A toda página, en su principal titular de portada, “El
Periódico de Catalunya” del sábado 24 de febrero lo proclamaba: Cine sin cines, bajo el encabezamiento Revolución en la industria del Séptimo Arte, y los sumarios Plataformas como Netflix y Amazon producen y
estrenan cada vez más películas en exclusiva y La distribución cinematográfica en “streaming” siembra incertidumbre
sobre el futuro de la salas. Era la presentación de un amplio reportaje
firmado por Julián García, quien recababa la opinión de varios expertos. Sus
conclusiones apuntaban todas en la misma dirección: el panorama del mundo
audiovisual, en sus distintos vectores, está cambiando (o mejor, ya ha
cambiado) de manera irreversible.
El principal gigante de esta trasformación se llama Netflix,
que parece expandirse sin límites. Sus cifras oficiales son a veces más
difíciles de conseguir que la fórmula de la Coca-Cola y jamás acuden a un
debate público o con los medios de comunicación. Según estimaciones fiables, el
número de sus abonados supera las 120 millones en unos 130 países,
principalmente en Estados Unidos, aunque en España en dos años y pico ya ha
superado con creces el millón de suscriptores. Su objetivo entre nosotros lo
han manifestado claramente: llegar a un tercio de los hogares en un lustro más,
superando ampliamente a otras plataformas digitales como Movistar, Amazon,
Apple o HBO. Si a ello se suma que van a invertir en 2018 entre 7.000 y 8.000
millones de dólares en contenidos propios, es que estamos hablando de cifras realmente
mareantes.
Es este último el aspecto que quiero resaltar. Porque ya se
sabe que las películas que produce Netflix se pueden ver solo en su plataforma mediante
“streaming” e impide que se proyecten en salas cinematográficas, salvo alguna
excepción como quizá suceda con The
Irishman, de Scorsese. Pero aún más: cuando adquiere los derechos de exhibición
mundial de un film que no ha producido, solo permite que se estrene
comercialmente en el país de origen. Eso sí, paga buenas cantidades por ello,
que pueden rondar el millón de euros para una película no demasiado costosa. De
ahí que ahora anden todos los productores españoles –siempre ávidos de
financiación–, y también los de media Europa, a la caza y captura de los
ejecutivos de Netflix por los mercados de los grandes Festivales.
Entonces, ¿qué va a pasar con los circuitos tradicionales de
distribución y exhibición? Tranquilos, dicen los optimistas, hay de sobra buen
material para todos y podemos convivir. Están condenados a desaparecer en un
breve periodo de tiempo, aseguran los apocalípticos. Y mientras, una meritoria
plataforma, en este caso española, Filmin, auspiciada por los distribuidores
independientes de cine, lucha por sobrevivir después de que, tras una década de
existencia, haya logrado el pasado año no tener números rojos…
(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2018).
No hay comentarios:
Publicar un comentario