Ya no hace falta poner comillas cuando
adjetivemos algo como berlanguiano. Por fin, la Academia de la Lengua lo ha
admitido y figurará en su nuevo Diccionario, con lo que ello supone de
consagración de una palabra. Lo pidió expresamente José Luis Borau en su
discurso de ingreso en la RAE, titulado “El
cine en nuestro lenguaje” y que pronunciase el 16 de noviembre de 2008: “Cada vez oímos con mayor frecuencia
describir a un personaje o una situación
de la vida real como fellinianos, buñuelescos o berlanguianos. Término este
último que, dicho sea de paso, bien cabría incorporar al Diccionario de la
Lengua española, cual homenaje debido a quien nos ha proporcionado una visión
agridulce y conmovedora de nosotros mismos, además de ser, de puertas adentro,
nuestro primer creador cinematográfico”. Y ahora, nada menos que doce años
después, lo recoge la RAE que, en una segunda acepción del término, le da luz
verde para aquello “que tiene rasgos
característicos de la obra de Luis García Berlanga”, poniendo como ejemplo
de su posible empleo “una situación
berlanguiana”.
¿Cuáles son esos rasgos? Los señores
académicos no los definen, aunque alguno de ellos como Gutiérrez Aragón bien
podría haberlos concretado. Digamos que son una cierta mezcla de caos y
esperpento, de múltiples personajes actuando de forma aparentemente coral pero
sin comunicarse entre ellos, de comportamientos que llaman al sonrojo y a la
vergüenza ajena. Teñido todo ello por un sentido del humor y de la sátira que
deja hueco a la ternura, más presente en el primer Berlanga y menos a partir de
que Rafael Azcona comenzase a trabajar con él. Lo berlanguiano y lo “azconiano”
(todavía entre comillas) se funden entonces en una síntesis que da origen a
auténticas obras maestras como Plácido
y El verdugo. Una simbiosis
excepcional, única en la historia del cine español.
Aunque en los últimos años de su vida, y
debido en buena parte a sus coqueteos con el poder autonómico valenciano que
darían origen al costosísimo disparate de la Ciudad de la Luz, Berlanga fue
“recuperado” de forma oportunista por la derecha, su obra le aleja de cualquier
aproximación conservadora. Todo lo contrario, es una y otra vez la imagen de un
país confuso y contradictorio, dominado por el absurdo y donde chapotea un
océano de perdedores, a cada cual más enfangado en su pequeño mundo. No hay en
su cine resquicio de conformismo, sino ácida visión de una sociedad que engulle
a sus habitantes mientras les hace creer que sus sueños son realizables. Y que
cuando se dan cuenta de que no, de que han sido víctimas de un inmenso engaño,
ya resulta demasiado tarde. Lo berlanguiano es, así, un espejo donde contemplar
nuestra propia realidad.
(Publicado en "Turia" de Valencia, diciembre de 2020).
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