contado con la colaboración de varias entidades vascas integradas en el proyecto Nosferatu. Entre ellas Donostia Kultura, que edita el libro monográfico que, coordinado por Jesús Angulo y Joxean Fernández, completa este Integral Buñuel.

Que hasta ahora, simplemente en sus primeras proyecciones, ya ha reunido a cerca de quinientos espectadores, con una media por sesión que es casi la mitad del aforo actual de la Sala Berlanga del Rialto. Cifra valiosa dados los tiempos que corren pero, ay!, con el déficit de que solo una cuarta parte de los espectadores corresponde a lo que cabría considerar un público joven. Algo que se repite sistemáticamente ante el cine de autor, dado que, según señalamos en un Tema de Lara anterior, ese sector de espectadores parece decantarse ahora hacia un cine documental o con cierto carácter de ruptura. Cuando, en realidad, la máxima ruptura sigue estando en las imágenes buñuelianas, que, pasado tanto tiempo, fluyen bajo muy distintas películas de numerosos realizadores de nuestros días. Por poner el ejemplo de un film reciente de gran éxito, en Parásitos, como su propio director, Bong Joon-ho, reconocería al presentarlo en el Festival de Cannes de 2019, el último celebrado hasta ahora de forma presencial.

El cine de Luis Buñuel es inagotable, nadie como él ha llegado a ser tan perturbador, tan auténticamente radical, tan innovador bajo un aparente clasicismo, logrando llevar a la pantalla los principios surrealistas. Por eso, convendría que en institutos y colegios, en universidades, en todos los niveles de la enseñanza, sus alumnos acudieran en masa hasta La Filmoteca para imbuirse de sus obras, de su estilo, de su mirada única sobre unos personajes y la sociedad que los rodea en cada caso. Como lo viene haciendo en su seguimiento de la programación del Rialto en Turia, Laura Pérez les irá señalando puntual y acertadamente los principales hitos de la retrospectiva de don Luis. Por mi parte, solo deseo subrayar la dimensión de una muestra ejemplar que avalaría el prestigio de cualquier Cinemateca mundial.

La mítica y perturbadora imagen de "Un perro andaluz"


(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2021).


"Soldados": ¡Ay de los vencidos!

 



“Marzo de 1939. Son los últimos días de la Guerra Civil española. El ejército republicano se bate en retirada”. Así, con este rótulo, comienza Soldados, la excelente película de Alfonso Ungría basada en la novela Las buenas intenciones, que Max Aub escribiese durante la primavera de 1953. Casi veinticinco años después llegaría a la pantalla en la que fue primera adaptación, y casi única, de un texto de Aub y cuarto largometraje del cineasta madrileño. Poco apreciado por el público en su momento (se estrenó en noviembre de 1978, en pleno apogeo de películas eróticas tras la desaparición de la censura), siempre lo he considerado como uno de los films de referencia del “Cine de la Transición” y ha permanecido entre los títulos fundamentales de cuantos han abordado nuestro conflicto bélico.

En una entrevista que, para su libro El cine español según sus directores, le hizo Antonio Gregori –precisamente quien produjo y coescribió Soldados–, habla Ungría de que “en la elaboración del guion hicimos muchos cambios con respecto a la novela original. Creo, sin embargo, que lo importante era reflejar el espíritu de la novela y sobre eso no tuvimos ni la más mínima objeción, ni siquiera por los familiares, que siempre suelen ser los más estrictos en este tema”. Dos verdades dice aquí el realizador: que hay muchos cambios entre la novela y la película, y que el espíritu de cómo Max Aub contó las vidas cruzadas de sus cinco personajes centrales se halla plenamente reflejado en las imágenes. Diría más, se encuentra potenciado en ellas, gracias a una notable capacidad de síntesis y, sobre todo, a una estructura narrativa y un estilo de gran capacidad de sugerencia que se elevan por encima del costumbrismo dominante en las páginas. Considero sinceramente que este es uno de los, quizá escasos, ejemplos en que la obra cinematográfica supera a la literaria.



Esas variaciones surgen desde el principio del film: mientras la acción de la novela sigue un transcurso lineal desde el 8 de abril de 1924, en que Remedios se presenta en casa de doña Camila con el niño que dice haber tenido con Agustín Alfaro, pero que realmente lo ha engendrado con el padre de este, don José María (así llamado en el libro, Agustín en la película, acentuando la confusión), las primeras imágenes ya se sitúan en ese marzo del 39 que decía el rótulo inicial y en el que finaliza el texto. Desde ahí parten una serie de “flashbacks” que van afectando a los mismos Remedios y Agustín hijo, pero también a nuevos y apasionantes personajes, como El Tellina, Javier Barroso o Tula, todos coincidentes en ese idéntico escenario de derrota, fracaso y desolación por el éxodo de los republicanos hacia el puerto de Alicante, esperando unos barcos que nunca llegarían.

Es decir, que Soldados empieza y termina donde Las buenas intenciones solo finaliza, recurriendo a esa estructura de saltos en el tiempo que se revela de fuerte riqueza expresiva. Sobre todo, porque permite un incesante juego de elipsis y una acertada solución narrativa a base de escenas breves separadas por fundidos en negro, capaces de resumir en pocos minutos las evoluciones de la trama al haberse sabido seleccionar sus núcleos más representativos. Elogiable trabajo de guion, por tanto, que se traduce en unas imágenes que Ungría convierte a veces en un tanto fantasmales, con sombras, apoyándose en la espléndida fotografía de José Luis Alcaine, dentro de un equipo donde también destacan el montador Javier Morán, el decorador Antonio Cortés y el maquillador Mariano García Rey. El sobresaliente trabajo interpretativo general se sitúa menos en la pareja protagonista, Marilina Ross y Ovidi Montllor, que en las espléndidas actuaciones de Julieta Serrano como la librera Pilar, Paco Algora como el violento anarquista El Tellina, Chema Muñoz como el estudiante Javier Barroso y Claudia Gravy, una actriz tan desaprovechada por el cine español, como la prostituta de lujo Tula.

Primera secuencia de "Soldados", de Alfonso Ungría (1978)

Merece la pena detenerse un poco en todos estos personajes y en la diferente manera en que Max Aub y Alfonso Ungría con Antonio Gregori los han desarrollado. Por lo que tendré que caer, aquí y más adelante, en lo que ahora se llama de manera tan cursi “spoilers” y que siempre se achacó a los “reventadores” de películas. Quedan avisados quienes no quieran seguir adelante, pero resulta algo inevitable cuando se trata del análisis de una obra en concreto y no de una crítica informativa. Porque no hay más remedio que describir que, por ejemplo, el recorrido de la librera Pilar es muy diferente en Las buenas intenciones que en Soldados. En ambos casos se relaciona con un estudiante vago y tarambana, que en el libro se llama Manuel Escalante y que se acaba suicidando, mientras en la película es el comunista Javier Barroso, uniendo ese Escalante con quien en la novela es un bisoño comisario político al que no le dejan hacer propaganda de su ideología en una compañía dominada por los anarquistas. De hecho, una de las mejores secuencias de Soldados es el diálogo entrecortado entre el estudiante y la librera, donde Chema Muñoz y Julieta Serrano “bordan” una especie de intenso y sugerente duelo de palabras y que, en su mayoría, proceden del relato de Max Aub. En él, Pilar se relaciona durante tres años  con Agustín Alfaro hasta que, el 30 de noviembre de 1938, un obús acaba con ella en el Madrid sitiado mientras está en una cola para conseguir carbón. No menos trágico es el destino que le ofrece la película, cuando enloquece al ser abandonada por un Javier Barroso que se niega a ser “su chulo” y matar ella, desesperada, a su hijo tirándole por la ventana.

Por lo que respecta a El Tellina, su violencia emerge en el film desde un seminario indeseado, siguiendo por una mina en la que agrede brutalmente al capataz y se hace el amo de un garito de juego del que saca pingües beneficios. En la película acaba confundiéndose con la marea de refugiados que se encaminan al puerto de Alicante, pero Max Aub le hace “cambiar de chaqueta” apresuradamente y marcharse a Barcelona, donde en cinco años se hace millonario, cambiando su nombre por el de Jaime Colomer y haciendo negocios en Madrid con don José María, el padre de Agustín. Ese personaje que, tanto en las páginas escritas como en las imágenes, es el más detestable de la historia, logrando que su hijo Agustín acepte, por amor hacia su madre, doña Camila, pasar por ser el padre del hijo de Remedios y aparente casarse con ella. Lo que condicionará toda su vida, aunque acabe enamorándose de verdad y echando en falta a su falsa mujer, que le corresponde en la lejanía con ese sentimiento ya imposible de realizar. Imposible en Las buenas intenciones, porque Remedios pasa de prostituirse al lado de Tula en Barcelona a irse a París, pero no en Soldados

El Tellina (Paco Algora) y Agustín (Ovidi Montllor) comparten su odisea

¿La razón? Que Agustín y Remedios, tras mucho desearse en la distancia, se encuentran por fin en un burdel de Alicante y hacen el amor apasionadamente entre las explosiones que restallan sobre la ciudad. Antes de que él sea detenido por un grupo de falangistas que le llevan al Campo de concentración de Los Almendros, al que “no llegaron”, escribe Aub con discreción, mientras que la película muestra cómo Agustín es abatido por la espalda, creyendo escuchar entonces las olas del deseado mar… Ese decisivo encuentro sexual no lo tiene en la novela Agustín con Remedios, sino con Tula, desconocida para él, por lo que Ungría aporta un cierto “consuelo” al espectador mostrándole que, al menos por una vez y en esas terribles circunstancias, la pareja ha logrado consumar su peculiar historia de amor.

El éxodo republicano hacia el puerto de Alicante

Pero, al margen de esa “licencia”, en el final cinematográfico y en el literario predomina la tristeza de los vencidos, un oscuro clima físico y moral por todo lo que se ha sufrido y se avecina, tal como se constata en esa caravana de republicanos derrotados que puebla las carreteras, mucho más presente y definitoria en el film que en la novela. Quizá porque Max Aub se reservaba los párrafos imperecederos de ese éxodo para Campo de Almendros, de 1968, que conforma con otros cinco libros su magistral El laberinto mágico“Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo”. Palabras de un exiliado casi de por vida, dado que, tras la Guerra Civil, Max Aub solo pudo volver a España en 1969 por un breve periodo de dos meses, que le resultaría sumamente decepcionante, como reflejase en su cuaderno de notas La gallina ciega.   

Remedios (Marilina Ross) siente cómo se transforma en amor su relación con Agustín

Párrafo aparte merece el protagonismo de las mujeres en Las buenas intenciones y en Soldados, en medio de las cuales palidece la configuración psicológica de Agustín, quien, en la película no en la novela, acabará matando a su padre al comprobar que continúa su relación con Remedios. Pese a ello, un menor peso dramático alcanza el hijo en la pantalla debido a la interpretación de Ovidi Montllor, encasillado en papeles de persona dominada y pasiva desde Furtivos, de Borau. Frente a su debilidad, se erigen no solo la misma Remedios, sino también Petra y Paca, sus amigas del taller de planchado y que no aparecen en el film, o la mencionada librera Pilar y, sobre todo, Tula, la vibrante Tula, que (tras un matrimonio de conveniencia, que rompe al comprobar que su marido se acuesta con su propia madre) no duda en defender la opción de prostituirse: “¿Por qué no dedicarnos a lo único para lo que, por lo visto, servimos? Por lo menos, lo nuestro es una cosa limpia y clara: tanto tienes, tanto vales (…) Los hombres son unos cerdos, valen según el dinero que tienen. No importa absolutamente nada que sean guapos o feos, jóvenes o viejos, simpáticos o no. Si te atienes a este principio, no te digo que seas feliz, pero vivirás como Dios (…) Ellos quieren lo tuyo –que es lo que a nosotras no nos cuesta un céntimo– y nosotras lo de ellos: sus cuartos. Es un comercio sin trampa, al toma y daca”.

Con palabras así intenta animar a Remedios a que también se prostituya y no tenga que soportar a esos hombres que la acosan a su llegada a Barcelona, que cuando busca trabajo lo más que encuentra es la lascivia de un viejo señorito que solo quiere que se desnude ante él o que tiene que soportar ideas insultantes como las de don José María, quien fuera su amante y padre real de su hijo: “Las mujeres son lo peor del mundo, se meten donde no deben, hijas del demonio, yo no sé por qué les damos tanta importancia”, en un diálogo con Agustín que el film recoge. Ambiente asfixiante para la mujer en ese pasado siglo, cuando únicamente parecían existir para ellas los caminos del matrimonio o la prostitución debido a un inclemente machismo.


Agustín se encamina hacia un final trágico a manos de sus represores 

Salvo una secuencia onírica de carácter erótico-religioso, no muy afortunada, y el lamento por no encontrar en la pantalla algunos sabrosos tipos secundarios, insisto en que considero que la adaptación fílmica de Las buenas intenciones se halla a un altísimo nivel creativo. Donde esos relatos dentro del relato, que denotan la admiración cervantina que profesaba Max Aub, han venido transformados por el lenguaje cinematográfico en una similar estructura de saltos en el tiempo encarnados en los cinco personajes principales. Hasta lograr con Soldados ese “gran fresco histórico donde los sentimientos ocupen lugar preferente” que Alfonso Ungría declaraba haber buscado. Y conseguido, con un sentido poético indudable y la estela de la obra de Max Aub a sus espaldas. E, igual de importante, la bellísima música del Trío nº 2 de Schubert, acompañándonos a lo largo de la proyección…


(Publicado en "CLIJ", Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, nº 299, enero-febrero de 2021).