Siempre pensé que Bernardo Bertolucci había hecho El último tango en París y Novecento “demasiado pronto”. Porque
llegar a esas dos obras maestras con poco más de treinta años significaba que
le quedaba mucho tiempo por delante, quizá excesivo, para igualar o superar tales
cumbres cinematográficas. Sobre todo, porque las habían antecedido La estrategia
de la araña y El conformista y
continuado con La Luna, otros tres importantes
films. Y todo en menos de una década, la de los 70, periodo de enorme riqueza
creativa en el autor de Parma y que le haría merecedor de la máxima atención
mundial. Aunque el triunfo masivo le llegase con El último emperador, ganadora de nueve Oscar en 1988 y un rotundo éxito
de taquilla.
Hay cineastas, los mejores, que definen toda una época, todo
un periodo de la sociedad, y Bertolucci estaba sin duda entre ellos, hasta
situarse como la gran referencia fílmica del tercio final del siglo XX. Su
capacidad para unir la historia individual y la Historia colectiva, su forma de
abordar las crisis personales de unos personajes que respondían a un mundo
convulso y problemático, sin cesar en su búsqueda de una identidad que les
sirviera para protegerse de él, conformaron una trayectoria que destaca por su
lucidez y su valentía. No es precisamente fácil llegar a los abismos amorosos
que mostraba El último tango en París;
no resulta sencillo trazar la historia popular que reflejaba Novecento, títulos que han conformado
la memoria en imágenes de generaciones de espectadores.
Se ha dicho con insistencia que la obra de Bertolucci se
movía entre Marx y Freud. No son malos referentes, pero no bastan: hay que
añadir que lo hizo sin esquematismos fáciles ni cuadrículas mentales, sino
desde una cierta ambigüedad donde la realidad no se revela tan clara ni tan
patente, llegándose incluso a que un héroe fuese en verdad un traidor, como el
padre de La estrategia de la araña;
o que alguien como el Paul de Marlon Brando en El último tango en París se niegue a decir su nombre hasta que
acaba suplicando pronunciarlo, o que el fascista de El conformista termine por renunciar a su utilitaria ideología y
denunciar a un antiguo colega. Nada es tan lineal como parece, y así la
“revolución” de Mayo del 68 puede vivirse, en Soñadores, desde la experiencia de un trío erótico; las arenas del
Sahara de El cielo protector no
ocultan una desesperada relación de burgueses occidentales, y un sótano
compartido entre dos hermanastros sirve como universo claustrofóbico para ese
difícil paso de la adolescencia a la juventud y ese rechazo de la familia que
hallamos en Tú y yo, como conclusión
de temas tan queridos por Bertolucci.
Sería esta, hace seis años, la última película del gran
cineasta italiano, que tuvo que dirigirla postrado en la silla de ruedas en la
que se desplazaba desde tiempo atrás, desde que su espalda fue degenerando.
Igual que lo hicieron en sus últimas realizaciones ilustres colegas suyos, como
Visconti, Huston o Ford. Un duro y triste desenlace para quien, en la plenitud
de su vida, fue todo fuego, pasión y creencia en sí mismo y en su obra, como
pudimos constatar quienes, de una u otra manera, le tratamos en alguna ocasión.
Fuego y pasión que llevó a su cine de manera directa, siempre en busca de una intensa
“emoción racional” por parte del espectador, al que además ofrecía una
elaborada propuesta estética desde la luz, la música (especialmente, de Verdi)
y la utilización del tiempo, los tres soportes en que basaba su poder de
comunicación en la etapa de máxima madurez.
Como colofón a este texto de homenaje a Bertolucci, deseo
reproducir unas palabras de la prestigiosa crítica norteamericana Pauline Kael,
quien, con motivo del estreno de El
último tango en París, no dudó en afirmar que “esta fecha puede convertirse en un jalón para la historia del cine,
comparable a la del 29 de mayo de 1913 en la historia de la música, la noche en
que se interpretó por primera vez “La consagración de la primavera”… Tan
solo cuatro años después, llegarían Olmo y Alfredo, aquella pareja protagonista
de Novecento, para ofrecernos una
visión tan certera como profunda de lo que fue y significó la primera mitad del
pasado siglo.
Genial Bernardo Bertolucci, un gigante de nuestro tiempo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre-diciembre de 2018).
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