No fue casualidad que, cuando la Editorial Planeta nos pidió que hiciéramos una selección de nuestras entrevistas en “Triunfo” para publicarlas en un libro, Diego Galán y yo eligiéramos la de Fernando Fernán-Gómez como la primera de ellas. Era la preferida entre cuantas habíamos hecho, y la verdad es que salimos de su piso en la Castellana realmente satisfechos por la conversación. Yo no le conocía personalmente, Diego un poco más a través de Eduardo Haro Tecglen, pero cuando nos sentamos a tomar el habitual café posterior a todos los encuentros, uno y otro nos sentíamos felices por el resultado. Al fin y al cabo, éramos solo dos jovencitos periodistas que acabábamos de compartir un par largo de horas con una de las máximas figuras de la cultura española, con fama, además, de ser un cascarrabias que se enfadaba asiduamente con la Prensa.
Nada de eso. Y cuando le pedimos, como a los restantes “18
españoles de posguerra” (que así se llamaría el libro) elegidos, una especie de
posdata con su impresión sobre la cita que habíamos mantenido meses antes, nos
llenaron de orgullo sus palabras: “Aunque buena parte de mis amigos son
periodistas o colaboradores de prensa, suelen caerme mal casi todos los que me
hacen entrevistas. Y esto es porque me han caído mal muchísimas de las
entrevistas que me han hecho. Esta es una de las pocas que se salvan de ese
juicio. Ahora, al releerla, recuerdo el buen rato pasado aquella tarde (…) Dos
de las virtudes que agradezco en el entrevistador son la cortesía en las
preguntas y la fidelidad al transcribir las respuestas. Las dos se dieron en
este reportaje de Diego Galán y Fernando Lara”. Misión cumplida, pues.
¿Qué es lo que más nos había impresionado de aquel encuentro?
Sobre todo, la parte final, cuando ya con la confianza que iba creciendo con la
charla, le pedimos a Fernán-Gómez que imaginase que estaba viendo su vida como
si fuera una película y qué conclusiones sacaría a su término. Debo confesar
que nos fascinó su sinceridad, o era tan buen actor que así nos lo pareció, al
referirse a que “desde la adolescencia yo vi muy claro que mi primera
obligación era solucionar mi problema sexual, y que mi vida profesional estaba
a su servicio. Con arreglo a mi físico y en comparación con el problema de los
demás, me parece –ahora, que tengo cincuenta años– que he tenido un éxito
rotundo (…) Siempre he tratado de oponer la frivolidad a la angustia, a la
seguridad de la nada, a la conciencia de la muerte y a todas esas cosas
propuestas por el existencialismo, dominante ideológico de mi juventud. Hoy, el
balance creo que es más bien favorable. He sacrificado mi estatua en aras de mi
vida de hombre. Y ahora, precisamente como hombre, juzgado en su totalidad, me
encuentro contentísimo y satisfechísimo”. A lo que añadió con humor una frase
que se hizo famosa: “Si yo debo elegir entre las piernas de una señorita y el
Premio Nadal, opto por las piernas de la señorita”…
¿Era, quien así se sinceraba, ese ogro con los periodistas,
que aseguraban que siempre les respondía de manera brusca y displicente? El que
estábamos entrevistando, ¿era el mismo al que admirábamos en todas sus facetas
creativas, ya fuera en cine, teatro o literatura, pero del que aseguraban que
mantenía una imagen distante y altiva ante quienes no fueran sus amigos
íntimos? No, aquí había un equívoco, y Diego y yo nos sentíamos felices de
contribuir al mejor conocimiento de un Fernán-Gómez que después aseguraba que
“si entramos en el terreno profesional, las cosas cambian. Ahí están diversas
parcelas en donde dominan el cansancio, la desilusión, la insatisfacción… De lo
único que estoy plenamente satisfecho es de mi trabajo como actor de teatro. En
mi época de mi adolescencia y primera juventud, aspiraba simplemente a
conseguir un puesto de actor cómico en España. La casualidad y la suerte me han
llevado a hacer cosas de primer actor y obras importantes”. Al contrario, “no
me interesa nada lo que haya podido hacer, ni lo que pueda hacer en el futuro,
como director de teatro. Cuando lo he hecho, ha sido por pura profesionalidad y
no porque sea una cosa por la que sienta vocación ni inquietud”.
Dos obras maestras como El
mundo sigue y El extraño viaje
habían quedado sepultadas en los anaqueles de sus productoras y distribuidoras,
sin poder renovar el éxito que Fernán-Gómez lograse con La vida por delante y La vida
alrededor. Fueron los críticos entonces jóvenes, y en concreto Jesús García
de Dueñas cuando escribió precisamente en “Triunfo” sobre el segundo de esos films
“malditos” tras encontrarlo en programa doble y en un puro cine de barrio como
el Odeón madrileño, los que alertaron sobre aquel doble trabajo genial. Pero el
mal ya estaba hecho y la amargura de haberlo vivido tan a fondo se palpa en los
términos con que se cerraba nuestra conversación: “En el terreno de director de
cine es donde, sin duda, me encuentro más decepcionado. Por una parte, no he
podido tener ni la libertad, ni los medios, ni las ofertas suficientes para
hacer un cine en el que yo pudiera ser
sincero; y por otro lado, noto que el cine de consumo tampoco me requiere, cosa
que también me cabrea”. Menos mal que, pasando los años, quedaba por llegar otra
obra magistral como El viaje a ninguna
parte en 1986.
Ahora, cuando celebramos el Centenario de su nacimiento,
tengo todavía muy viva en la memoria aquella entrevista especial con Fernando
Fernán-Gómez que, en una calurosa tarde de agosto, hizo entender a dos
incipientes periodistas la belleza de su profesión.
(Publicado en el programa de Filmoteca Española, agosto de 2021)
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