Con esta palabreja, todavía no recogida por la Academia y
versión castellana del inglés “offspring”,
se designa un fenómeno típico del capitalismo salvaje (valga la redundancia): llevarse
una industria del lugar donde está situada a otro que permita un mayor
beneficio gracias a menores costes salariales, permisiva legislación social y ambiental
o atractivos fiscales. Las grandes empresas, sobre todo multinacionales, suelen
utilizarlo, trasladando sus centros de producción a localidades todavía más
favorables a sus cuentas de resultados, dejando en el paro a miles de
trabajadores de la zona de origen en busca de otros con sueldos reducidos y
escasas exigencias sindicales. Lo dicho, una salvajada que ocurre un día sí y
otro también, y que ciertos economistas consideran una consecuencia “lógica” de
la globalización.
Si traigo a esta página el tema de la deslocalización, no es
porque alguna película lo aborde ahora (de hecho, ya lo hicieron Costa-Gavras y
Ken Loach), sino porque está sucediendo en el cine español. Al repasar las
fichas de Zipi y Zape y el Club de la
Canica o de la serie televisiva sobre el personaje del Capitán Alatriste, puede
comprobarse que han sido rodadas en Hungría, en estudios y con técnicos, operarios
e incluso actores de ese país. La razón es simple, y no tiene que ver con que
la trama se desarrolle precisamente allí: los costes de producción resultan inferiores
y las condiciones laborales más “flexibles”. Mientras, las gentes de nuestro
cine no tienen trabajo que llevarse a la boca, no sale nada digno (solo quince
largometrajes han superado en 2013 el presupuesto de 2 millones de euros) y deben
dedicarse a otros menesteres o emigrar al extranjero. Hay profesiones que están
casi desapareciendo, como las de constructores de decorados –en origen, muchos
artistas falleros–, atrezzistas, maquinistas o eléctricos, mientras se
deslocalizan las escasas producciones de mayor empeño económico y se marchan a
Hungría, a Marruecos o a Portugal.
Otro tanto respecto a los estudios. Al tiempo que agonizan
los de la Ciudad de la Luz (también por motivos que conocen perfectamente los
lectores de Turia) o que Isasi haya
cerrado los suyos en Cataluña, vamos a buscar los de fuera, sin duda muy bien
dotados pero sobre todo más baratos. Es como la etapa de Samuel Bronston o de Lawrence de Arabia, pero al revés:
entonces, finales de los 50 y principios de los 60, éramos el Tercer Mundo del
cine y aquí se venía a rodar porque costaba menos y todo eran facilidades. Ahora,
ya explotamos a otros… Los que, principalmente desde FAPAE, tanto daban la
matraca con el exceso de películas españolas, que vayan a convencer de su
teoría reduccionista y su defensa de la deslocalización a los miles de
profesionales, técnicos y artistas que están hoy pura y simplemente en el paro.
Les van a recibir con las puertas abiertas.
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2014).
(Publicado en "Turia" de Valencia, enero de 2014).
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