Notas sobre "Bienvenido, Míster Marshall"


(Texto para la presentación del libro "Bienvenido Mister Marshall". Sesenta años de historias y leyendas", de Eduardo Rodríguez Merchán y Luis Deltell, que tuvo lugar en la Sala Berlanga, de Madrid, el 21 de enero de 2014. En esa presentación también intervinieron los autores del volumen e Inés París como coordinadora).


· Más que al libro de Eduardo Rodríguez Merchán y Luis Deltell, voy a referirme directamente a la película de Berlanga. Además, como soy uno de los dos prologuistas, ya se da por supuesta la alta valoración que me merece… Pero sí hay que resaltar desde un principio que el eje troncal del texto es la decisiva importancia que conceden sus autores al trabajo de Miguel Mihura en el guion del film, que Eduardo y yo mismo adelantamos en nuestro libro “Miguel Mihura, en el infierno del cine”, editado por el Festival de Valladolid. Si el volumen actual supone un estudio analítico a lo largo de 321 páginas y 368 notas, que demuestra una gran meticulosidad académica y documental, debe destacarse que se analizan en él nada menos que veinte razones o apartados para demostrar la coautoría “mihuresca”. Como también supone una importante aportación la comparación entre los dos guiones, el original y el trabajado por Mihura que sirvió para el rodaje, así como de las listas de secuencias correspondientes. Unas secuencias que, durante muchos años, sufrieron la anomalía de que la película se viera con los rollos cambiados… Algo muy propio del carácter caótico del cineasta de “Bienvenido…”, a cuya bibliografía el libro de Rodríguez Merchán y Deltell supone una destaca aportación.


     Eduardo Rodríguez Merchán

· En su momento, Alonso Zamora Vicente escribió que “la aparición de ‘Bienvenido…’ es equiparable a lo que significó ‘El lazarillo de Tormes’ en la literatura”. Y no anduvo precisamente descaminado, pese a la aparente exageración, en su criterio sobre una película que –cabe recordar– solo costó entre tres y cinco millones de pesetas, entre 18 y 30.000 euros, lo que hoy llamaríamos un film “low cost”.

·    Podría considerarse que la semilla de “Bienvenido…” está en la secuencia inicial de “Esa pareja feliz”, cuando –en un estudio de cine y ante sus humildes trabajadores– Lola Gaos, llevando un ropaje similar al de Aurora Bautista en “Locura de amor”, caía por una ventana equivocada del decorado tras gritar “¡No, no firmaré jamás, muera conmigo el honor de Palencia!”… En esa voluntad de plantear un contraste entre el “cine heroico” español de la posguerra y el que deseaban hacer los nuevos cineastas como Berlanga y Bardem, se halla el sustrato del planteamiento de “Bienvenido…”.

·    De hecho, la capacidad irónica, de desmitificación, incluso la irrisión que provoca el choque entre la realidad y una ficción adulterada, están también en “Bienvenido…”. En otras palabras, el contraste entre la España oficial y la real. Porque, así, “Bienvenido…” no es sino la ceremonia de enmascaramiento de un pueblo que ha de disfrazarse con el fin de lograr sus objetivos. Para ello, no les sirve la vida que viven y tienen que inventarse otra distinta, acorde con lo que creen que se espera de ellos. En definitiva, y aunque dentro del terreno de la comedia, la necesidad de ser otros porque lo que se es en realidad no sirve para unos fines concretos. De ahí que pocas películas tengan un final tan triste como “Bienvenido…”, donde dan tanta pena sus personajes, aunque la voz en “off” trate de enmascararlo hablando de la “esperanza” y del tranquilo regreso a la normalidad cotidiana.

·       Se aborda en el libro la polémica sobre si “Bienvenido…” gustó o no al franquismo. De lo primero hay testimonios en cartas de embajadores, gobernadores civiles y escritos de los críticos oficiales, e incluso el hecho de que la censura apenas la atacase, salvo en algunos pasajes del cura. Pero no hay que olvidar que el Régimen había comenzado una tímida apertura en 1951, un año antes de que se aprobara “Bienvenido…”, en el momento del nombramiento de Joaquín Ruiz Giménez como ministro de Educación (que duraría hasta 1956) o de José María García Escudero al frente de la Dirección General de Cine (cargo en el que estaría menos de un año): es también el momento de la autorización de “Surcos”, de Nieves Conde, o del “cine negro” que se estaba haciendo en Barcelona. Por otra parte, al franquismo no le disgustaba en absoluto “meterse” con los norteamericanos después de que España hubiera sido excluida –debido a sus connotaciones filofascistas– del Plan Marshall de reconstrucción europea, ni dejar pasar la ocasión de realzar la autenticidad patria contra lo que venía de fuera, de lo que, eso sí, no dudaba en aprovecharse aunque fuese a costa de disfrazar las “esencias”. Por ello, tienen razón Rodríguez Merchán y Deltell cuando señalan que, posiblemente, solo un año más tarde, “Bienvenido…” no habría sido autorizada, al firmarse los Pactos con Estados Unidos y variar la perspectiva de la relación entre ambos países, que ya no estaría abierta a las “bromas” cinematográficas.

·       Pero vista desde hoy, poco más de sesenta años después, suena disparatado pensar en cualquier tipo de connivencia entre “Bienvenido…” y el franquismo. La prueba es la contemplación que de la película se ha ido haciendo por parte de generaciones posteriores y de la actual (¡cuántas veces se ha comparado el discurso del alcalde con los de Franco!). Difícilmente podría sonar en su elogio la historia de “un pueblo español, un pueblecito cualquiera” que no solo soporta a unos Delegados gubernamentales autoritarios, prepotentes y que no saben ni el nombre de la localidad en que están, sino que vive en una situación de estancamiento, carente de estímulos y futuro sin apenas horizontes, que ha de travestirse, de refugiarse en una falsedad para lograr sus pequeñas ambiciones. ¿Era esa la imagen que el franquismo quería dar de la España de los 50? Evidentemente, no.

·  Porque “Bienvenido…” es una de las escasísimas películas españolas con un protagonista colectivo, ese “pueblo cualquiera” al que hemos hecho alusión. Hay, sí, personajes más destacados que otros, como el alcalde, el representante, la cantante, el cura, el hidalgo…, pero ninguno alcanza un dominio total sobre los demás. Frente al esquema habitual de protagonista y antagonista, en este caso hay una colectividad entera sobre la que gira todo el relato.

·      Podría decirse, por otra parte, que “Bienvenido…” es una de las películas imperfectas más perfectas. Me explicaré: posee varios elementos que no funcionan satisfactoriamente, como una voz en “off” irritante por lo edulcorada y relamida; unos sueños que no aportan gran cosa, aunque nos haga gracia –pese a ser demasiado largo– el del alcalde en el “saloon” de “western”; unas canciones metidas con calzador (como consecuencia del origen de la película para lucimiento de Lolita Sevilla), excepto la famosa de “Americanos, os recibimos con alegría…”. Pese a todo lo cual, “Bienvenido…” es un prodigio de frescura, humor intencionado y una capacidad satírica que llega a alcanzar la categoría de metáfora social. Por eso sigue viéndose en perspectiva con la misma satisfacción que hace más de medio siglo, divirtiéndonos con los impagables trabajos de Pepe Isbert o Manolo Morán y afectándonos en lo que tiene de reflejo de una sociedad española, rural en este caso, que acababa de salir del racionamiento.

·   Finalizaré mi intervención con algo que quiero destacar: el carácter mítico que han alcanzado determinadas imágenes de “Bienvenido…”. Me refiero concretamente a dos: el ya citado discurso del alcalde en el balcón del Ayuntamiento del pueblo y el desfile de sus habitantes, previo a recibir a los americanos (imágenes a las que cabría sumar la muy bella del tractor con el paracaídas). Ambas pertenecen ya, de una manera indeleble, al imaginario colectivo español, lo mismo que –en términos escritos– supone el propio título de la película. (Sobre el que, por cierto, los autores elaboran un amplio capítulo analizando sus diversas modalidades. Lo más curioso es que el que establecen como “canónico” se contradice con el de la propia portada del libro. Otra paradoja referida a “Bienvenido…”).

·   ¿Por qué no dudo en dar a esas imágenes la dimensión de “míticas”? Entiendo por mítico, algo que se configura por encima de su propia existencia: un personaje, entidad o situación de ficción que, a través de su pervivencia en el tiempo y su expansión en el espacio, logra dimensiones de universalidad y se constituye en punto de referencia donde convergen una serie de constantes humanas, por lo que alcanza categoría de símbolo. Y esas imágenes de “Bienvenido…” que propongo, la del discurso en el balcón y el desfile callejero, se ajustan como un guante a esas características que acabo de enumerar. Cada vez que se da una situación similar, saltan a nuestra memoria; cada vez que se desea evocar algo parecido, están ante nuestros ojos. Es lo que se llama formar parte, integrar, un “imaginario colectivo”, algo que no es precisamente frecuente en el cine español.

·   Ello sí sucede en otras cinematografías, sobre todo la norteamericana y también la francesa e italiana, pero no en la nuestra: además de las secuencias citadas, la mesa de los mendigos de “Viridiana”; el verdugo llevado a rastras en la película homónima también de Berlanga; la “Milana bonita” de “Los santos inocentes”; la bicicleta caída en primer término de “Muerte de un ciclista”; la niña de “El espíritu de la colmena” contemplando al monstruo de Frankenstein… Son imágenes que viven pegadas a la memoria colectiva, a nuestro “imaginario”, como parte indisoluble de él. De ahí su condición de míticas como las que, insisto, “Bienvenido, Míster Marshall” guarda en su interior.

    Muchas gracias.    

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