¿Cómo sería hoy Pilar Miró, a sus 82 años? ¿Qué habría hecho
en este cuarto de siglo transcurrido desde su fallecimiento? Preguntas ante las
que solo hay algo totalmente seguro: no sería una viejecita tranquila y serena
que diera migas de pan a las palomas y pasease por los parques… Eso era
incompatible con una vida marcada por la rebeldía y el inconformismo.
Fue Pilar una mujer adelantada a su tiempo, que siempre quiso
ir más allá del papel que determinaba la sociedad. Una sociedad tan dura y
restrictiva como aquellos años 40 en los que nació y fue creciendo, producto de
una posguerra impenitente. Solo quedaba el refugio de los cines de programa
doble para compensar el ambiente autoritario de la casa familiar y la grisura
que se respiraba por las calles. Su rebeldía fue entonces la de tantos
adolescentes del momento, ver películas y leer libros que le transportasen a
mundos mucho más abiertos y prometedores.
Tampoco casaba con la época que quisiese hacer cine y, para
lograrlo, entró en la Escuela Oficial de Cinematografía, donde coincidió con
otras pioneras como Josefina Molina y Cecilia Bartolomé, aunque ella cursara la
especialidad de Guion. De la fascinación que causaba entre sus compañeros da
cumplida muestra la práctica documental que le dedicase Juan Tébar,
recientemente recuperada por Filmoteca Española. Desplegaba en sus imágenes un ejercicio
de narcisismo, quizá imprescindible para manejarse en unas aulas repletas de
hombres. Esos mismos que se disputaban llevar a Pilar en sus motos o en sus coches,
medio que ella siempre acababa prefiriendo.
Un mundo de hombres que, asimismo, la rodease cuando entró en
Televisión Española, donde –según afirmaría muchos años después– sufrió acoso sexual.
Resultaba tan insólito ver a una mujer en el centro de un control de
realización, dando órdenes a varones de pelo en pecho, que despertó envidias,
recelos y tuvo que aguantar no pocas tensiones. Ni en su etapa inicial en
programas informativos y magacines, ni en su posterior paso al frente de
programas dramáticos, su presencia nunca pasó desapercibida.
No lo pasaría tampoco en el mundo del cine, sobre todo cuando
se enfrentó a una petición fiscal de seis años de cárcel por haber dirigido El crimen de Cuenca, en un caso
revelador de las contradicciones de la Transición y del que, pese a sobreseerse
tras una reforma del Código de Justicia Militar, Pilar no salió indemne, con un
corazón que ya mostraba su debilidad. “La vida es demasiado dura”, afirmaría
tras recibir esa amenaza legal, y lo decía quien precisamente presumía de
serlo... Para más “inri”, Pilar se había atrevido a ser madre soltera, una
decisión nada sencilla en aquellos momentos.
Autora de nueve largometrajes a lo largo de toda su
trayectoria, no dudó en ponerse al otro lado de la barrera y encargarse de la
Dirección General de Cinematografía, donde aplicó sus conocimientos y su experiencia
a que nuestras películas se librasen del estigma del destape y la calificación
“S” para dar paso a otra producción de mayor valía y peso cultural. De ahí
nació el famoso Decreto Miró de 1983, que no hacía sino aplicar fórmulas de
éxito en otros países europeos, como Francia o Alemania, para que las ayudas
públicas tuvieran un sentido opuesto a como se venían concediendo.
Entre este cargo, que dejaría en 1985, y su aceptación del
nuevo desafío que supuso la Dirección General de RadioTelevisión Española al
año siguiente, Pilar se apresuró a rodar una película, su adaptación de Werther, tan incomprendida entonces y
revalorizada hoy. TVE vivió su etapa más atractiva y renovadora cuando ella la
dirigió, hasta que en 1989 un poderoso sector del PSOE se cobró su cabeza a
propósito del pago de unos trajes adquiridos para compromisos de representación.
Igual que de niña su rebeldía tuvo que guarecerse en programas dobles de
technicolor y paisajes lejanos, lo haría ahora poniéndose tras la cámara para
lograr con Beltenebros y El pájaro de la felicidad sus mejores
obras y con El perro del hortelano, un proyecto en el que nadie creía, su último éxito profesional.
Pero, después de una grave segunda intervención, su corazón
se siguió debilitando, a cuya mejoría no ayudó precisamente la complicada
realización de la ceremonia de la boda de la entonces infanta Cristina, igual
que había hecho con la de su hermana Elena. Y así, sin apenas darnos cuenta,
Pilar Miró fallecería el 19 de octubre de 1997, con tan solo 57 años y ante la
desolación de su hijo Gonzalo, entonces de solo 16, y de cuantos la sentíamos amiga.
“Nadie me enseñó a vivir”, escribió Pilar en cierta ocasión, y Diego Galán tomó esa frase como título de su excelente libro sobre ella. No, no nos enseñaron a vivir en un país envuelto, primero, por el miedo; después, por el rigor autoritario; más adelante, por un desarrollismo banal, y siempre bajo la sombra del dictador. Al ser mujer y en España, la autora de aquel Gary Cooper, que estás en los cielos… tan revelador de su personalidad, tuvo que sufrir esos periodos con multiplicada intensidad. Pero desplegando valentía para hacerlos frente y, con no poca habilidad y mano izquierda, someterlos a fuerza de coraje. Aunque como llamase Juan Antonio Pérez Millán a un pionero estudio sobre ella, en 1992, quiso ser ante todo “Directora de cine”. Con el íntimo deseo de hacer películas “más fuertes que la vida”, de esas que tanto le arrebataban desde las pantallas de la adolescencia.
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