Texto escrito para la página "Web" de la Academia de Bellas Artes como complemento del anuncio de la conferencia de Enrique Gato, creador de la serie de Tadeo Jones, el 28 de febrero de 2023.
Dar vida y movimiento a lo que es inanimado. Este es el “milagro”
que define al cine de animación desde el invento de los Lumière en 1895. E
incluso antes, porque ya en los experimentos de su prehistoria se había
avanzado en esta ilusión de que objetos y personas se mostrasen a los
espectadores de forma dinámica. Aunque ha sido el dibujo el principal soporte
de la animación, ha desarrollado con el tiempo muy diversas muestras,
trabajando con muñecos, marionetas, siluetas, pinturas, arena…, en un sinfín de
propuestas imaginativas. Incluso fundiéndose con el documental en las últimas décadas,
cuando ya el género ha compartido su faceta infantil con la de contenidos adultos,
lo que ha aumentado su alcance cara al público.
Se considera al francés Émile Cohl y al norteamericano Stuart
Blackton como los “padres” del cine de animación en los primeros años del siglo
XX. Pero su prolífica obra no se quedaría en ellos mismos, sino que fueron
surgiendo figuras que, aunque hoy en muchos casos olvidadas, no palidecen
frente a las de imagen real: Pat Sullivan con su Gato Félix; los miembros del
equipo de la Warner, con Tex Avery y Chuck Jones y su Bugs Bunny a la cabeza; o
los de la Metro, comandados por Bill Hanna y Joe Barbera, creadores de Tom y
Jerry… Autores no inscritos en el imperio de Walt Disney, iniciado por Mickey
Mouse y el primer largometraje de animación, Blancanieves y los siete enanitos, en 1937, y cuya decisiva influencia
llega hasta hoy, aunque complementada por John Lasseter y su Estudios Pixar mediante
animación por ordenador y fusión de complejas técnicas.
Paralelamente, en los más diversos confines, destacaron
nombres de especial relieve: Paul Grimault en Francia, Lotte Reiniger en
Alemania, el indiscutible maestro Norman McLaren en Canadá, Jirí Trnka y Karel
Zeman y Jan Svankmajer en la entonces Checoslovaquia, George Dunning y Aardman Animations
en Inglaterra, Walerian Borowczyk y Jan
Lenica en Polonia, Bruno Bozzetto en Italia, Ion Popesco Gopo en Rumanía…, y
tantos más que conforman un panorama clásico de la animación digno de mejor conocimiento.
También en España, desde los trucajes del aragonés Segundo de
Chomón, habitualmente para las producciones de Méliès, pasando por el
ingenuismo de la etapa de la posguerra con títulos como Garbancito de la Mancha, Alegres
vacaciones o Érase una vez, recién
restaurada por la Filmoteca de Catalunya, y la muy meritoria labor posterior de
Cruz Delgado, Francisco Macián y Pablo Núñez, hasta la actual eclosión en
nuestro siglo. Los espectaculares éxitos de Enrique Gato con su ya universal personaje
Tadeo Jones, la extensión del cine de animación por zonas como Euskadi y
Galicia o el Oscar al Mejor Cortometraje logrado en 2022 por Alberto Mielgo con
El limpiaparabrisas, son –entre otras–
claras muestras de la llegada a una edad adulta por parte de la animación
española. Sería de desear que esa relevancia ganada a pulso sirviera también
para que excelentes profesionales de nuestro país no tuvieran que “desertar”
hacia latitudes más propicias.
Dotada de especial atractivo para los jóvenes, la práctica de la animación, ya sea la tradicional de imagen por imagen (stop motion) o por ordenador, despierta vocaciones y seguidores día tras día, igual que sucede con los cómics y los videojuegos. De ahí que, desde la Academia de Bellas Artes, su Sección de Nuevas Artes de la Imagen siga con especial atención la trayectoria de estas modalidades expresivas y de sus autores, merecedores de un detenido estudio y de la máxima consideración.
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