Es muy de agradecer que los cineastas españoles reflexionen
sobre su propio trabajo. Lo hizo un par de años atrás Manuel Gutiérrez Aragón
en A los actores. Lo hace ahora Jaime Rosales en El lápiz y la cámara, editado por La Huerta Grande. Más allá de
declaraciones periodísticas o de textos para los “press-books”, se trata de
poner en papel los pensamientos de un autor cinematográfico en torno a su
labor, sus características y desafíos, pero también sobre otras cuestiones llamémoslas
periféricas. De una manera muy coherente con sus seis largometrajes –el último,
Petra, se estrenará en octubre–,
Rosales va desgranando sus ideas, a la manera en que lo llevaron a cabo Bresson
en Notas sobre el cinematógrafo y
Tarkovski en Esculpir en el tiempo o,
más lejanos, Eisenstein en Reflexiones de
un cineasta y Dreyer en Sobre el cine.
Nombres ilustres todos ellos, cuyos escritos nos han ayudado a comprender mejor
su obra y, por extensión, el cine en general.
Fue precisamente durante el proceso de elaboración de la
citada Petra, cuando Rosales anotó
en unos cuadernos lo que ha acabado siendo El
lápiz y la cámara, una sucesión de cortos párrafos organizados en siete
apartados: además de cuatro Bloques de Notas, los titulados Cuestiones de puesta en escena y de puesta
en cuadro (dos conceptos que él diferencia, siendo “la puesta en escena la que determina qué se va a filmar”, mientras “la puesta en cuadro, cómo
se va a filmar”); Del hombre
anestesiado al hombre emancipado, con una serie de consideraciones sobre la
actual sociedad, muy marcada por el mundo digital, y El artista y el artesano, definiendo al primero como aquel que
desafía las reglas establecidas, se cuestiona su oficio e intenta arrojar luz
sobre lo oculto de nuestra existencia.
Se trata de un libro breve, 160 páginas, pero revelador. No
hay párrafo escrito por Rosales que no nos lleve a pensar en su contenido, para
estar o no de acuerdo, pero siempre con gran capacidad de motivar al lector y al
espectador. Comienza con fuerza y determinación: “El único tema de una película es la vida, lo que viene a ser lo mismo
que decir que el único tema de una película es el cine”, porque, afirmará después,
“cuanto más se parezca una película a la
vida, cuanto mejor revele sus verdades, sus misterios y sus contradicciones,
mejor película será”. Ello significa una búsqueda en profundidad sobre el
verdadero sentido de cuanto nos rodea, que la película expresará básicamente a
través de la forma mediante el método estilístico que el cineasta haya elegido
en cada ocasión.
La dirección de actores, la importancia de las
localizaciones, su defensa del celuloide frente a la filmación digital o la
relación con el público conforman también –entre otros muchos temas– El lápiz y la cámara, un auténtico
semillero de ideas del autor de La
soledad o Hermosa juventud.
Jaime Rosales
(Publicado en "Turia" de Valencia, marzo de 2018).
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