"El secreto de sus ojos", de Juan José Campanella
¿Es una película española El
secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, que obtuvo el Oscar a la
Mejor Película de 2009 en habla no inglesa? ¿Es una película española Tio Boonmee recuerda sus vidas pasadas,
de Apichatpong Weerasethakul, ganadora de la Palma de Oro de Cannes en 2010?
¿Es una película española La vida de
Adèle, de Abdellatif Kechiche, que logró el mismo premio tres años después?
Oficialmente lo son, porque según la legislación vigente –no solo aquí, en toda
Europa– si existe participación económica de la productora de un país en un
determinado film, éste adquiere también la nacionalidad de quienes aportan
dinero para hacer posible su realización. Pero todos diríamos que, inequívocamente,
al evocar esos títulos estamos hablando de una película argentina, una
tailandesa y una francesa, y que nada de español hay en ellas más que cierto
capital.
Cuestión compleja esta de la nacionalidad del cine. Antes, estaba
muy clarito. Pero a partir de la irrupción de las coproducciones y que se haya
convertido en una fórmula tan habitual, el tema se ha vuelto difícil de
precisar en buena parte de los casos. La necesidad de buscar financiación en
diversos países y continentes, e incluso en organismos supranacionales como
Eurimages, Media o Ibermedia, motiva que esa definición sea más complicada. ¿La
deducimos de su producción mayoritaria, del origen de su director, del lugar de
rodaje? Ninguna de esas posibilidades resulta suficiente ni satisfactoria, por
lo que quizá haya que recurrir a una mezcla de todas ellas para determinar una
nacionalidad creíble.
Hace ya años el Festival de Cannes decidió suprimir de sus
catálogos la mención al país al que cada película pertenecía. Durante un tiempo
había optado por concederla a la procedencia o bien de la producción
mayoritaria o bien de la de su realizador, pero abandonó ambas fórmulas porque
se prestaban a una continua confusión. Sin poner nacionalidad alguna, el
problema se solventaba. Además, la propia historia del cine invitaba a seguir
ese criterio: ¿no eran films norteamericanos los que conformaron la “edad
dorada” de Hollywood, aquellos dirigidos por británicos, alemanes o austriacos,
como Hitchcock, Lubitsch, Lang o Wilder? La creciente globalización del cine,
con autores dispersos por las cinco esquinas del planeta, no ha hecho sino
incrementar la complejidad del panorama. El internacionalismo, que parece
cumplir un deseo utópico de la izquierda de toda la vida, resulta ya imparable
en las imágenes.
Así las cosas, qué es lo que consideramos “cine español”. Para
muchos, consiste en una etiqueta casi genérica que sirve demasiado a menudo
para atacar a cuanto se hace entre nosotros. Para otros, un simple término para
entendernos, igual que las tiendas de vídeo hacen con el fin de clasificar sus
estanterías. Para la mayoría, una sencilla forma de “uso y costumbre” cuando se
trata de repartir la producción mundial y hablar de la de aquí. Pero debe de
haber algo más, algo que –en cierta forma– nos caracterice.
Meterse en procelosos terrenos de idiosincrasia, identidad
colectiva y sentido de pertenencia (es decir, el “humus” del nacionalismo) no
me parece lo más recomendable ni fructífero. Creo, por el contrario, que hay
que referirse a la lógica y al sentido común. E incluso a la tautología: cine
español es todo lo que nos parece cine español, más allá de clasificaciones
administrativas. Ya sea por la composición de sus equipos creativos, artísticos
y técnicos, ya sea por el lugar de nacimiento de su autor, ya sea por dónde
está rodado, ya sea por la lengua empleada, o mejor por una fusión de todo
ello, sabemos casi instintivamente cuándo una película es española y cuando no.
Englobando las grandes y pequeñas producciones, las del cine que se proyecta de
manera regular en las salas o las del “otro cine”, las que buscan a un tipo
mayoritario de espectadores o a los de un sector alternativo. Aunque, en último
término, sea la personalidad del cineasta la que a menudo acabe dominando, hasta
cuando no trabaja en su país de origen, y, por ejemplo, podamos referirnos metafóricamente
a las “películas españolas” que Buñuel hizo en México o en Francia. Otro
criterio opuesto sería la inserción continuada de ese cineasta en la industria
que lo ha recibido, caso de los emigrados a Hollywood antes mencionados o de
quienes han encontrado tradicionalmente en Francia su “tierra de acogida”.
"Viridiana", de Luis Buñuel
Nadie duda de que, por citar unos casos entre mil, Viridiana sea una película española, por
más que esté coproducida con México y protagonizada por Silvia Pinal; o de que El verdugo también lo sea, aunque cuente
con coproducción italiana y Nino Manfredi; o de que, por poner un ejemplo más
reciente, fuese adecuado que Truman (coproducida
con Argentina y con Ricardo Darín en el papel principal) lograra el pasado año
cinco Goyas, entre ellos el de Mejor Película española. Sabemos a la perfección
cuándo tenemos ante nuestros ojos un film de nuestro país: lo dicen sus imágenes,
lo transmite su elenco, lo denotan sus escenarios y sus profesionales. Podemos
tener dudas cuando una determinada película se empeña en seguir los parámetros
del cine foráneo, imitando sus fórmulas narrativas y su lenguaje audiovisual. Pero hay algo, hay mucho, que en las obras verdaderamente españolas reconocemos
y en lo que nos reconocemos. En último término, es una “respiración” en común, un
vínculo entre lo que vemos en la pantalla y quienes lo contemplamos lo que
realmente nos decide a pensar que aquello es un film español. Ya sea bueno,
malo o regular, no importa en este terreno que comentamos. Quizá incluso lo
tienen más claro en el exterior, donde, salvo ante productos de imitación
genérica, se suele reconocer cuándo una película pertenece a nuestro cine.
"Truman", de Cesc Gay
A su manera, el Festival de Málaga aporta elementos de
polémica a esta cuestión. Después de estar diecinueve años dedicado
monográficamente al “cine español”, inicia su tercera década inclinándose por la
fórmula de “cine en español”,
ampliando un marco que ya le resultaba insuficiente. Es decir, Málaga subraya
que no existe más frontera que la del idioma, esa “casa del ser” a la que se
refirió Heidegger. Viene a señalarnos el certamen que, de hecho, se han borrado
los límites nacionales, las barreras históricas y políticas, para decantarse
por un principio cultural como el de la lengua común de cerca de quinientos
millones de personas. Aunque se exprese en tantas variedades como países, sobre
todo dentro del habla coloquial, tan distinta en unos y otros lugares.
Con ello, Málaga se une a lo que, desde 1998, viene desarrollando
el Programa Ibermedia en busca de un espacio iberoamericano común, ampliándolo
a Portugal y Brasil. Desde sus inicios, Ibermedia ha apoyado a más de
setecientas coproducciones, en las que ha invertido unos cien millones de
dólares, cifras que demuestran suficientemente la importancia y alcance de su gestión, sin duda decisiva para ese
enfoque global que el festival malagueño emprende ahora.
Directores que trabajan a uno y otro lado del océano, actrices
y actores que interpretan aquí y allá, técnicos que demuestran su valía donde
van, quizá en el futuro no habrá, efectivamente, que hablar de “cine español”,
sino de “cine en español”. Mientras que tantos de nuestros jóvenes profesionales
que se han ido a Los Ángeles, a Nueva York o Londres se integran en una
industria de raíz y habla anglosajona para hacer no “cine americano” o “cine
británico”, sino “cine en inglés”. Ya lo decía Unamuno, de manera un tanto
altisonante: “La sangre del espíritu es
mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo”.
Es toda una perspectiva de futuro, pero en tanto llega y veamos
si se consolida, sigamos apostando por lo que –al menos para entendernos– conocemos
y llamamos “cine español”, defendiendo y promoviendo que se haga y se cuide de
manera idónea como instrumento, expresión y patrimonio de una concreta e
histórica cultura. Aunque el término se difumine progresivamente en el
horizonte a medida que la realidad vaya modificándose sin cesar, año tras año…
(Publicado en el suplemento especial nº 13 dedicado al Festival de Málaga por la revista especializada "Caimán. Cuadernos de Cine" el mes de marzo de 2017).
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