Los guionistas de Fellini


Hasta el mes de abril, podrá disfrutarse en La Filmoteca valenciana del magnífico ciclo dedicado a Federico Fellini con motivo del Centenario de su nacimiento, que se cumplió exactamente el pasado lunes 20. También otras cinematecas de nuestro país, como la Española o la de Catalunya, le dedican retrospectivas similares, lo mismo que el conjunto de las europeas. La ocasión sin duda lo merece, porque nos hallamos ante uno de los autores más personales e irrepetibles de la historia del cine, con una estética propia, siempre entre el barroquismo y la representación de la realidad, que incluso ha propiciado el nacimiento de un concepto, “lo felliniano”.

Tullio Pinelli, con Federico Fellini

Pero precisamente en este momento, cuando se suceden artículos y ensayos sobre el gran director de Rímini, sobre su peculiarísima forma de crear imágenes, quiero resaltar la labor de los guionistas que trabajaron a su lado y que –pese al eminente subjetivismo del “regista”– contribuyeron de manera decisiva a la formación de ese mundo singular. Tullio Pinelli, Ennio Flaiano, Brunello Rondi, Bernardino Zapponi y Tonino Guerra fueron, sucesivamente o al tiempo (dada la habitual práctica italiana de elaborar los guiones entre varios), quienes más acompañaron a Fellini en su trayectoria profesional. Aparte de tal compañía, llegaron a ser literatos del máximo relieve en el panorama cultural europeo, dentro de la espléndida generación que surgió tras el fin de la II Guerra Mundial y que se movió entre el neorrealismo de los 40 y la inquietud existencial de las dos siguientes décadas.

Fue Rondi el menos destacado en ese conjunto literario, pues prefirió la realización cinematográfica a la escritura, lo que no impidió que Fellini le tuviese como “guionista de guardia” en películas fundamentales como La dolce vita u Ocho y medio para que diera forma a sus variaciones durante el rodaje, como se hace ahora en las series televisivas. A Flaiano se le deben muchos de los diálogos más inspirados de la filmografía felliniana, cualidad que también tuvo ocasión de comprobar Berlanga en Calabuch y El verdugo. Mientras Pinelli intervino nada menos que en trece títulos de “il maestro”, entre Luci del varietà y La voz de la Luna, aunque se pelease con él a causa de Giulietta de los espíritus; Zapponi, compañero suyo desde la época de los semanarios satíricos, le aportó su sentido de la adaptación para abordar el Satiricón o la figura de Casanova, y Tonino Guerra le transfirió su dominio de la estructura a la hora de sistematizar recuerdos individuales y colectivos, por ejemplo en Amarcord o Y la nave va.

Tonino Guerra y Fellini

Me parece estupendo que se homenajee a Fellini cuanto se merece. Pero, al tiempo, que se valore a los guionistas que tanto influyeron en su cine.

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2020).

El año Galdós


Benito Pérez Galdós, por Joaquín Sorolla


Lo dijo hace ya tiempo Arantxa Aguirre: “Es hora de que España reconozca a Galdós su talla de gigante”. La celebración del Centenario de su fallecimiento el 4 de enero de 1920 puede ser una ocasión idónea para lograrlo y situar al escritor canario al nivel que le corresponde junto a un Balzac o un Dickens. Porque –argumenta Aguirre– es “un autor que, a lo largo de decenas y decenas de espléndidas novelas, lleva a cabo un retrato de la sociedad de su tiempo, que nos describe y nos explica genialmente”, gracias a la “penetración de su mirada, capaz de captar tanto las grandes líneas de las pasiones como la riqueza de matices en las que se revela el alma humana”.

Si cito a Arantxa Aguirre es porque ella ha estudiado como nadie las relaciones entre Galdós y el cine en su libro “Buñuel, lector de Galdós”, de 2006 pero que había obtenido tres años antes el Premio Internacional de Investigación sobre el novelista. Incluso lleva mucho tiempo pensando en un “gran documental sobre Galdós”, que realizará en cuanto tenga ocasión… Durante ese mismo año de 2003, Ramón Navarrete, otro estudioso sobre las adaptaciones a la pantalla de las obras de Galdós (a quien, por cierto, interesaba profundamente el cine, contra la opinión de la mayoría de intelectuales de su tiempo), publicó “Galdós en el cine español”, analizando las versiones de sus novelas existentes en nuestro país, una docena que le convierten en uno de los autores españoles más adaptados, junto a Palacio Valdés, Fernández Flores o Delibes. Con especial predilección por parte de los cineastas hacia “El abuelo”, desde el cine mudo a Garci, ya fuese con este mismo título o con el de La duda. Y, además de la espléndida serie televisiva de Mario Camus sobre “Fortunata y Jacinta”, alguien por encima de todos: Don Luis Buñuel en Nazarín y Tristana, e impregnando Galdós otras varias películas fundamentales suyas, en especial Viridiana.

"Tristana", de Luis Buñuel (1970)

Lo más interesante es que, en mi opinión, Buñuel se apoyó en ambos relatos galdosianos para “traicionar” su sentido último, muy condicionado en el caso del escritor por su etapa de “novelas del espiritualismo cristiano”, durante finales del siglo XIX y comienzos del XX. Partiendo de la base de que “encontré en las obras de Galdós elementos que podríamos incluso llamar ‘surrealistas’: amor loco, visiones delirantes, una realidad muy intensa con momentos de lirismo”, Buñuel llevó a su terreno los textos originales, dotándoles de una orientación plenamente ajustada a su visión del mundo, de los conflictos personales y de las pautas sociales e ideológicas. Es el privilegio de los “grandes”: aproximarse a un autor admirado para aportar una visión creativa propia. Sin duda, Galdós y Buñuel se hallan en ese grupo.

(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2020).