Lo aseguraba Sergio Blanco, dramaturgo uruguayo residente en
París, al final de una reciente entrevista: “El
siglo XX fue el siglo del cine, que es un arte fascista; fue el siglo de los
totalitarismos, del nazismo, el fascismo, el comunismo y el capitalismo. No hay
nada peor que el cine y por eso los dictadores adoraban el cine. El siglo XXI
ya no es el siglo de la imagen, entramos en el siglo de la mirada, en el siglo
del teatro, ese lugar donde uno se mira”. Más allá de la provocación, de la
“boutade”, de querer lograr titulares de Prensa (como así ha conseguido), asombra
que un hombre de la cultura pueda decir semejante barbaridad. Sin ningún
argumento que lo razone, sin mayor soporte teórico, solo con la vaguedad de que
a los dictadores les gustaba. Como tantas otras cosas, que no por ello son
sospechosas ni mucho menos de “fascistas”. Pero ya se sabe que llamárselo a
quienes no se manifiestan de acuerdo con uno, está a la orden del día…
"El gran dictador", de Charles Chaplin (1940)
Por el contrario, la Historia del Cine se halla repleta de
ejemplos que demuestran lo absurdo de esa idea. Cabría llenar folios y folios
con títulos que lo dejaran patente, pero creo que no hace falta: en la memoria
de cada uno figuran cientos de películas que nos enseñaron a conocer el mundo
tal como era y es, a denunciar situaciones insostenibles, a valorar actitudes
positivas, a –en definitiva– hacernos mejores personas. ¡Cuántos cineastas
perseguidos y represaliados por sus obras críticas con el poder! ¡Cuántos films
prohibidos, censurados, masacrados precisamente por su voluntad de mostrar la
realidad, de su deseo de hacer partícipes a los espectadores de ser más
conscientes de aquello que les rodeaba!
Nada de esto vale para Sergio Blanco, quien en su citada
consideración de que “no hay nada peor
que el cine” me recuerda a aquellos curas ultramontanos que empleaban una
frase idéntica para asegurarnos que, de entrar en las salas del pecado, nos
ganaríamos la condenación eterna… Tampoco es de recibo la contraposición que el
autor de “Tebas Land” u “Ostia” (obra que precisamente hace referencia al
asesinato de Pasolini en esa playa romana) establece entre teatro y cine, entre
“el siglo de la imagen” y “el siglo de la mirada”, como si fueran
expresiones antagónicas, que no se conciliaran e incluso complementaran ante
los ojos de un público convocado para asistir y disfrutar de ambas artes. Y la
mirada es la misma, porque es la del ser humano que las contempla.
Dejémonos de falsas hostilidades entre cine y teatro, porque bastantes
enemigos tienen ambos en tantos centros del poder como para generar conflicto
donde no existe, según demuestra el continuo y feliz trasvase entre creaciones
y profesionales de uno y otro medio, que ha generado auténticas obras maestras.
¡Ah, y de fascista el cine, pero nada de nada, que conste!
"Roma città aperta", de Roberto Rossellini (1945)
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2018).
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