“Marzo de 1939. Son los últimos días de
la Guerra Civil española. El ejército republicano se bate en retirada”. Así,
con este rótulo, comienza Soldados,
la excelente película de Alfonso Ungría basada en la novela Las buenas intenciones, que Max Aub escribiese durante la primavera de 1953. Casi
veinticinco años después llegaría a la pantalla en la que fue primera
adaptación, y casi única, de un texto de Aub y cuarto largometraje del cineasta
madrileño. Poco apreciado por el público en su momento (se estrenó en noviembre
de 1978, en pleno apogeo de películas eróticas tras la desaparición de la
censura), siempre lo he considerado como uno de los films de referencia del “Cine
de la Transición” y ha permanecido entre los títulos fundamentales de cuantos
han abordado nuestro conflicto bélico.
En una entrevista que, para su libro El cine español según sus directores, le
hizo Antonio Gregori –precisamente quien produjo y coescribió Soldados–, habla Ungría de que “en la
elaboración del guion hicimos muchos cambios con respecto a la novela original.
Creo, sin embargo, que lo importante era reflejar el espíritu de la novela y
sobre eso no tuvimos ni la más mínima objeción, ni siquiera por los familiares,
que siempre suelen ser los más estrictos en este tema”. Dos verdades dice aquí
el realizador: que hay muchos cambios entre la novela y la película, y que el
espíritu de cómo Max Aub contó las vidas cruzadas de sus cinco personajes
centrales se halla plenamente reflejado en las imágenes. Diría más, se
encuentra potenciado en ellas, gracias a una notable capacidad de síntesis y,
sobre todo, a una estructura narrativa y un estilo de gran capacidad de
sugerencia que se elevan por encima del costumbrismo dominante en las páginas.
Considero sinceramente que este es uno de los, quizá escasos, ejemplos en que
la obra cinematográfica supera a la literaria.
Esas variaciones surgen desde el
principio del film: mientras la acción de la novela sigue un transcurso lineal
desde el 8 de abril de 1924, en que Remedios se presenta en casa de doña Camila
con el niño que dice haber tenido con Agustín Alfaro, pero que realmente lo ha
engendrado con el padre de este, don José María (así llamado en el libro,
Agustín en la película, acentuando la confusión), las primeras imágenes ya se
sitúan en ese marzo del 39 que decía el rótulo inicial y en el que finaliza el texto.
Desde ahí parten una serie de “flashbacks” que van afectando a los mismos
Remedios y Agustín hijo, pero también a nuevos y apasionantes personajes, como
El Tellina, Javier Barroso o Tula, todos coincidentes en ese idéntico escenario
de derrota, fracaso y desolación por el éxodo de los republicanos hacia el
puerto de Alicante, esperando unos barcos que nunca llegarían.
Es decir, que Soldados empieza y termina donde Las buenas intenciones solo finaliza, recurriendo a esa estructura
de saltos en el tiempo que se revela de fuerte riqueza expresiva. Sobre todo,
porque permite un incesante juego de elipsis y una acertada solución narrativa
a base de escenas breves separadas por fundidos en negro, capaces de resumir en
pocos minutos las evoluciones de la trama al haberse sabido seleccionar sus
núcleos más representativos. Elogiable trabajo de guion, por tanto, que se
traduce en unas imágenes que Ungría convierte a veces en un tanto fantasmales, con
sombras, apoyándose en la espléndida fotografía de José Luis Alcaine, dentro de
un equipo donde también destacan el montador Javier Morán, el decorador Antonio
Cortés y el maquillador Mariano García Rey. El sobresaliente trabajo
interpretativo general se sitúa menos en la pareja protagonista, Marilina Ross
y Ovidi Montllor, que en las espléndidas actuaciones de Julieta Serrano como la
librera Pilar, Paco Algora como el violento anarquista El Tellina, Chema Muñoz como
el estudiante Javier Barroso y Claudia Gravy, una actriz tan desaprovechada por
el cine español, como la prostituta de lujo Tula.
Primera secuencia de "Soldados", de Alfonso Ungría (1978)
Por lo que respecta a El Tellina, su violencia emerge en el film desde un seminario indeseado, siguiendo por una mina en la que agrede brutalmente al capataz y se hace el amo de un garito de juego del que saca pingües beneficios. En la película acaba confundiéndose con la marea de refugiados que se encaminan al puerto de Alicante, pero Max Aub le hace “cambiar de chaqueta” apresuradamente y marcharse a Barcelona, donde en cinco años se hace millonario, cambiando su nombre por el de Jaime Colomer y haciendo negocios en Madrid con don José María, el padre de Agustín. Ese personaje que, tanto en las páginas escritas como en las imágenes, es el más detestable de la historia, logrando que su hijo Agustín acepte, por amor hacia su madre, doña Camila, pasar por ser el padre del hijo de Remedios y aparente casarse con ella. Lo que condicionará toda su vida, aunque acabe enamorándose de verdad y echando en falta a su falsa mujer, que le corresponde en la lejanía con ese sentimiento ya imposible de realizar. Imposible en Las buenas intenciones, porque Remedios pasa de prostituirse al lado de Tula en Barcelona a irse a París, pero no en Soldados…
¿La razón? Que Agustín y Remedios, tras
mucho desearse en la distancia, se encuentran por fin en un burdel de Alicante
y hacen el amor apasionadamente entre las explosiones que restallan sobre la
ciudad. Antes de que él sea detenido por un grupo de falangistas que le llevan
al Campo de concentración de Los Almendros, al que “no llegaron”, escribe Aub
con discreción, mientras que la película muestra cómo Agustín es abatido por la
espalda, creyendo escuchar entonces las olas del deseado mar… Ese decisivo
encuentro sexual no lo tiene en la novela Agustín con Remedios, sino con Tula, desconocida
para él, por lo que Ungría aporta un cierto “consuelo” al espectador mostrándole
que, al menos por una vez y en esas terribles circunstancias, la pareja ha
logrado consumar su peculiar historia de amor.
Pero, al margen de esa “licencia”, en el final cinematográfico y en el literario predomina la tristeza de los vencidos, un oscuro clima físico y moral por todo lo que se ha sufrido y se avecina, tal como se constata en esa caravana de republicanos derrotados que puebla las carreteras, mucho más presente y definitoria en el film que en la novela. Quizá porque Max Aub se reservaba los párrafos imperecederos de ese éxodo para Campo de Almendros, de 1968, que conforma con otros cinco libros su magistral El laberinto mágico: “Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo”. Palabras de un exiliado casi de por vida, dado que, tras la Guerra Civil, Max Aub solo pudo volver a España en 1969 por un breve periodo de dos meses, que le resultaría sumamente decepcionante, como reflejase en su cuaderno de notas La gallina ciega.
Párrafo aparte merece el protagonismo de las mujeres en Las buenas intenciones y en Soldados, en medio de las cuales palidece la configuración psicológica de Agustín, quien, en la película no en la novela, acabará matando a su padre al comprobar que continúa su relación con Remedios. Pese a ello, un menor peso dramático alcanza el hijo en la pantalla debido a la interpretación de Ovidi Montllor, encasillado en papeles de persona dominada y pasiva desde Furtivos, de Borau. Frente a su debilidad, se erigen no solo la misma Remedios, sino también Petra y Paca, sus amigas del taller de planchado y que no aparecen en el film, o la mencionada librera Pilar y, sobre todo, Tula, la vibrante Tula, que (tras un matrimonio de conveniencia, que rompe al comprobar que su marido se acuesta con su propia madre) no duda en defender la opción de prostituirse: “¿Por qué no dedicarnos a lo único para lo que, por lo visto, servimos? Por lo menos, lo nuestro es una cosa limpia y clara: tanto tienes, tanto vales (…) Los hombres son unos cerdos, valen según el dinero que tienen. No importa absolutamente nada que sean guapos o feos, jóvenes o viejos, simpáticos o no. Si te atienes a este principio, no te digo que seas feliz, pero vivirás como Dios (…) Ellos quieren lo tuyo –que es lo que a nosotras no nos cuesta un céntimo– y nosotras lo de ellos: sus cuartos. Es un comercio sin trampa, al toma y daca”.
Con palabras así intenta animar a
Remedios a que también se prostituya y no tenga que soportar a esos hombres que
la acosan a su llegada a Barcelona, que cuando busca trabajo lo más que
encuentra es la lascivia de un viejo señorito que solo quiere que se desnude
ante él o que tiene que soportar ideas insultantes como las de don José María,
quien fuera su amante y padre real de su hijo: “Las mujeres son lo peor del
mundo, se meten donde no deben, hijas del demonio, yo no sé por qué les damos
tanta importancia”, en un diálogo con Agustín que el film recoge. Ambiente
asfixiante para la mujer en ese pasado siglo, cuando únicamente parecían
existir para ellas los caminos del matrimonio o la prostitución debido a un inclemente
machismo.
Salvo una secuencia onírica de carácter
erótico-religioso, no muy afortunada, y el lamento por no encontrar en la
pantalla algunos sabrosos tipos secundarios, insisto en que considero que la
adaptación fílmica de Las buenas
intenciones se halla a un altísimo nivel creativo. Donde esos relatos
dentro del relato, que denotan la admiración cervantina que profesaba Max Aub,
han venido transformados por el lenguaje cinematográfico en una similar
estructura de saltos en el tiempo encarnados en los cinco personajes
principales. Hasta lograr con Soldados
ese “gran fresco histórico donde los sentimientos ocupen lugar preferente” que
Alfonso Ungría declaraba haber buscado. Y conseguido, con un sentido poético
indudable y la estela de la obra de Max Aub a sus espaldas. E, igual de importante,
la bellísima música del Trío nº 2 de Schubert, acompañándonos a lo largo de la
proyección…
(Publicado en "CLIJ", Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, nº 299, enero-febrero de 2021).
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