No es extraño que después de haber
trabajado en catorce ocasiones con Kenji Mizoguchi y en diez con Yasujiro Ozu,
su actriz fetiche, Kinuyo Tanaka, aprendiera muy bien el oficio de dirigir. Lo
demostró en seis largometrajes que realizase entre 1953 y 1962, dentro de la
llamada “Edad de Oro” del cine japonés. Casi todos ellos, cinco exactamente
salvo el último, Amor bajo el crucifijo,
son mostrados ahora en un ciclo excepcional de la Filmoteca valenciana, en
colaboración con la Japan Foundation, iniciado la pasada semana y que se
prolongará hasta el 9 de diciembre. Se trata de una ocasión única (hay un
precedente en Filmoteca Española hace cuatro años, pero con solo tres films)
que cualquier cinéfilo debe aprovechar sin falta.
Durante décadas, fue Kinuyo Tanaka la
“Gran Dama” del cine nipón, con una carrera de más de 250 películas, casi
siempre de protagonista, que se inicia en el periodo mudo y que dura hasta su
fallecimiento en 1977. Pero su faceta de ser la segunda mujer que se ponía en
su país detrás de la cámara, como se denomina la muestra de la Filmoteca, con
el único precedente de la documentalista Tazuko Sakane, resulta mucho menos
conocida, e ignorada plenamente entre nosotros. Una vez más, el hecho de ser
mujer parece que ha invisibilizado su labor como realizadora, que engarza sin
duda con la de sus maestros, aunque solo llegara a concretarse en media docena
de títulos: Carta de amor (1953), La Luna se levanta, Pechos eternos (ambos de 1955), La princesa errante (1960), Girls of Dark (1961) y la citada Amor bajo el crucifijo, de 1962, centrada
en la figura nada habitual de un samurái cristiano y sus tormentosos amores,
quizá tan intensos, aunque nunca confesados, como los que la propia Tanaka
vivió con Mizoguchi…
El cáncer de mama, el incremento de la
prostitución tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial y los matrimonios
impuestos o de conveniencia fueron valientemente abordados en estas películas, donde
también resultaba muy patente el tono de melodrama sentimental en el que, con
su dulce acento del sur de Japón, Kinuyo Tanaka se sentía especialmente a
gusto. Firme defensora de actitudes feministas en un mundo de hombres muy
hostil a ellas, lo que se hizo patente de manera especial tras su viaje a
Estados Unidos en 1949, que influiría asimismo en su decisión de convertirse en
cineasta para mejor expresar sus ideas y su compromiso, el prestigio social y
la popularidad que alcanzó en su país no palidecían en absoluto ante los
logrados por las mayores “estrellas” de Hollywood.
Quédense, pues, con este nombre y acudan
al Rialto a ver sus realizaciones como directora, que lo merecen y mucho. Un
ciclo con sus más gloriosas interpretaciones, y hay donde elegir, supondría el
complemento perfecto de la muestra actual.
(Publicado en "Turia" de Valencia, noviembre de 2020).
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