Firmado por César Antonio Molina, ministro de Cultura cuando se proyectó el Museo del Cine, y Fernando Lara, entonces director general del Instituto de la Cinematografía (ICAA), el diario "ABC" del 19 de febrero de 2017 publicó el siguiente artículo:
En el Convenio de Colaboración firmado el pasado 1 de febrero
entre el ministro de Educación, Cultura y Deporte y la presidenta de la
Academia de Cine, se acuerda, entre otros temas, “articular actuaciones conjuntas dirigidas al diseño y puesta en marcha
de un Museo del Cine”. Es una excelente noticia, aunque en la Rueda de
Prensa posterior a dicha firma no se aportaran más concreciones al asunto, que
quedaba ligado a “las disponibilidades
presupuestarias existentes”.
Una estupenda noticia, insistimos, porque un centro de estas
características parece imprescindible en el panorama museístico español. Pero
no es una idea precisamente nueva. El proyecto de Museo del Cine estuvo a punto
de hacerse realidad hace más de ocho años, cuando fue concebido dentro del
Centro Nacional de las Artes Visuales (CNAV, donde también estuvo implicada la
Dirección General de Bellas Artes y su responsable entonces, José Jiménez),
que, acompañado por un Museo de la Fotografía y un Instituto de Creación, iba a
tener como sede, una vez remozado, el edificio de la antigua Fábrica de
Tabacos, en la madrileña Glorieta de Embajadores.
No era solo una idea difusa, sino bien concreta: el 13 de
noviembre de 2008 se anunciaba públicamente que el estudio de los arquitectos
Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano había sido el elegido para la restauración
en profundidad del inmueble y su adecuación a los fines previstos. Tras un
concurso en convocatoria restringida en el que participaron siete estudios del
máximo nivel, fue el de Nieto-Sobejano (que acababa de ganar el Premio Nacional
de Conservación y Restauración de Bienes Culturales) el que resultó
seleccionado. Con un bellísimo proyecto que aunaba el respeto a la construcción
del siglo XVIII con un conjunto de soluciones audaces para su debida
utilización como espacio museístico de 30.000 metros cuadrados. Sin duda, los
detallados planos de dicho proyecto deben figurar en los archivos del Instituto
de Cinematografía o de la Secretaría de Estado de Cultura, e incluso pueden
consultarse en internet.
La construcción de este Centro Nacional de las Artes Visuales
se preveía para el periodo 2009-2012, con un presupuesto de cerca de 30
millones de euros. Sin embargo, el cambio de Gobierno producido en la primavera
de 2009, que determinó el relevo en la cartera de Cultura, acabó con tan prometedor
proyecto, que quedó arrumbado hasta nuestros días, cuando parece que algo
similar renace de las cenizas.
En lo que respecta al cine, el CNAV iba a contar como fondos
básicos con los que atesora Filmoteca Española desde hace muchos años (con
diversas e importantes colecciones adquiridas expresamente), hasta un total de
más de 21.000 piezas, pero que hasta hoy se hallan arrinconadas en diversos
sótanos y dependencias, sin que sea posible su visita y conocimiento por parte
del público, ni siquiera de los especialistas. Se buscaba así una potenciación
del papel esencial que juega la Filmoteca Española en la conservación,
restauración y difusión del patrimonio cinematográfico de nuestro país. Otros
fondos particulares vendrían a sumarse a los públicos, como ahora –tras el
Convenio de Colaboración con la Academia– se verían enriquecidos si sus
miembros depositasen en él sus legados profesionales.
También el enfoque global que debe tener un Museo del Cine en
nuestro país resultaba fundamental, no limitándolo al cine español sino
extendiendo su ámbito a toda Iberoamérica. El motivo es diáfano: si, por
ejemplo, un autor como Luis Buñuel desarrolló buena parte de su obra en México,
y tantos otros de sus compañeros protagonizaron una auténtica diáspora en ese
país o en Argentina, la lógica histórica exige que ese universo iberoamericano
protagonice un centro español de estas características.
“Atractivo, dinámico e
interactivo”
respecto a los espectadores fueron los calificativos que empleamos para definir
nuestra propuesta, que se alejaba radicalmente del museo como espacio fijo y
esclerotizado para abrirse a todas las nuevas tendencias participativas en este
terreno. De ahí que se hubieran previsto exposiciones temporales, focos de
atracción para el público o dos salas de proyección de diversa amplitud, con
continuas exhibiciones del importantísimo volumen de películas conservadas por
la Filmoteca Española.
Previamente al proyecto, fueron meses los dedicados al
estudio teórico del mismo, que dieron origen a valiosos documentos. Como
enormemente esclarecedoras fueron las visitas personales a los mejores museos
dedicados al cine, como los de Berlín, Turín o el de la Cinémathèque Française
en París, el primero de ellos, que fue fundado por Henri Langlois en 1948 y
ahora preside Costa-Gavras. Visitas que nos aportaron el bagaje directo de lo
que en Europa llevaba muchas décadas de existencia, pero que en nuestro país,
sin embargo, habría de constituir una importante novedad.
Hay que resaltar la importancia de un Museo del Cine para la
ciudad y la nación que lo acoge, en las que suele convertirse en un foco de
atracción para la población local y foránea. A los que acabamos de mencionar,
cabe añadir otros en muy diversas latitudes, como Nueva York –que alberga el
American Museum of Moving Image, el más relevante de Estados Unidos–, Pekín, Buenos
Aires, Londres, Viena, Salónica o, entre nosotros, Gerona, así como la
multiplicidad de ellos en Alemania: aparte del de Berlín, también Fráncfort,
Düsseldorf o Potsdam poseen centros de estas características. Y un dato sin
duda significativo es que Alberto Barbera y Thierry Frémaux, los máximos
responsables de dos de los Festivales más importantes del mundo, Venecia y
Cannes, se hallan también al frente, el italiano del Museo Nazionale del Cinema
en Turín, y el francés del correspondiente al Institut Lumière en Lyon, cuya
presidencia ostenta Bertrand Tavernier. Como se puede comprobar, la existencia
de un Museo del Cine es una cuestión íntimamente ligada a la salud cultural de
una cinematografía desarrollada. España debe contar con un centro de tal
dimensión, desde ese enfoque iberoamericano que hemos planteado.
“…Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo
nada”, escribía
Cervantes en el estrambote de su soneto al túmulo del rey Felipe II en Sevilla.
Y así sucedió con el Museo del Cine dentro del Centro Nacional de las Artes
Visuales, del que “no hubo nada” al sobrevenir el cambio gubernamental de 2009.
Quedó enterrado por la política y se diría que hoy pugna por resucitar. Que sea
en buena, aunque tardía, hora. Ojalá este ministro y la presidenta de la
Academia de Cine lo consigan, porque la Cultura no es cuestión de partidos,
sino de Estado, y el Estado somos todos los españoles.
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