No todos son iguales


Decía Emilio Martínez-Lázaro, en una entrevista para “El País”, que “cuando me preguntan qué Gobierno ha hecho algo por el cine, respondo que está por aparecer desde los tiempos de Pilar Miró”. No es verdad. Poner bajo el mismo rasero a los Gobiernos del PSOE y del PP en esta materia, como en tantas otras de la vida cultural, no se ajusta a la realidad. Frente a un Ejecutivo como el actual que incrementa en trece puntos el IVA sobre las entradas, que descapitaliza al Instituto de Cinematografía y a su Fondo de Protección, que se obstina en invectivas a autores y actores, que provoca un paro en el sector como jamás se había conocido, la trayectoria anterior de los socialistas es, de hecho, muy diferente.


Para personificarlo en los ministros/as de Cultura, sería olvidar que Carmen Alborch adecuó con criterio la normativa cinematográfica española a los esquemas europeos y estableció la decisiva Ayuda complementaria a la amortización de las películas; o que Carmen Calvo y César Antonio Molina crearon la vigente Ley del Cine de 2007 y llevaron al Fondo de Protección a una cuantía que nunca había tenido antes, más de 80 millones de euros, con una previsión de llegar a los cien, entre otras muchas iniciativas favorables para nuestro cine. Toda mi admiración hacia la labor de Pilar Miró en el ICAA –tan denostada en su momento–, pero ello no debe ocultar cuanto hicieron después los sucesivos Gobiernos socialistas.

Me recuerdan las palabras de Martínez-Lázaro (no digo que esa fuera su intención) la cómoda e injusta idea de que “todos los políticos son iguales”. Cuna de los populismos que se extienden por Europa, encierra una injusticia flagrante: no solo por los muy numerosos políticos que desempeñan con honestidad y coherencia su trabajo, sino especialmente porque así se olvida que responden a diferentes ideologías y planteamientos éticos respecto a los ciudadanos. Por mucho que exista un deterioro de las instituciones, por más que se reclame con razón cambios sustanciales en las mismas, la igualación de los políticos en un mismo cajón de sastre solo suele acabar beneficiando a la derecha, que considera el poder como algo patrimonial y cuyo conservador ejercicio no cabe poner en cuestión. Si, en definitiva, “todos son iguales”, mejor nos quedamos como estamos. Y como estamos, casi siempre ha sido en manos de la derecha desde que el mundo es mundo.


Por poner ejemplos cercanos, no es lo mismo Tierno Galván o Juan Barranco que Gallardón y Ana Botella al frente del Ayuntamiento de Madrid; o Ricard Pérez Casado que Rita Barberá en el de Valencia. Por no hablar ya de un Felipe González y un José María Aznar… Escribo este artículo el 14 de abril, y me parece que la República ya demostró que “hay políticos y políticos”. No todos fueron buenos entonces; tampoco todos son iguales en la Democracia.

(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2014).

No hay comentarios:

Publicar un comentario