La religión de las salas


¿Qué hacía que se reunieran más de trescientas personas en uno de los (ya muy escasos) cines de la Gran Vía madrileña para asistir a una proyección de Blade Runner?, en una versión remasterizada de la “Director’s Cut” de 1992, la misma que ha accedido a diversas salas de Valencia y Alicante. La tarde era desapacible, fría y lluviosa, pero aún así varios centenares de “fieles” se congregaron para ver una excelente proyección digital y en V.O. del film sobre una gran pantalla. Comenzaban de esta manera las actividades del Club de la Prensa, una plausible iniciativa que se irá desarrollando cada semana en uno de los locales más veteranos de la ciudad, el Palacio de la Prensa, y que incluirá una programación compuesta por obras célebres como Blade Runner, del cine español “clásico” o de musicales, así como por preestrenos y presentaciones de libros y revistas. La primera sesión, muy bien introducida y “coloquiada” por un experto en la película, Marcos Casado, tuvo un espléndido resultado, con un público joven embebido en las imágenes “de culto” de Ridley Scott.

Lo destaco sobre todo porque ese público seguramente ya conocía, e incluso había visto varias veces en televisión o vídeo, esta historia de la persecución a muerte de un grupo de replicantes en el lluvioso, sucio y orientalizado Los Angeles de 2019 (pensar que en 1982, fecha de realización del film, se predecía que dentro de tan solo cuatro años estaríamos así, produce cierto escalofrío). Y hasta probablemente habían leído la novela de Philip K. Dick en que se inspira la película, libro que goza de uno de los títulos más sorprendentes e imaginativos que pueden darse, “¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?”. Entonces, si a la inmensa mayoría aquello ya le resultaba familiar, cabe preguntarse por qué iban a esta sesión especial. La respuesta creo que es doble: por la necesidad de disfrutarla colectivamente, no de forma individual, ante una pantalla casera; y por el placer de hacerlo en una sala de amplias dimensiones, con todo lo que ello comporta de espectacularidad y recursos técnicos de orden audiovisual.

Edificio de la Prensa, en Madrid, donde se sitúa el cine Palacio de la Prensa

Lo expresaba Sigfrid Monleón con gran acierto hace unas semanas en estas mismas páginas, cuando tras referirse a “la atención concentrada y colectiva del cine en la satisfacción imaginaria del espectador”, llegaba a la conclusión de que “el cine como arte, con una finalidad estética y un poder de pensamiento propios, necesita de la sala para la transmisión de su cultura específica”. Exacto. El tema va mucho más allá del manido eslogan de “el cine en el cine”. Es una cuestión que afecta a la propia esencia del hecho cinematográfico, que necesita “respirarse” de forma colectiva: es una suerte de religión laica, donde la divinidad viene expresada por la ligazón con unas imágenes que se expresan y nos expresan hasta límites insospechados.

(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2015).

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