El mito del "low cost"


No hay que confundir el remedio con la solución. Y me temo que esta confusión se viene produciendo a la hora de hablar del cine español “low cost” o de bajo presupuesto. Que se estén haciendo películas con mínimos recursos no supone ninguna satisfacción especial, contra lo que se quiere publicitar; se hacen así porque no hay otro remedio, porque no hay más dinero para realizarlas. Está muy bien la democratización del cine, que cualquiera pueda coger una cámara y hacer una obra personal con escasos medios. Pero ese no puede ser el camino para toda una cinematografía, que necesita de recursos, de un soporte industrial –aunque sea mínimo– si quiere llegar al público. Podemos valorar, y es justo que así se haga, a quienes han logrado poner en pie proyectos arriesgados que se exhiben en cinematecas, museos o festivales. Pero no glorifiquemos ni mitifiquemos esa tendencia por el simple hecho de existir. Se trata de una salida de emergencia ante la dureza de la situación, ante las extremas dificultades actuales para hallar financiación. No es la panacea soñada, entre otras cosas porque así le estamos haciendo el juego al poder, que piensa que no resulta necesario el apoyo a la creación cinematográfica si esta se vale por si sola. Podemos estar de acuerdo con el filósofo norteamericano John Dewey cuando sostenía que “no solucionamos los problemas: los superamos”, pero tal superación no puede venir a costa de postergar los mínimos exigibles.

No conozco director alguno que no quiera contar con más medios a la hora de ponerse tras la cámara (quizá David Trueba sea la excepción), que opten voluntariamente por un “low cost”. Muchos ejemplos podrían aducirse en este sentido, pero me limitaré a uno de ahora mismo: el de Carlos Vermut, cuyo primer largometraje, Diamond Flash, difundido a través de internet, costó tan solo unos veinte mil euros. Pero que, tras el éxito obtenido entre la crítica especializada, su siguiente película, Magical Girl, ya cuenta con un presupuesto de medio millón y actores tan reconocidos como José Sacristán, Bárbara Lennie y Luis Bermejo. Presupuesto todavía muy reducido, sí, pero ya asumido por una productora como tal, sin necesidad de recurrir al “crowfunding” o similares, y distribución comercial asegurada.

Carlos Vermut y José Sacristán, en el rodaje de"Magical Girl".


Nunca se debe valorar el cine en función de su coste, alto o bajo. Ahí radica, en dirección opuesta, el disparate de la Orden Ministerial de 2009, que traiciona el espíritu de la Ley de dos años antes al dividir al cine español en tres categorías según sea más caro o más barato, contra lo que se levantaron los denominados “Cineastas contra la Orden”. Pero tampoco pensemos en una “edad de oro del cine español” porque logre hacerse con cuatro cuartos. Otros son los baremos que hay que utilizar. Al fin y al cabo, también las neorrealistas o las de la “Nouvelle Vague” eran películas “low cost”…

(Publicado por "Turia" de Valencia, noviembre de 2013).

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