La pervivencia de un mito

 

Se caracteriza un mito por atravesar las fronteras temporales y espaciales. Referido el cine, es lo que sucede con el personaje de Napoleón Bonaparte: su figura atraviesa décadas a través de las más variopintas películas. Entre ellas, solo una ha alcanzado una dimensión gigantesca, la de Abel Gance en 1927. ¿Conseguirá ahora el film de Ridley Scott, con Joaquin Phoenix, elevarse por encima de sus predecesores?

"Napoleón", de Abel Gance (1927)

Imaginó Abel Gance Napoleón motivado por su entusiasmo hacia el cine de Griffith y, en concreto, por El nacimiento de una nación. Pensó entonces llevar a cabo algo similar en Francia y que la manera idónea de hacerlo era una superproducción sobre quien consideraba el más universal de sus compatriotas, el corso Bonaparte. Casi tres años invirtió en el proyecto, lanzándose a un tan valiente como excesivo desafío técnico, aspecto en el que ya había demostrado su dominio en La rueda, de 1923. El fallido objetivo era llegar a seis películas (solo se realizaría una), con episodios biográficos de los que únicamente asistimos a los dos primeros, La juventud de Bonaparte y Bonaparte y el terror, así como al inicio del tercero, La campaña de Italia.

Multipantalla en el "Napoleón" de Gance

Gance era capaz de lo mejor y de lo peor. Entre lo segundo, un desaforado hipernacionalismo que convertía a Napoleón en el salvador de toda Europa. La grandielocuencia, la hipérbole continua en sus planteamientos, el fatigoso histrionismo figuraban en esa parte negativa de su autor. Pero también había en Gance la personalidad de un visionario, de un cineasta adelantado a su tiempo. Cuando la película pasaba de una a tres pantallas en ciertos momentos espectaculares, precedía en un cuarto de siglo al Cinerama. Cuando la cámara se movía a velocidad insólita a grupas de un caballo y en una batalla infantil de bolas de nieve; o la pantalla se dividía en nueve imágenes distintas, estaba ofreciendo soluciones precursoras para la puesta en escena. Aspectos técnicos en los que, hay que subrayarlo, contó con la decisiva colaboración de un español, el turolense Segundo de Chomón.

Marlon Brando como Napoleón en "Désirée", de Henry Koster (1954)

Como producto de su verdadera obsesión napoleónica, Gance rehizo varias veces su Napoleón e incluso su penúltima obra sería Austerlitz, en 1960. De esas reediciones, la más famosa y lograda fue –ya fallecido el cineasta– la que efectuó el historiador británico Kevin Brownlow, incorporándose posteriormente a ella música de Carmine Coppola. En España se estrenó esta versión en la inauguración del Festival de Valladolid de 1985, y se recibió con entusiasmo, sobre todo entre los más jóvenes. Mientras, por doquier, nacían nuevos títulos con Napoleón como protagonista o en torno a su época, con una panoplia de actores interpretándole, entre los que el más famoso fue el Marlon Brando de Désirée, de Henry Koster (1954).

"Napoleón", de Ridley Scott, con Joaquin Phoenix (2023)

Y siempre quedó en el aire el muy ambicioso, pero nunca realizado, proyecto de Stanley Kubrick, en el que confesaba querer reflejar “la responsabilidad y los abusos del poder, la dinámica de la revolución social, la relación del individuo con el Estado, la guerra y el militarismo”. En el último Festival de Berlín, Steven Spielberg anunció su propósito de reemprender el guion de Kubrick pero no en una película, sino en formato de serie. Entre ella y el film de Scott, el Emperador resurgirá de sus cenizas en estos tiempos convulsos.


(Publicado en "El Cultural", 17-23 de noviembre de 2023).

 

 


El cine de Hayao Miyazaki

 

Texto de la exposición presentada ante el Pleno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 13 de noviembre de 2023. Este llamado "Espacio de Reflexión" venía acompañado por un  Power Point, cuyas imágenes se mostraban en aquellos momentos señalados por los sucesivos números que aparecen en dicho texto.

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Buenas tardes.

Antes de entrar en la obra de Hayao Miyazaki, permítanme unas breves notas sobre el cine de animación en general.

Dar vida y movimiento a lo que es inanimado. Dotar de dinamismo a lo que, en principio, es algo inerte, como un dibujo en un papel o un muñeco en una estantería. Este es el “milagro” que define al cine de animación desde el invento de los Lumière en 1895. E incluso antes, porque ya en los experimentos de su prehistoria se había avanzado en esta ilusión de que objetos y personas se mostrasen a los espectadores de forma dinámica. Aunque ha sido el dibujo el principal soporte de la animación, ha desarrollado con el tiempo muy diversas muestras, trabajando con muñecos, marionetas, siluetas, pinturas, arena…, en un sinfín de propuestas imaginativas. Incluso fundiéndose con el documental en las últimas décadas, cuando ya el género ha compartido definitivamente su faceta infantil con la de contenidos adultos, lo que ha aumentado su alcance cara al público.

De hecho, la animación surge prácticamente con el propio cine, con pioneros como el francés Émile Cohl y el norteamericano Stuart Blackton en los primeros años del siglo XX. O, basándose en la imagen fotográfica, la obra de Georges Méliès, con quien rivalizó desde la todopoderosa firma Pathé un español: el turolense Segundo de Chomón, autor de cortometrajes tan valiosos como El hotel eléctrico o Una excursión incoherente. Pero sería la figura de Walt Disney la que dominaría esta modalidad a partir de las breves piezas de Mickey Mouse y de su primer largometraje, Blancanieves y los siete enanitos, de 1937. La inmensa popularidad alcanzada por sus producciones, basadas sustancialmente en relatos infantiles, motivó que se asociara a ella la animación de manera abusiva. Pero no hay que olvidar que, enseguida, en 1940, el propio Disney lleva a cabo Fantasía, donde “visualiza” famosas composiciones de Bach, Beethoven, Schubert, Tchaikovski o Stravinski.

Hayao Miyazaki, dibujando en su estudio 

Van surgiendo autores fundamentales del cine de animación en los más diversos confines, como Lotte Reiniger en Alemania, Norman McLaren en Canadá, Jirí Trnka, Karel Zeman y Jan Svankmajer en la entonces Checoslovaquia, el grupo británico de Aardman Animations, o Bruno Bozzetto en Italia. Y, décadas después del surgimiento de Disney y paralelamente a su filmografía, la figura señera del japonés Hayao Miyazaki (2), cuya última película, El chico y la garza, se proyecta actualmente en los cines de nuestro país (motivo por el que le dedicamos estos minutos), después de inaugurar la pasada edición del Festival de San Sebastián. La acogida del público español ha sido espectacular, siendo, por ejemplo, el título de mayor recaudación por pantalla, más de 3.500 euros, en el primer fin de semana de su exhibición.

"Nausicaä del Valle del Viento" (1982)

Precisamente el Director de ese certamen, José Luis Rebordinos, ya había subrayado en el libro “El principio del fin” la maestría de Miyazaki, al considerarlo “el poeta de la animación, que algún día ocupará el lugar que le corresponde en la historia del cine, como uno de los cineastas más grandes, comparable a Ozu, Dreyer o Ford”. Una maestría que se iría fogueando en el diseño de series televisivas inolvidables como Heidi y Marco, y en el ámbito global del “anime”, el género de animación japonés por excelencia, al que pronto él dotaría de una personalidad muy específica, por encima incluso de otros importantes autores como Isao Takahata o Fujio Fujiko. Al comienzo, mostrando su atractivo por la cultura europea, presente en su primer largometraje, de 1979, Arsenio Lupin III: El castillo de Cagliostro (3), sobre el famoso ladrón de guante blanco que miles de seguidores tuvo en Japón. Pero solo tres años después, viraría hacia un relato distópico, Nausicaä del Valle del Viento (4), centrado en las consecuencias apocalípticas de una guerra nuclear, nada extraño venido de un país que sufrió dos bombas atómicas, en Hiroshima y Nagasaki, al término de la II Guerra Mundial.

"Mi vecino Totoro" (1988)

Ya dentro del famoso Estudio Ghibli, que él fundase con Isao Takahata y Toshio Suzuki, crea en 1985 La fortaleza celeste (5), donde las características principales de Miyazaki siguen consolidándose: sencillez en el trazo gráfico, desbordada imaginación en las tramas, espacios legendarios, gusto por la aventura… Todo ello, perfeccionado en Mi vecino Totoro (6), de 1988, por la prospección que efectúa en el imaginario infantil, con rasgos autobiográficos, entre los que se han destacado “el miedo a la muerte y el sentimiento de orfandad”. La nostalgia del film hacia un Japón tradicional tocó en el corazón a públicos muy diversos, al tiempo que la Naturaleza y el tránsito desde la niñez a la edad adulta van adquiriendo papel protagonista, lo que progresivamente se convierte en señas de identidad de su autor.

"La Princesa Mononoke" (1997)

Porco Rosso (7), realizada en los primeros años 90 por encargo de la Japan Airlines,1997 retoma el gusto por la aventura antes citado, dentro del contexto de la aviación en una todavía primera etapa, que siempre fascinó a Miyazaki. La maldición contra un héroe de la Primera Guerra Mundial, que le transforma en cerdo y varía su condición mítica por la de simple pirata, nutre una historia divertida y bastante extraña entre hidroaviones. Con una potente protagonista femenina, una de las que pueblan con frecuencia el universo de Miyazaki, La Princesa Mononoke (8), de 1997, le lleva dos décadas de desarrollo hasta lograr, según el historiador Tadao Sato en su libro clásico “Le cinéma japonais”, un “gran fresco mitológico muy original sobre toda la belleza perdida de la selva primitiva”. Enfoque que en el film se halla imbuido por la modalidad religiosa del Shinto, dominante en Japón y que se caracteriza por un animismo no reglado y sincrético con otras doctrinas.

"El viaje de Chihiro" (2001)

Si el enorme “tirón” de esta película en su país lograría introducirle en el siempre difícil mercado norteamericano, el éxito mundial le vendría cuatro años después (tiempo muy habitual para llevar a cabo una obra de animación) con El viaje de Chihiro (9), primer film del género en lograr el máximo premio en un Festival de categoría A, concretamente el Oso de Oro de Berlín en 2002, y considerada entre las primeras de las cien mejores películas asiáticas de todos los tiempos, según una encuesta llevada a cabo por el Festival coreano de Busán. Impresionante en sus múltiples dimensiones, desde el grafismo hasta la música pasando por la irrupción de potentes personajes, El viaje de Chihiro logró que el nombre de Miyazaki ya fuese familiar en los circuitos cinéfilos pero también entre públicos amplios.

"Ponyo, en el acantilado" (2008)

Lo que se concretó con El castillo ambulante (10), de 2004, valorada por su enfoque crepuscular sobre la vejez, otro tema que va a ir ganando terreno en la filmografía de su autor. Algo no contradictorio con su empeño sucesivo, Ponyo, en el acantilado (11), acabada en 2008, donde regresa a su querido mundo infantil y a un dibujo de mayor sencillez que el barroquismo que había ido tomando cuerpo en sus títulos anteriores.


"El viento se levanta" (2013)

Ya en 2013, la depuración impresionista domina El viento se levanta (12), que figura entre sus trabajos de mayor perfección, al reflejar la existencia de una de las figuras más destacadas de la aviación japonesa, el ingeniero Jiro Hirokoshi. Vuelve a utilizar también en este caso acentos muy autobiográficos, hasta el punto de que su insistencia en ellos los justifica argumentando que sería su última película, con 72 años a las espaldas y el gran desgaste personal que supone elaborar un largo de animación. Pero, afortunadamente, no ha sido así…

"El chico y la garza" (2023)

No lo ha sido porque, justo una década después, ha surgido El chico y la garza (13), que citábamos al comienzo. La propuesta ecologista que encierra, confirmando un principio que en Miyazaki es muy anterior a cualquier moda, se traduce en una nueva apuesta por la Naturaleza, su confrontación con los seres humanos y, dentro de ella, la preeminencia de la vejez y la muerte, paralelas al sentimiento de pérdida (de hecho, la trama del film arranca con el fallecimiento en un incendio de la madre del niño protagonista) y al paso de este hacia la madurez desde sus 12 años. La relación con el ave que da título occidental al film –el original japonés se traduciría por ¿Cómo vives?, nombre del libro en que se basa–, constituye el núcleo de una trama que arrebata por sus diversos pliegues narrativos, donde lo evidente deja continuo paso a la sugerencia ante los fascinados ojos del espectador.  

Otra imagen de "El chico y la garza"

Como escribió Jordi Sánchez Navarro, “las obras de Miyazaki ilustran perfectamente el hecho, consustancial al arte japonés, de que lo irreal puede capturar la esencia de la realidad más que la realidad en sí misma, porque la fantasía es universal más que individual”. (14). En definitiva, el cine de Miyazaki es como un espejo donde lo real y lo irreal, lo reconocible y lo secreto, se relacionan al mismo nivel desde la imaginación y la fantasía hasta llegar a su completa fusión.

Valga este Espacio de Reflexión para subrayar la importancia de una forma de lenguaje audiovisual como el cine de animación (sobre el que, como saben, la Academia firmó el mes pasado un Convenio de difusión) y, más concretamente, hacia la excepcional figura de Hayao Miyazaki. Si he logrado despertar el interés de mis compañeros académicos y académicas, o contrastar sus opiniones si ya conocían estas obras, mi objetivo se habrá cumplido. Creo, sinceramente, que no les defraudarán si tienen la oportunidad de conocerlas y disfrutarlas por primera vez o de nuevo. (15)

Muchas gracias por su atención.