Lina Canalejas y Fernando Fernán-Gómez, en "El mundo sigue", de Fernando Fernán-Gómez (1963)
Si la palabra “melodrama” no hubiese recuperado hace ya
tiempo su –nada peyorativo– sentido original, la visión de El mundo sigue conseguiría devolvérselo con creces. Porque el film
de Fernando Fernán-Gómez responde con fidelidad a las características básicas
del género y, no pese a ello sino gracias a ello, logra su objetivo: ofrecer
una imagen devastadora del fracaso y la desesperación, la mediocridad y el
mercantilismo de un núcleo social inmerso todavía en aquella posguerra de nunca
acabar. Como “melodrama sentimental, lo
que hoy se hubiera llamado un culebrón”, definió el propio Fernán-Gómez su
película; la justeza de la frase incluye ese aroma próximo a los melodramas
clásicos mexicanos que desprenden muchas de las situaciones y diálogos de El mundo sigue, pero quizá se quede
demasiado corta. Hay otros aspectos no tan evidentes que, al contemplarla,
adquieren una especial dimensión.
Ante todo, la forma obsesiva en que el dinero gravita sobre
cada uno de los personajes. Dentro de un cine español donde raramente a las
cosas se les llamaba por su nombre, sabemos por El mundo sigue que en los años 50 un aborto clandestino costaba
15.000 pesetas, que el generoso cheque de un “banquerito” catalán a su mantenida podía ascender a diez veces
más, que te jugabas el cuello y la cárcel por robar las 22.000 pesetas de la
recaudación diaria de un bar, que por 500 pesetas alguien ya se creía con derecho
a meter mano a la mujer de su empleado, que una sortija y un reloj de oro
bastaban para sepultar los “principios” de unos padres tradicionales, e incluso
que por tener los 14 aciertos de una quiniela igual solo cobrabas 5.069,50
pesetas si los acertantes eran 485, muestra de que “el talento de los españoles
aumenta a ojos vistas”, como titulaba el diario del Movimiento, “Arriba”.
Todo está cuantificado hasta la exasperación en El mundo sigue, toda su red de
sentimientos, odios, pasiones y rencores cabe cifrarla en un mayor o menor
puñado de pesetas. Eloísa (Lina Canalejas), ese personaje amargado que fue
“Miss Maravillas” en 1950 y que suele hablar “desde mi pobreza de mujer
decente”, acaba lamentándose de que “ya
no sirvo ni para venderme”. Mientras su hermana Luisa (Gemma Cuervo), que
sí supo venderse, exclama un definitorio “¡que
se mueran los pobres!” acomodada en el interior de su “haiga” que le
conduce por las calles de Madrid. Y Faustino (Fernando Fernán-Gómez), el odioso
marido de la primera, cuya ludopatía no puede ir más allá de las quinielas,
terminará confundiendo trozos de periódico con billetes de banco…
Otro valor fundamental de El
mundo sigue es su lúcido retrato de la mujer en estos años de penuria moral
y material que conocemos como franquismo. No ya solo a través de las dos
hermanas citadas, sino de su madre, Doña Eloísa (Milagros Leal), y hasta de los
personajes que aparecen incidentalmente –por ejemplo, la regordeta criada en
quien resulta difícil reconocer los trazos de Marisa Paredes, o la joven
“modelo” que interpreta Pilar Bardem–, Fernán-Gómez compone un friso colectivo
que las feministas deberían tener muy en cuenta a la hora de mostrar el papel
otorgado a la mujer en una sociedad sexista y opresiva. Sometidas sin cesar al
hombre, aunque sea para aprovecharse de él merced a sus “encantos”, sin
posibilidad de desarrollar un camino propio como seres humanos, brutalizadas o
acosadas (nada menos que “hembra pateada”
es el calificativo que Faustino dedica a Eloísa, “la madre de sus hijos”), las
mujeres de El mundo sigue se
convierten con el paso del tiempo en el símbolo de un entorno regido por el
signo supremo del machismo.
A pocos meses de que el régimen de Franco celebrase de manera
triunfalista sus “25 Años de Paz”, Fernán-Gómez se basa en la densa novela de
Juan Antonio de Zunzunegui para poner en pie este melodrama que difumina
sabiamente los estrictos límites del Bien y el Mal en que el género se
sustenta, este relato costumbrista y casi naturalista que va mucho más lejos
del simple reflejo de usos y conductas, de este apólogo moral que deja pequeña
la “Guía de Pecadores” de Fray Luis de Granada, citada textualmente al comienzo
de la película. No puede extrañar que pasara lo que pasó: que El mundo sigue apenas llegase a estrenarse
comercialmente. Y es que Fernán-Gómez no tuvo en cuenta esa advertencia que el
director del periódico da a Andrés (Agustín González), su crítico de teatro,
según la cual “nuestros consejeros, y los
hijos y los parientes y los amigos de nuestros consejeros, todos tienen un
enorme talento…”. Prefirió “hacerse
un regalo” filmando la película que deseaba, en vez de aceptar el “talento”
de quienes dominaban nuestro país.
(Texto escrito en 1995 para una publicación del Festival de Cine de San Sebastián y leído parcialmente en la Mesa Redonda dedicada a "El mundo sigue", el 6 de julio de 2015, en la Academia de Cine).
Mesa Redonda celebrada en la Academia de Cine sobre "El mundo sigue". En torno a Gemma Cuervo, protagonista del film, y de izquierda a derecha, Adolfo Blanco, José Sacristán, Juan Estelrich, Antonio Resines, Fernando Trueba y Fernando Lara).
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