Paco León, con su madre, Carmina Barrios, y su hermana, María León
El primero fue Paco León, al llevar a la pantalla a su madre,
Carmina Barrios, en Carmina o revienta
y Carmina y amén. Después, Daniel
Guzmán recurrió a su abuela, Antonia Guzmán, para un importante papel de A cambio
de nada. En el reciente Festival de San Sebastián se veía Un dia perfecte per volar, donde Marc
Recha da el protagonismo a su hijo Roc. Y, rizando el rizo, Álvaro Ogalla se
interpreta a sí mismo en El apóstata.
O casi otro tanto Fernando Colomo en Isla
Bonita. Parece que ha surgido la moda de que los directores utilicen a
familiares suyos a la hora de encarnar a los personajes. Lo que se multiplica
en el caso de documentalistas que, ya desde hace tiempo, nos cuentan historias
de sus abuelos, padres, madres, hijos, tíos y demás parentela. Bien visto,
puede ser una vía de salida para el actual cine español y, de seguir así las
cosas, no sería nada raro que viéramos proliferar a núcleos familiares que, en
lugar de reunirse a comer los sábados o los domingos, lo hicieran para rodar
una película. Y es que, al margen del talento artístico de los convocados,
viene muy bien ahorrarse unos cuantos euros a la hora de elaborar el “casting”.
Era bastante habitual que un realizador metiese a su pareja
en el reparto, o que su apellido o el del productor se viera repetido numerosas
veces en los títulos de crédito. La novedad es que ahora se hace con no
profesionales del entorno personal, a quienes se adjudica un lugar relevante
como actores del film. A nadie conocemos mejor que a quien está a nuestro lado,
y no hay que molestarse en saber si tal o cual intérprete nos dará el perfil
exacto que buscamos. Pero, de seguir la tendencia, mal les va a ir a las
actrices o actores que viven de esto, porque siempre habrá padres, hijos,
sobrinos, cuñados o primos hermanos que nos vendrán de perlas para el papel.
Marc Recha, con su hijo Roc, protagonista de "Un dia perfecte per volar"
Digo yo, ¿no tendrá algo que ver esta racha con el descenso
de presupuestos en el cine español? Si la media de coste de un largometraje de
nuestro país estaba hace diez años entre los dos millones y medio y los tres
millones de euros, en estos momentos anda en torno al millón doscientos mil.
Quiten las grandes producciones, casi siempre vinculadas a las televisiones
privadas; quiten –por el otro lado– a los documentales, que suelen costar muy
poco, y comprobarán que el grueso del cine español se maneja con una
financiación realmente escasa. En ese aspecto, hemos ido hacia atrás como los cangrejos,
mientras que en la mayoría de los países sucedía lo contrario.
Ante tal penuria económica, ¿cómo quieren que no se recurra a
la familia, que siempre estará dispuesta a echar una mano? Si Pablo Trapero acaba
de demostrar en El clan que “la
familia que secuestra y mata unida, permanece unida”, hacerlo para una película
por lo menos no es delito…
(Publicado en "Turia" de Valencia, octubre de 2015).
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