No hay debate sobre el cine español en el que alguien
–recordando viejas palabras de Berlanga y Aranda– no suelte la “gracieta” de
que la única Ley que necesita nuestro cine sería la que hiciera una secretaria
traduciendo la Ley francesa… Lo primero que hay que contestar es que no existe
como tal una “Ley francesa”, sino que se trata de una normativa compuesta por
una serie de reglamentaciones dispersas en el tiempo, alguna de ellas datada incluso
en 1946, cuando Europa se disponía a hacer frente a la avalancha norteamericana
que siguió a la II Guerra Mundial. Lo segundo, que cada país tiene unas
características culturales, sociales y económicas diferentes de las de los
otros, por lo que no resulta fácil “importar” un modelo por las buenas.
Tercero, que en sus criterios básicos la legislación cinematográfica española
tampoco se halla tan alejada de la francesa, basadas ambas en el principio de
la “excepción cultural”, como garantía de la “diversidad cultural” frente al
imperio de Hollywood. Ese mismo principio con el que pretende terminar el
próximo Tratado de Libre Comercio, ante la ambigüedad e indecisión de Bruselas
en defenderlo, aunque el voto del Parlamento Europeo sí acaba de apoyarlo al
pedir la exclusión de los servicios audiovisuales en ese Tratado.
Paradójicamente, mientras aquí muchos (productores, en
especial) siguen dando la tabarra con el “modelo francés”, allí las cosas se
ven de otra manera, como ha quedado patente en el recién terminado Cannes. No
lo digo, claro, por la merecidísima Palma de Oro de La vie d’Adèle, un
premio que Francia no lograba desde hace cinco años con La clase, sino por el
estado de opinión que se desprendía de reportajes periodísticos, mesas redondas
y encuentros varios. En concreto, el diario “Libération” dedicaba portada y
cuatro páginas al tema el mismo día de la inauguración del Festival, bajo el
expresivo título de “Cine francés:
enfermo, pese a su buena salud” y el sumario “Económicamente en forma, el sistema actual privilegia a las grandes
producciones en perjuicio de los presupuestos modestos. Y provoca inquietud”.
Frases que confirmaba, incluso con pareceres más rotundos, una encuesta con
seis cineastas galos. ¿Causas? Que el “modelo” vigente desde la década de los
80 se está quedando obsoleto, que la financiación depende en exceso de las
televisiones, que el poder de las multinacionales resulta asfixiante, que las
grandes “estrellas” cobran sueldos desmesurados, que crece la piratería, que peligra
la producción media… Nada que no se pueda solventar si se aplican a tiempo
medidas correctoras sobre el sistema.
Les suena, ¿verdad? Es lo que deberíamos hacer con Ley del
Cine española, que tanto trabajo costó sacar en diciembre de 2007:
desarrollarla bien y aprovecharla al máximo, extraerle todas sus muchas
posibilidades, en lugar de estar siempre en la boca con el sambenito del
“modelo francés”.
Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2013
Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2013
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