El recientemente fallecido Francesco Rosi siempre defendió
–como bien han recordado en estas mismas páginas Sigfrid Monleón y Antonio
Lloréns– el compromiso social y ético del cine, su capacidad de influencia
sobre la sociedad de su tiempo. No ha sido el único, por supuesto: otros muchos
autores como Ken Loach, Costa-Gavras o los hermanos Dardenne han mantenido
repetidas veces esta misma posición. Que, sin embargo, viene siendo
“desprestigiada” por un posmodernismo que niega al trabajo artístico toda
incidencia en el mundo en el que nace y que le rodea. Es la vieja actitud de
los formalistas que, desde el siglo XIX, creen en un universo autónomo para las
obras creativas.
"Leviathan", de Andrei Zvyagintsev
Dos películas acaban de replantear el tema de manera directa:
la rusa Leviathan, de Andrei
Zvyagintsev, y el documental catalán Ciutat
morta, de Xavier Artigas y Xapo Ortega, sujetas a fuertes polémicas. No son
casos aislados, se repiten cada vez que se incide en temas o problemáticas que
están vivos entre los ciudadanos. Pese a cuantos se obstinan en ignorar o
minusvalorar su influencia, el cine sí puede provocar conocimiento, alertar
sobre problemas comunitarios, incidir en situaciones políticas y sociales que
necesitan ser profundizadas. Claro que el cine no va a “cambiar el mundo”, pero
sus imágenes tienen la fuerza de iluminar ciertas parcelas de realidad que
permanecían interesadamente ocultas o mostrar de manera ya sea directa, ya sea
metafórica, procesos colectivos de forma que percutan en la sensibilidad y la
conciencia del espectador.
Cartel para la emisión televisiva de "Ciutat morta"
Si, a partir de su emisión en la televisión pública catalana
(no sin haber tenido que superar diversos escollos), Ciutat morta ha sido capaz de reabrir ante la opinión pública los
sucesos de febrero de 2006 en Barcelona, planteándose incluso una nueva
investigación y juicio, el caso de Leviathan
es paradigmático. Pese a haber logrado el pasado año el Premio al Mejor
Guion en el Festival de Cannes, el Globo de Oro a la Mejor Película extranjera
y estar nominada a los Oscar, o precisamente por ello, ha logrado concitar la
ira de todos los “poderes fácticos” de Rusia. Desde el ministro de Cultura, que
la acusa de que “no hay un solo héroe
positivo” y sus personajes no son “verdaderos
rusos”, hasta la Iglesia Ortodoxa, que pide su prohibición, pasando por el
Partido Comunista, que la tacha de “antinacional”,
todos se han puesto de acuerdo en denostar el retrato del despotismo, la
corrupción y la arbitrariedad que efectúa Zvyagintsev. Muy viejas y torpes
palabras, que tanto nos recuerdan a las que durante el franquismo se
pronunciaban contra los films de Saura/Querejeta o, en el Gobierno de Aznar,
contra La pelota vasca. Señal inequívoca de cuando el cine golpea donde de
verdad duele.
(Publicado en "Turia" de Valencia, febrero de 2015).
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