Conclusiones sobre "La distribución del cine español"


Dentro de su programa "Encuentra Distribución en Seminci", la Semana Internacional de Cine de Valladolid dedica cada año -en colaboración con la Asociación ADICINE- una Jornada a la distribución independiente. En esta ocasión, en la 67 edición del Festival, se centró en los problemas de la distribución del cine español, y he aquí las conclusiones a las que llegaron su medio centenar de participantes, entre los que también estaban representados los sectores de la Producción y la Exhibición:  

1.- El panorama audiovisual español está experimentando una serie de transformaciones vertiginosas que motivan una urgente renovación por parte de los tres sectores de producción, distribución y exhibición.

2.- La pandemia, que tanto ha afectado al mundo cinematográfico durante los dos últimos años, ha venido a acentuar este radical cambio en el modelo de negocio y en las relaciones establecidas con los públicos.

3.- En este tiempo de pandemia, las distribuidoras independientes adoptaron una arriesgada práctica de estrenos que sintieron no reconocida ni compensada cuando la cartelera se fue normalizando en los meses posteriores.

4.- De hecho, mientras la asistencia a las salas cinematográficas se ha reducido en un 47% en relación a 2019, las distribuidoras independientes lo han sufrido con mayor acritud, hasta un 60%, lo que pone en claro peligro su trayectoria futura.

5.- El acelerado crecimiento de las plataformas virtuales supone un nuevo factor que interviene decisivamente en la realidad de los sectores, hasta incluso distorsionarla de forma profunda.

6.- Reclaman los productores y los exhibidores que la distribución se comprometa desde un principio con las películas que va a comercializar, en una labor continuada y de conjunto que consiga que ninguna de ellas se quede sin encontrar a sus espectadores.

7.- Dentro de ese trabajo de distribución, se considera trascendente todo lo relacionado con el ‘marketing’ y la utilización de nuevas técnicas en los planes de promoción, mediante el uso de redes, aplicaciones y cuanto internet facilita, en especial para captar públicos jóvenes.

8.- Preocupa que casi la mitad de la producción anual española quede sin estrenarse en salas: de los 200 títulos que, como media, se producen cada año en nuestro país, menos de la mitad llegan a las carteleras comerciales, con lo que se aborta su primera ventana de explotación y se generan dificultades a la hora de ser aceptados por las siguientes.

9.- Aunque también se da dentro de la ficción, esta carencia afecta básicamente a la producción de documentales, para los que —salvo excepciones— sigue sin existir un adecuado circuito de distribución y exhibición en salas, con un número de copias en explotación acorde con el potencial de cada película.

10.- Continúa incrementándose en el mercado cinematográfico español la peculiar característica de que las películas nacionales de presumible mayor tirón comercial sean distribuidas por compañías multinacionales y no por independientes, contra lo que sucede en los países de nuestro entorno europeo.

11.- En la coyuntura actual, el máximo desafío es recuperar el público perdido en los últimos años, sobre todo entre las generaciones de cinéfilos que han sustentado durante décadas la producción y distribución independientes. Por ello, sería necesario formular una política activa que permita retomar el hábito del ir al cine.

12.- Al igual que en Conclusiones de años anteriores, reclamamos una firme iniciativa pública en la inclusión de la enseñanza cinematográfica y audiovisual en todos los niveles académicos de nuestro país, como método idóneo para salvaguardar la diversidad del cine en su doble faceta, cultural e industrial, tarea para la cual los festivales también deben jugar un mayor papel dinamizador.

Corolario.- Los organizadores del Encuentro ‘La distribución del cine español’ se comprometen a establecer un listado de temas abordados entre los distintos sectores como, por ejemplo, las ventanas de explotación de las películas (dentro del respeto de las normas marcadas por la legislación de Competencia), la cuota de pantalla, las dimensiones idóneas de la producción y la distribución, atender a la conciliación familiar, reconquistar el espacio en la agenda de los medios, potenciar la dimensión internacional del cine español, la apertura de ‘slots’ de emisión en RTVE o las dificultades burocráticas para abrir nuevas salas en los centros de las ciudades…

Dicho listado será enviado a todos los participantes en la Jornada para que identifiquen aquellos problemas que estimen más acuciantes. Asimismo, se propone el establecimiento de mesas intersectoriales que, respaldadas por el Instituto de Cinematografía (ICAA), fueran analizando la problemática citada, o bien se sumen a iniciativas similares ya existentes.

Participantes en el Encuentro sobre "La distribución del cine español"


El resto es silencio

 

Prólogo para el libro "A viva voz: Juan Antonio Bardem, de la A a la Z", con selección de textos y notas de María Bardem, Jorge Castillejo y Diego Sabanés, publicado en octubre de 2022 por la 67 Semana Internacional de Cine de Valladolid y la Academia del Cine Español. 


Nos decían de pequeños que cuando los mayores hablaban, había que callarse. Sabia recomendación que estoy tentado de seguir al plantearme la escritura de este prólogo. Porque ante el torrente de reflexiones, opiniones y recuerdos de Juan Antonio Bardem que tan minuciosa como amorosamente han recogido su hija María, Jorge Castillejo y Diego Sabanés, quizá lo mejor sería un prudente silencio y dejar solo expresarse al gran cineasta.

Pero también sus palabras invitan a que nos detengamos un tiempo para extraerles todo su significado, su jugo conceptual. De ahí que lleguemos a una serie de conclusiones que no suelen establecerse sobre Bardem con la suficiente nitidez. Demasiados tópicos y frases se repiten sobre su figura para que insistamos en ellos al iniciar este libro con el que la Semana Internacional de Cine de Valladolid (y particularmente su Director, Javier Angulo) desea rendirle homenaje.

En primer lugar, es preciso destacar que en las circunstancias históricas en que Bardem vivió, sufriendo en sus propias carnes las diversas represiones del franquismo, no resultaba nada fácil superar un ambiente tan coercitivo para llevar a cabo su “cine realista, crítico y testimonial” sobre una sociedad todavía quebrada por la Guerra Civil. Él, que era un excelente dominador de la técnica fílmica (lo que suele obviarse), podría haberse refugiado en realizar productos fáciles, acomodaticios, que le ofrecieran buenos réditos económicos y profesionales.

No lo hizo así, sino que seducido por el neorrealismo que admirase en las Semanas de Cine Italiano ofrecidas en Madrid a principios de los 50, se lanzó a una difícil senda que irían jalonando títulos señeros como Cómicos, Muerte de un ciclista y Calle Mayor entre 1953 y 1956, en las antípodas de aquellas producciones españolas de cartón piedra que detestaba, para seguir en cambio la admirada estela de un Antonioni o un Fellini. O, dada la fascinación por el cine clásico norteamericano que siempre le acompañó, la del Mankiewicz de Eva al desnudo, en aquel primer largometraje en solitario dedicado a su tradición familiar sobre los escenarios. Un trienio en la dura década de los 50 que le daría a conocer internacionalmente, hasta que un año después de él la masacre censora ejercida contra Los segadores, que ni pudo guardar tal nombre sino el de La venganza, intentase detener su trayectoria de manera abrupta.

Pero sin lograrlo; se diría que no conocían su carácter, fuerte, tenaz, apasionado por su oficio. Hombre jovial y divertido, aunque también podía ser duro e incluso autoritario, Juan Antonio no se arredraba ante cualquier circunstancia. Incluso cabe decir que se sabía imbuido de un espíritu de resistencia ante la adversidad como demostrase su actitud de denuncia en las Conversaciones de Salamanca de 1955, al tiempo de inscribirse por voluntad propia en un amplio grupo generacional en el que también figuraban sus colegas Berlanga, Fernán-Gomez o el José Antonio Nieves Conde de Surcos y El inquilino. Y que se extendía hacia otros campos de la cultura española, como la narrativa de Aldecoa, Ferlosio, Sueiro, Jesús Fernández Santos, Azcona o Delibes; el teatro de Sastre, Buero Vallejo y Carlos Muñiz; las propuestas plásticas de los colectivos El Paso, Dau al Set, Estampa Popular, Equipo 57 y la Escuela de Madrid, e incluso la música vanguardista de Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Antón García Abril o Tomás Marco. Una generación verdaderamente espléndida, cuyos nexos comunes eran, de forma mayoritaria y en mayor o menor grado, la búsqueda de un cierto realismo crítico y un antifranquismo convencido que anhelaba llegar al paraíso europeo lo más pronto posible. Al tiempo que añoraba la ausencia de tantos creadores exiliados tras la debacle de 1939, que les impediría en buena parte establecer con ellos los imprescindibles y lógicos nexos de conexión.

Bardem no se detuvo apenas tiempo ante las murallas censoras. Porque, tras unas Sonatas que no fueron todo lo que él pretendía, llegaron películas de la entidad de A las cinco de la tarde, Los inocentes y, sobre todo, la magistral Nunca pasa nada. Junto a ellas, la “aventura” de lanzarse a coproducir Viridiana desde UNINCI, que él entonces presidía, y cuya prohibición total en nuestro país –más allá: negársele la nacionalidad y no poderse estrenar hasta 1977– supondría tal desastre económico para la productora que la condujo a la quiebra e hizo que Juan Antonio todavía cosechase más enemigos dentro del Régimen y sus aledaños. Ahí sí, en esa tesitura hubo de encaminarse hacia un cine industrial, “alimenticio” se le llamó, que intentó realizar con dignidad y sin ningún desdén. Hasta que El puente, Siete días de enero y Advertencia, además del excelente episodio Jarabo para La huella del crimen y sus muy valiosas series televisivas sobre Lorca y Picasso, devolvieron la ilusión y la sonrisa a su trabajo.

Paralelamente, no estaba al alcance de cualquiera ser y ejercer de comunista en la clandestinidad y cercado por la represión. Desde el compromiso cívico, Bardem practicó con la máxima convicción la ideología que consideraba imprescindible para cambiar un mundo que veía plagado de injusticias. Dos detenciones le costaron al cineasta, una en pleno rodaje de Calle Mayor en Palencia, y otra ya con Fraga como ministro de la Gobernación, además de sufrir numerosas coerciones políticas que se tradujeron en tiempos de paro y proyectos fallidos. Cuando, en medio de una jornada de rodaje de Nunca pasa nada en Aranda de Duero, Bardem pidió a todo el equipo un minuto de silencio ante el fusilamiento de Julián Grimau, es que algo muy hondo bullía en su corazón y su cabeza, ¡estando nada menos que en 1963!

Compromiso personal que se extendió asimismo a los ámbitos profesionales, otro aspecto demasiado poco subrayado. Porque durante quince años Bardem defendió a capa y espada a sus compañeros desde la Presidencia de la ASDREC, todavía inserta en los sindicatos verticales, transformada luego en ADIRCE/ADIRCAE y, por extensión, desde la FERA, la Federación Europea de Realizadores del Audiovisual, cuya Presidencia también ostentó. Etapa que alcanzó especial relevancia a partir de que en 1992 presentase en el Parlamento comunitario, junto a un centenar de colegas y especialistas, un ambicioso plan para la protección del cine europeo, del que nacerían múltiples normas de apoyo para las producciones propias de cada país.

Esta es la perspectiva bifronte de Juan Antonio Bardem que la recopilación y síntesis de Diego Sabanés, Jorge Castillejo y María Bardem han logrado captar y encaminarla sobre todo hacia los más jóvenes, hacia quienes no vivieron aquellos tiempos en blanco y negro. Ni su vida como cineasta y como militante fue nada fácil, ni sus palabras (como cabe comprobar en los dos siguientes centenares de páginas, tan espléndidamente editadas por César Combarros Peláez y diseñadas por Roberto de Uña) fueron nunca dichas a humo de pajas. Preocupado película tras película por hacerse entender por los espectadores, por comunicar con el público tanto desde la exigencia como desde la claridad, empeñado en pulir y profundizar un estilo cada vez más elaborado y peculiar, lo que tampoco suele reconocérsele, Bardem tuvo que soportar una etapa particularmente difícil de nuestra Historia. Durante la que, desde su parcela artística y civil, luchó por oponerse a una dictadura implacable, pese a la cual logró una serie de obras de obligada referencia dentro de nuestro cine.

Pocas veces un autor se ha preocupado tanto por reflejar la vida de su país como hizo Bardem, mostrando y profundizando en sus contradicciones, sus tensiones entre clases, sus conflictos sociales, sus desgarros personales y colectivos en aspectos como el amor, la sexualidad, la ideología, la religión o la ética y la moral de los ciudadanos. Lo señaló claramente Daniel Sueiro cuando, en el prólogo al libro que recogía el guion de El puente que él escribió con el realizador y Javier Palmero, se refiriese a “lo que Bardem ha querido enseñar siempre en sus películas más españolas y más suyas: sencilla y realmente al pueblo español moviéndose y alentando en su propio paisaje, bajo su propio cielo, sobre su propio infierno; debatiéndose en sus contradicciones, pugnando por emerger”.

Por eso, no sé cómo al recibir el Goya de Honor de 2002 por toda su carrera y reclamar con ironía si no habría en la sala un productor dispuesto a contratarle para dirigir una película, no se nos cayó a todos la cara de vergüenza ante ese hombre tan profundamente decepcionado… La verdad es que tampoco tuvimos la debida reacción cuando, año tras año, no le llegaba desde el Ministerio de Cultura un justo y necesario Premio Nacional de Cinematografía. Quien se había entregado a crear imágenes en un periodo oscuro y amargo no recibió, así, lo que tanto se merecía.

Su fallecimiento, el 30 de octubre de 2002, nos sorprendió en plena 47 edición de la Semana de Valladolid. Solo saberlo, interrumpimos la presentación en el escenario de la película de esa noche (Las hermanas de la Magdalena, de Peter Mullan) para comunicar la triste noticia al público. Guardamos un emocionado minuto de silencio mientras recordábamos las diversas ocasiones en que Bardem había venido al Festival, sobre todo aquella en que su Lorca, muerte de un poeta fue elegida Serie del Año de 1987 y su autor recibió una Espiga de Oro especial de manos del entonces Alcalde y Presidente del Patronato del certamen, Tomás Rodríguez Bolaños.

Tenía razón Shakespeare cuando, al sentirse morir Hamlet, nos dejó ya dicho que, a partir de ahí, “el resto es silencio”. Un silencio que ha envuelto demasiado tiempo la obra de autores que forman parte de nuestra memoria individual y colectiva como el muy querido y admirado Juan Antonio Bardem.

Presentación del libro en el Festival de Valladolid. De izquierda a derecha, Fernando Lara, Jorge Castillejo, Fernando Méndez-Leite, María Bardem, Diego Sabanés y César Combarros Peláez 

 


Pilar Miró, más fuerte que la vida

 



¿Cómo sería hoy Pilar Miró, a sus 82 años? ¿Qué habría hecho en este cuarto de siglo transcurrido desde su fallecimiento? Preguntas ante las que solo hay algo totalmente seguro: no sería una viejecita tranquila y serena que diera migas de pan a las palomas y pasease por los parques… Eso era incompatible con una vida marcada por la rebeldía y el inconformismo.

Fue Pilar una mujer adelantada a su tiempo, que siempre quiso ir más allá del papel que determinaba la sociedad. Una sociedad tan dura y restrictiva como aquellos años 40 en los que nació y fue creciendo, producto de una posguerra impenitente. Solo quedaba el refugio de los cines de programa doble para compensar el ambiente autoritario de la casa familiar y la grisura que se respiraba por las calles. Su rebeldía fue entonces la de tantos adolescentes del momento, ver películas y leer libros que le transportasen a mundos mucho más abiertos y prometedores.

Tampoco casaba con la época que quisiese hacer cine y, para lograrlo, entró en la Escuela Oficial de Cinematografía, donde coincidió con otras pioneras como Josefina Molina y Cecilia Bartolomé, aunque ella cursara la especialidad de Guion. De la fascinación que causaba entre sus compañeros da cumplida muestra la práctica documental que le dedicase Juan Tébar, recientemente recuperada por Filmoteca Española. Desplegaba en sus imágenes un ejercicio de narcisismo, quizá imprescindible para manejarse en unas aulas repletas de hombres. Esos mismos que se disputaban llevar a Pilar en sus motos o en sus coches, medio que ella siempre acababa prefiriendo.

Un mundo de hombres que, asimismo, la rodease cuando entró en Televisión Española, donde –según afirmaría muchos años después– sufrió acoso sexual. Resultaba tan insólito ver a una mujer en el centro de un control de realización, dando órdenes a varones de pelo en pecho, que despertó envidias, recelos y tuvo que aguantar no pocas tensiones. Ni en su etapa inicial en programas informativos y magacines, ni en su posterior paso al frente de programas dramáticos, su presencia nunca pasó desapercibida.

No lo pasaría tampoco en el mundo del cine, sobre todo cuando se enfrentó a una petición fiscal de seis años de cárcel por haber dirigido El crimen de Cuenca, en un caso revelador de las contradicciones de la Transición y del que, pese a sobreseerse tras una reforma del Código de Justicia Militar, Pilar no salió indemne, con un corazón que ya mostraba su debilidad. “La vida es demasiado dura”, afirmaría tras recibir esa amenaza legal, y lo decía quien precisamente presumía de serlo... Para más “inri”, Pilar se había atrevido a ser madre soltera, una decisión nada sencilla en aquellos momentos.

Autora de nueve largometrajes a lo largo de toda su trayectoria, no dudó en ponerse al otro lado de la barrera y encargarse de la Dirección General de Cinematografía, donde aplicó sus conocimientos y su experiencia a que nuestras películas se librasen del estigma del destape y la calificación “S” para dar paso a otra producción de mayor valía y peso cultural. De ahí nació el famoso Decreto Miró de 1983, que no hacía sino aplicar fórmulas de éxito en otros países europeos, como Francia o Alemania, para que las ayudas públicas tuvieran un sentido opuesto a como se venían concediendo.

Entre este cargo, que dejaría en 1985, y su aceptación del nuevo desafío que supuso la Dirección General de RadioTelevisión Española al año siguiente, Pilar se apresuró a rodar una película, su adaptación de Werther, tan incomprendida entonces y revalorizada hoy. TVE vivió su etapa más atractiva y renovadora cuando ella la dirigió, hasta que en 1989 un poderoso sector del PSOE se cobró su cabeza a propósito del pago de unos trajes adquiridos para compromisos de representación. Igual que de niña su rebeldía tuvo que guarecerse en programas dobles de technicolor y paisajes lejanos, lo haría ahora poniéndose tras la cámara para lograr con Beltenebros y El pájaro de la felicidad sus mejores obras y con El perro del hortelano, un proyecto en el que nadie creía, su último éxito profesional.

Pero, después de una grave segunda intervención, su corazón se siguió debilitando, a cuya mejoría no ayudó precisamente la complicada realización de la ceremonia de la boda de la entonces infanta Cristina, igual que había hecho con la de su hermana Elena. Y así, sin apenas darnos cuenta, Pilar Miró fallecería el 19 de octubre de 1997, con tan solo 57 años y ante la desolación de su hijo Gonzalo, entonces de solo 16, y de cuantos la sentíamos amiga.

“Nadie me enseñó a vivir”, escribió Pilar en cierta ocasión, y Diego Galán tomó esa frase como título de su excelente libro sobre ella. No, no nos enseñaron a vivir en un país envuelto, primero, por el miedo; después, por el rigor autoritario; más adelante, por un desarrollismo banal, y siempre bajo la sombra del dictador. Al ser mujer y en España, la autora de aquel Gary Cooper, que estás en los cielos… tan revelador de su personalidad, tuvo que sufrir esos periodos con multiplicada intensidad. Pero desplegando valentía para hacerlos frente y, con no poca habilidad y mano izquierda, someterlos a fuerza de coraje. Aunque como llamase Juan Antonio Pérez Millán a un pionero estudio sobre ella, en 1992, quiso ser ante todo “Directora de cine”. Con el íntimo deseo de hacer películas “más fuertes que la vida”, de esas que tanto le arrebataban desde las pantallas de la adolescencia.

  (Publicado en la edición digital de "El Cultural", 19 de octubre de 2022)