Lo llamo así, “el hombre tranquilo”, porque tranquilidad y
sosiego es lo que respira por sus poros, debido posiblemente a su origen
canario. Tanto en sus relaciones personales como en las laborales, José Manuel
Cervino transmite paz y ecuanimidad. Pero, atención con este tipo de
caracteres, como el del mismísimo John Wayne en la famosa película de John
Ford. Porque, tras esa aparente quietud, se esconde quizá un volcán (nada
extraño en un tinerfeño) que estalla de tiempo en tiempo, sobre todo cuando la
injusticia o la prepotencia le indignan, algo frecuente ante la España actual, como
atestiguan también quienes asistieron a sonadas asambleas de actores en el
pasado. Siempre con su magnífica voz, su sentido del humor y guardando las
formas, eso sí; no podía ser menos en alguien que suele vestirse de negro…
Cervino ha trabajado con muchos de los directores importantes
de nuestro cine: Bardem, Camus, Pilar Miró, Gutiérrez Aragón, García Sánchez, Uribe,
Aranda, Garci, Eloy y Álex de la Iglesia, Josefina Molina o Martínez Lázaro.
Una lista casi interminable que comprende desde 1970 hasta nuestros días, cuando
parece estar más reclamado –igual que tantos otros profesionales– por las
series televisivas, con las que consiguiera a finales de los 80 un señalado
éxito gracias a Brigada Central, de
Pedro Masó. Analizar su amplia filmografía únicamente está al alcance de un
libro, y ya lo hizo muy bien Jorge Gorostiza (en “José Manuel Cervino: El
oficio de actor”) con motivo de un homenaje del Festival de Las Palmas.
Hay que subrayar que siempre se ha revelado como un actor
seguro, sobrio, eficaz, dominador de sus recursos. Aunque fuese tan a menudo
para hacer de personajes, llamémosles, autoritarios: policías, comisarios, guardias
civiles, oficiales de prisiones, jueces, padres severos, e incluso de asesino
de la matanza de Atocha, en el papel que más le ha costado interpretar. Constante
paradójica en un hombre “de izquierdas de toda la vida”, reivindicativo y
enormemente solidario con sus compañeros. Me figuro que es que Cervino ha
llevado a la práctica aquella famosa máxima de Simone Signoret, quien sostenía
que “no me importa hacer de fascista en
una película de un director comunista, pero nunca haría de comunista en la de
un director fascista”.
José Manuel Cervino, en "Las Trece Rosas", por la que obtuvo en 2008 el Goya al Mejor Actor de Reparto
Siempre me he negado a valorar a un actor en función de si su
papel en una película, una obra de teatro o una teleserie es más largo o más
corto, si es “protagonista” o “secundario”. Hay actores buenos y malos, como
entre los periodistas, los arquitectos o los inspectores de Hacienda. Que
Cervino es de los primeros ya lo hemos dicho, pero hay tres de sus
interpretaciones que deben resaltarse: la del torturado, vejado e injustamente
condenado León Sánchez Gascón de El
crimen de Cuenca, de Pilar Miró; la de Angelito Delicado, ese peculiar
demente que se une a un grupo de anarquistas durante la Guerra Civil, en La guerra de los locos, de Manolo
Matji, papel por el que en 1988 estuvo nominado a un Goya que le “arrebató” el
Alfredo Landa de El bosque animado;
y la de Jacinto, el guardia civil que, confiado en la promesa de los represores
franquistas, acaba conduciendo a su propia hija a la muerte, en Las Trece Rosas, de Emilio Martínez
Lázaro. Ahora sí, por esta interpretación sí logró en 2008 el Goya al Mejor
Actor de Reparto, premio ratificado después por sus compañeros de la Unión de
Actores.
Ante estos espléndidos trabajos, uno se pregunta si el cine
español ha sabido aprovechar suficientemente el talento de Cervino, si no le ha
encasillado, lo mismo que a tantos colegas suyos, en un tipo casi único de
personajes, en su caso duros y fríos. Si no habría podido dar todavía más ante
otros desafíos diferentes a los habituales. Si se han cumplido, en definitiva,
los sueños de aquel aún casi adolescente que, con su grupo El Tinglado, se
lanzaba a dirigir y a interpretar nada menos que a Ionesco, Beckett u Osborne.
Aunque, a estas alturas de la película, mejor que pensar en
lo que pudo ser y no fue, quizá lo que más le apetezca a José Manuel Cervino es
preparar unas buenas chuletas de cabrito al estilo de Arona, su pueblo natal, y
degustarlas al lado de su compañera de vida y trabajo, la maravillosa Maite
Blasco, y de sus amigos Álvaro de Luna y Manolo Vicent…
(Publicado en el Extra dedicado a los Premios Turia, en "Turia" de Valencia, julio de 2015).
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