Benito Pérez Galdós, por Joaquín Sorolla
Lo dijo hace ya tiempo Arantxa Aguirre: “Es hora de que España reconozca a Galdós su talla de gigante”. La
celebración del Centenario de su fallecimiento el 4 de enero de 1920 puede ser
una ocasión idónea para lograrlo y situar al escritor canario al nivel que le
corresponde junto a un Balzac o un Dickens. Porque –argumenta Aguirre– es “un autor que, a lo largo de decenas y
decenas de espléndidas novelas, lleva a cabo un retrato de la sociedad de su
tiempo, que nos describe y nos explica genialmente”, gracias a la “penetración de su mirada, capaz de captar
tanto las grandes líneas de las pasiones como la riqueza de matices en las que se
revela el alma humana”.
Si cito a Arantxa Aguirre es porque ella ha estudiado como nadie
las relaciones entre Galdós y el cine en su libro “Buñuel, lector de Galdós”, de
2006 pero que había obtenido tres años antes el Premio Internacional de
Investigación sobre el novelista. Incluso lleva mucho tiempo pensando en un “gran documental sobre Galdós”, que realizará
en cuanto tenga ocasión… Durante ese mismo año de 2003, Ramón Navarrete, otro estudioso
sobre las adaptaciones a la pantalla de las obras de Galdós (a quien, por
cierto, interesaba profundamente el cine, contra la opinión de la mayoría de
intelectuales de su tiempo), publicó “Galdós en el cine español”, analizando las
versiones de sus novelas existentes en nuestro país, una docena que le
convierten en uno de los autores españoles más adaptados, junto a Palacio
Valdés, Fernández Flores o Delibes. Con especial predilección por parte de los
cineastas hacia “El abuelo”, desde el cine mudo a Garci, ya fuese con este
mismo título o con el de La duda. Y,
además de la espléndida serie televisiva de Mario Camus sobre “Fortunata y
Jacinta”, alguien por encima de todos: Don Luis Buñuel en Nazarín y Tristana, e
impregnando Galdós otras varias películas fundamentales suyas, en especial Viridiana.
"Tristana", de Luis Buñuel (1970)
Lo más interesante es que, en mi opinión, Buñuel se apoyó en
ambos relatos galdosianos para “traicionar” su sentido último, muy condicionado
en el caso del escritor por su etapa de “novelas
del espiritualismo cristiano”, durante finales del siglo XIX y comienzos
del XX. Partiendo de la base de que “encontré
en las obras de Galdós elementos que podríamos incluso llamar ‘surrealistas’:
amor loco, visiones delirantes, una realidad muy intensa con momentos de
lirismo”, Buñuel llevó a su terreno los textos originales, dotándoles de
una orientación plenamente ajustada a su visión del mundo, de los conflictos
personales y de las pautas sociales e ideológicas. Es el privilegio de los “grandes”:
aproximarse a un autor admirado para aportar una visión creativa propia. Sin
duda, Galdós y Buñuel se hallan en ese grupo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2020).
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