Era el título de una película soviética de 1979, gran éxito
en su país y que trascendió las fronteras al recibir al año siguiente el entonces
llamado Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa. Gracias a este premio se
estrenó en casi todo el mundo, también en España, con un cierto reconocimiento
crítico, hoy ya olvidado. Moscú no cree
en las lágrimas era un largo melodrama centrado en tres mujeres jóvenes que
llegan a la capital en busca de realizar sus sueños, en gran parte incumplidos.
El también actor Vladimir Menshov la dirigió con eficacia, basándose sobre todo
en el encanto interpretativo de su esposa, Vera Alentova, en el papel protagonista.
Una pareja rota al fallecer él a consecuencia del covid en julio del pasado
año.
Pero, como cabe suponer, no me refiero a este film para hablar de él, sino por utilizar su título para abordar la criminal invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin. Y, dentro de las características de esta sección, deseo rendir un sincero homenaje a los cineastas ucranianos, que seguro que están filmando los sucesivos pasos de la barbarie emprendida desde el Kremlin. Un terreno, el del documental, donde las y los jóvenes profesionales han destacado sobremanera en los últimos años, especialmente a partir de la revuelta del Maidán, cuyo desarrollo testimoniaron de forma muy eficaz.
Tienen un maestro en el que fijarse, Sergei Loznitsa, cuyos
trabajos le han ido convirtiendo en figura de referencia dentro de las
cinematografías del Este de Europa. Sus documentales de montaje sobre uno de
los más significativos Procesos de Moscú en los años 30 (El proceso), los funerales por la muerte de Stalin (Funeral de Estado) o el exterminio de
judíos por parte de los nazis en los alrededores de Kiev (Babi Yar. Contexto) se conjugan con títulos de ficción (En la niebla) o que fusionan uno y otro
género, caso de Donbás, premiada por
la sección paralela Una cierta mirada del Festival de Cannes de 2018 y que
logró el máximo galardón del de Sevilla.
Pero Ucrania ya se relacionó históricamente con nombres
ilustres, como los de Dziga Vertov o Aleksandr Dovjenko, adscritos a la etapa
más fértil del cine soviético. Porque hasta la caída de la URSS, las
producciones de sus distintas repúblicas se confundían con las creadas y, sobre
todo, financiadas desde Moscú. Así fue hasta que el conflicto de las zonas
separatistas del Donbás, que Rusia apoyó decisivamente, interrumpiese el grifo financiero
de esta producción y el cine ucraniano quedara a expensas de sus propios recursos,
que no eran muchos y circunscritos casi siempre –como queda dicho– al
documental. También se secaron entonces los ingresos y puestos de trabajo generados
por películas y series cuya trama tenía lugar en Moscú, pero que se rodaban en
Kiev para abaratar costes, a la manera en que los norteamericanos hacen con
Nueva York y Toronto.
(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2022).
No hay comentarios:
Publicar un comentario