Texto dicho en la sede de Filmoteca Española, Cine Doré, el 5 de septiembre de 2018, dentro del ciclo dedicado a Julio Diamante.
Dado que, en la inauguración del ciclo dedicado a Julio
Diamante, Carlos Heredero ya hizo el pasado domingo un detallado recorrido por
la vida y obra del cineasta, no insistiré en datos ya mencionados, sobre todo
porque muchos de los asistentes a aquella sesión están también hoy con
nosotros.
Pero eso no impide que ratifique mi convencimiento de que su
obra global es la de un verdadero humanista: cine, televisión, teatro, el
flamenco, el jazz, el ensayo y hasta la poesía, además de la creación de un
Festival tan determinante como el de Benalmádena, se han beneficiado de la
labor de alguien que ha ido pasando con fluidez de un campo a otro, sin obviar
por ello una labor cívica y política de primer orden y que nunca le ha resultado ajena.
Primer episodio de "Tiempo de amor": 'El atardecer'
Ciñéndonos al campo cinematográfico, quiero destacar tres
aspectos que considero fundamentales a la hora de valorar el trabajo de Julio
Diamante durante décadas. En primer término, su acercamiento a la crucial “cuestión
del realismo”. Ya desde sus cortometrajes y sus montajes teatrales, practicó lo
que autodefinió como “realismo
expresionista”; es decir, una cierta exacerbación estilística de los
componentes ofrecidos por la realidad para que esta quedase más patente. De ahí
pasaría, en la década de los sesenta, a un “realismo
crítico” muy en consonancia con las tendencias ideológicas y culturales del
momento, concretamente en España. Para desembocar en un cierto eclecticismo que
otorgaba a la metáfora, la ironía y el humor (ya presentes, de todas formas, en
“Los que no fuimos a la guerra”) un
papel significativo en la aproximación a la realidad que siempre ha sido su
guía.
Otro componente básico de la trayectoria de Julio Diamante es
ese compromiso con su tiempo que se expresa tanto en buena parte de su cine
como en su actividad civil y política. Pertenece él a una generación, la de los
“niños de la guerra”, que se tuvo que endurecer durante una posguerra
interminable y “muy obscena” (en
palabras de Rafael Azcona) a base de una lucha donde el optimismo histórico
resultaba fundamental. No de otra manera se podían combatir los embates del
franquismo y poder pensar, racional y emotivamente, en un país mejor, donde el
viento de la democracia barriera las basuras de la dictadura. Optimismo que, de
forma explícita o a través de unos márgenes y un cauce hacia la esperanza, se
halla presente en la obra de Diamante.
Y, en tercer lugar, una atención especial hacia los seres
humanos de su tiempo, a quienes critica a menudo pero siempre desde una clara empatía
con sus problemáticas, sus debilidades y sus carencias. En cierta manera,
Diamante contempla a sus personajes desde una inocencia fundacional, como
eximiéndoles de ese “pecado original” que parece lastrar sus decisiones a
partir de un nacimiento culpable por definición. Lo que, creativamente, se
traduce en un sentido de la dirección de actrices y actores (ellas, de manera
fundamental) repleto de dominio y sensibilidad. Si resultan tan creíbles en sus
interpretaciones es porque se percibe que Diamante los ha cuidado al máximo,
sorteando incluso algunas imposiciones de una industria que no siempre le
entendió y que se convirtió demasiadas veces en una barrera para sus proyectos,
también abortados por una censura impenitente. No por casualidad, él fue
profesor de Interpretación en la Escuela de Cine e incluso ha hecho varias
intervenciones como actor, la última en los “Esperpentos”
dirigidos por José Luis García Sánchez.
Segundo episodio de "Tiempo de amor": 'La noche'
Protagonista de una calle y una estatua en su Cádiz natal
(caso creo que único para un cineasta español), solo quien mantuviera a
ultranza ese optimismo que antes citaba sería capaz de poner en pie y mantener
en alza durante dieciocho años un Festival tan definitorio como la Semana de
Cine de Autor de Benalmádena. También Carlos Heredero hizo cumplido resumen de
ello en su presentación del pasado domingo. Baste subrayar que ha sido, en
tiempos de penuria cultural, política y económica, el certamen más influyente
de cuantos se han organizado en España, tanto por su arriesgado esquema de programación
como por la espléndida pléyade de películas y cineastas que aportó a nuestro
país, y, sobre todo, por la valentía de afrontar las múltiples y casi
insuperables obstáculos que se le ponían desde las instancias gubernativas. De la
experiencia de Benalmádena aprendimos tanto los que, temprano o tarde, nos
dedicamos a una labor similar, en mi caso en Valladolid. Quizá pueda quedar
como símbolo suficiente que la muerte de Franco acaeció durante la celebración
del Festival de Benalmádena de 1975, con la estricta obligación de parar todas
las actividades durante los tres días de luto oficial… Como si un sinfín de
imágenes reprimidas por el poder actuara sobre la Historia, el fin del dictador
fue algo así como una insólita “sesión especial” del certamen, que ya Julio definiese
como “una plataforma para la libertad de
expresión”.
Tercer episodio de "Tiempo de amor": 'La mañana'
Centrémonos, para terminar, en “Tiempo de amor”, a la que particularmente considero la mejor obra
de su autor. A través de sus tres episodios, “El atardecer”, “La noche”
y “La mañana”, supone ante todo un
escalofriante reflejo de la condición de la mujer en la España franquista,
concretamente en la década de los 60. Elvira, María y Pilar (magníficamente
interpretadas por Julia Gutiérrez Caba, Enriqueta Carballeira y Lina Canalejas;
recuérdese lo que decíamos antes sobre la dirección de actrices y actores)
encarnan otros tantos retratos de mujeres en una época de represión, acoso y
frustración, que se enmarcaban en el “realismo crítico” practicado en ese
momento por su autor y que contaba con el apoyo del excelente guion de Elena
Sáez. Presentada en la IX Semana Internacional de Cine de Valladolid, un
Festival nunca fácil para el cine español, “Tiempo
de amor” fue –en opinión de la mayoría– su “vencedora moral”, aunque tuvo
que conformarse con la Carabela de Plata al Mejor Film de Habla Hispana, y
reconocimientos varios por parte de la Fipresci, la Federación de Cine-Clubs y
el CEC. Quizá como tardía compensación a esa Espiga de Oro fallida, muchos años
después, al elegirse las diez mejores películas españolas que habían concurrido
en el Festival de Valladolid, “Tiempo de amor” sería una de las elegidas.
No voy a entrar en más detalles del film porque van a verlo
ustedes dentro de unos minutos. Solo destacar que ese mismo 1964 en que “Tiempo
de amor” surgió a la luz, lo hicieron otros dos títulos fundamentales de
nuestro cine, como “El extraño viaje”
o “La tía Tula”, precedidos el año
anterior por “El mundo sigue”, “El verdugo” o “Del rosa… al amarillo”, y seguidos en los siguientes por “La caza”, “Nueve cartas a Berta” o “La
busca”. Palabras mayores. Es el periodo decisivo del “Nuevo Cine Español”,
aunque no solo de él, dentro de una década fundamental en la trayectoria
histórica de nuestra cinematografía. Julio Diamante y su “Tiempo de amor” pertenecen por derecho propio y en primera fila a
ese momento tan valioso. En el que –pese a las trabas censoriales contra este “rojo peligroso”, como era considerado
por los jerifaltes franquistas– el cine fue aquel “hecho de cultura”, aquel “instrumento
de libertad”, por los que Julio ha
luchado toda su vida.
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