Todo el mundo quiere un Pacto de Estado: para la educación,
para la sanidad, para la energía, para la regulación laboral… También para el
cine español sería necesario y deseable, con el fin de darle una estabilidad y
una seguridad de funcionamiento con las que ahora no cuenta. Depender de la
mejor o peor voluntad del Gobierno de turno, e incluso a veces de filias o
fobias personales, no es la manera idónea de consolidar una cinematografía.
La idea de que nuestro cine sea entendido como una “cuestión
de Estado” por su relevancia cultural, industrial, patrimonial y de presencia
exterior, no es precisamente nueva. Yo mismo la he expresado en estas páginas
de Turia en diversas ocasiones o en
otros medios, como en el diario “El Mundo” de diciembre de 2009, todavía con el
PSOE en el poder, o en la revista de la Academia en 2012, ya con el PP. Ni
tampoco es una idea extemporánea o alejada del entorno europeo: aunque sin un
texto escrito, en Francia –por ejemplo– viene practicándose desde después de la
II Guerra Mundial, y no parece que les vaya nada mal esta continuidad de una
política cinematográfica, y de toda la cultura, al margen de que el Gobierno
sea detentado por partidos de uno u otro signo.
¿Tan difícil sería llegar a una docena de puntos que
“protegieran” al cine español de las inclemencias políticas? En un país donde
se han acordado Pactos fundamentales como los de La Moncloa o el de Ajuria Enea,
¿tan complicado resulta establecer unas bases sólidas que todos puedan aceptar
y, a partir de las cuales, desarrollar una serie de disposiciones legislativas
y no legislativas que sirvan para hacer el camino más fácil y continuado para
nuestro cine? Quizá solo falte saber, diciéndolo en plan coloquial, quién “le
pone el cascabel al gato”, quién propone una iniciativa que debería tener una
sencilla ejecución si es que existiera la imprescindible voluntad política.
También esa consideración de “cuestión de Estado” y el Pacto
generado a partir de ella servirían para mejorar la imagen que los ciudadanos
tienen de su cine, hoy sometida tantas veces a cuestiones ideológicas que
parecen irreductibles, con un importante porcentaje de la población que lo
detesta sin mayores argumentos. La cultura y la industria necesitan de un
cierto consenso para poder desarrollarse en libertad creativa, con respaldo
económico público y disponiendo de seguridad jurídica para sus empeños. Saber
que se tiene detrás a todo el espectro político, que –con su lógica diversidad–
los partidos pudieran ponerse de acuerdo en un documento claro, concreto y
específico, solo habría de traer beneficios a nuestro cine, logrando algo que nunca
antes se ha conseguido. Ahora puede ser el momento adecuado, precisamente por
la necesidad de pactar a la que obliga la actual composición del Parlamento.
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2017).
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