Hubo un Director General del ICAA, a finales de los 80, que
mantuvo públicamente que la solución del cine español consistía en hacer
películas como las de Rohmer, de quien era entusiasta partidario. Su intención
era sugerir que dadas las dificultades económicas que, como siempre, sufría entonces
nuestro cine, lo adecuado era emprender films pequeños, de escaso presupuesto y
equipo reducido, algo que el autor de Ma
nuit chez Maud solía llevar a la práctica en la cita casi anual con sus
seguidores. Pero los productores españoles se lo tomaron muy a mal, como si
desde el Ministerio de Cultura se pretendiera interferir en su labor de hacer
películas de mayor ambición económica y se les marcase un camino concreto para
recibir las ayudas estatales. Lo que no era en absoluto cierto.
Me viene a la mente esta situación mientras leo “Cuentos de los mil y un Rohmer”, en el que Françoise Etchegaray recoge su relación de cerca de tres décadas con el cineasta, tiempo en el que participó en trece largometrajes y una decena de cortos suyos, básicamente como directora de producción pero sobre todo como “mano derecha” de Rohmer. Experiencia que trasladó a una serie de cuadernos personales, pensados en principio para legarlos a sus dos hijos como un “diario inconexo en forma de ejercicio de admiración por un creador”. Aunque finalmente se animó a sacarlo a la luz hace un par de años en Francia y ahora en España, dentro de la colección “Imprenta dinámica” que han emprendido la ECAM y la entidad de gestión de derechos audiovisuales DAMA y que ya llega a su tercera entrega.
Texto por definición anecdótico e informal en su desarrollo, “Cuentos
de los mil y un Rohmer” tiene el valor de ponernos en estrecho contacto con un
cineasta peculiar, muy austero y de difícil carácter, nada proclive a los actos
mundanos, cuyo “único objetivo en la vida”
era crear: “Crear. Cada segundo debe
consagrarse únicamente a la creación. Tomar el té. Hablar. Coger el autobús, el
tren. Caminar a grandes pasos por los decorados de la vida. Soñar. Solo tomar
la realidad para ponerla en imágenes, en voces, en sonidos, en escena. La
realidad está ahí para ponerla en escena”, en palabras de Françoise
Etchegaray que ha traducido muy bien al español Natalia Ruiz. Ojalá este libro
sirva para que el nombre de Éric Rohmer renazca ante los jóvenes cinéfilos,
para quienes está un tanto olvidado.
De mayor enjundia teórica y elaboración profesional son los
dos títulos precedentes de esta recomendable iniciativa, que auspicia
editorialmente la revista especializada “Caimán”. Me refiero a “En el momento
del parpadeo. Una perspectiva sobre el montaje cinematográfico”, un texto ya
clásico e imprescindible de Walter Murch que aquí estaba agotado; y “La caja de
madera. Estudios sobre puesta en escena cinematográfica”, de Carlos Gómez y
Enrique Urbizu, donde el autor de La
caja 507, La vida mancha o No habrá paz para los malvados se une a
la escasa nómina de cineastas de nuestro país que reflexionan en alto sobre su
trabajo creativo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, julio de 2022).
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