“La vida es demasiado dura, Fernando”. Me lo dijo en el
coche, camino de su casa, a los pocos minutos de salir del Gobierno Militar,
donde en el Juzgado número 5 el coronel de Artillería Jaime Diez del Corral le
había comunicado su procesamiento por haber dirigido ‘El crimen de Cuenca’. Era
el 15 de abril de 1980, en Madrid.
Pilar Miró, con José Antonio Páramo y Fernando Lara, ante el Gobierno Militar de Madrid
Sí, la vida le resultaba especialmente dura a Pilar Miró,
sobre todo desde que el año antes se había iniciado la persecución contra su
película y contra ella misma, que culminaba con ese procesamiento por la vía
militar debido a presuntas injurias a la Guardia Civil en las escenas de
tortura que describía el film. Hasta seis años de prisión podían caerle encima,
aunque de momento el juez acordase la libertad provisional, pero con la
obligación de no salir de Madrid y presentarse cada quince días en el Juzgado. No
hay que olvidar que Pilar era hija de militar y, ante el coronel Diez del
Corral, sintió “encontrarme con mi pasado, volver a estar ante mi padre.
Cuántas botas como las suyas habré quitado a mi padre al llegar a casa”…
Paradójicamente, tal adjetivo de “dura” fue el que acompañaría
a Pilar Miró a lo largo de su vida, no solo como realizadora sino también como
Directora General de Cine y, después, de Televisión o cuando de nuevo fue
imputada por el asunto de los trajes que habría adquirido a cuenta del ente
público. De ello salió absuelta, igual que lo había sido antes respecto a los
cargos por su labor en ‘El crimen de Cuenca’. Así se decidió el 20 de marzo de
1981, con el sobreseimiento de la causa y el fin del secuestro de la película.
Claro, que ya para entonces había sucedido el 23-F, con el hijo de Pilar,
Gonzalo, recién nacido y ella en listas de personas “a neutralizar” por la
extrema derecha. La modificación del Código de Justicia Militar determinaría
que los civiles no podrían ser juzgados por él y que, por tanto, la jurisdicción
castrense debía inhibirse en favor de los tribunales ordinarios. De haberse
reformado antes el Código, el “caso Miró” no habría tenido lugar.
Escena de tortura en "El crimen de Cuenca"
‘El crimen de Cuenca’ pudo por fin estrenarse, el 13 de
agosto de 1981 en Barcelona y cuatro días después en Madrid. El público se
agolpó para verla en las salas y rápidamente quedó situada a la cabeza de las
recaudaciones en taquilla. Pero Pilar Miró siempre pensó que el film ya nunca
se juzgaría por su valía cinematográfica, sino por todo el escándalo que se había
formado en torno a él, lo que le dolía como autora. Un dolor más que se sumaba
a los muchos que le había causado la película.
En un muy reciente documental sobre ella (‘Regresa El Cepa’,
de Víctor Matellano), mantengo, y ahora repito, que el “caso Miró” no puede
entenderse sin el contexto determinante de la Transición política española,
pero que tampoco cabe entender a fondo esta sin todo lo que sucedió con ‘El
crimen de Cuenca’. Ya no solo por cuanto pasó con el film y su directora, sino
porque situó ante la sociedad de nuestro país temas decisivos como el de la tortura,
la libertad de expresión o el desaforado poder que mantenía el estamento militar
un lustro después de la muerte de Franco.
Pero en esa lucha por alcanzar la democracia, muchos
sufrieron en sus carnes múltiples desgarros, lo que suele olvidarse a la hora
de analizar la Transición. Pilar fue, a consecuencia de lo que pasó con su
película, una de esas “víctimas”: ya su corazón estaba maltrecho, operado y
funcionando con la ayuda de unas válvulas artificiales. Por supuesto que se
recuperaría y haría frente a tareas muy complicadas y comprometidas. Pero,
particularmente, creo que nunca superó del todo el trance vivido en este periodo.
La pretendida dureza de Pilar Miró era tantas veces solo
aparencial, nacida de la supervivencia en un mundo de hombres donde nada le
resultó fácil. Podía ser lo que, en términos coloquiales, llamaríamos “borde” o
incluso desagradable, pero rápidamente reconocía su indebido comportamiento,
que se empeñaba en compensar con unos bombones o un ramo de flores para la
persona que había recibido su invectiva. Aunque a veces “las cosas de Pilar”
desesperaban a quienes nos sentíamos sus amigos (y parecían encantar, en
cambio, a los adoradores que también tenía), era mucho más sensible y débil de
lo que aparentaba. Sobre todo, cuando el mundo se le venía encima y no sabía
bien cómo responder a un alud arrojado sobre su pequeño cuerpo. Como en los
días de ‘El crimen de Cuenca’, esos días que, cuarenta años después, nos
parecen indebidamente tan lejanos.
(Publicado en "La sombra del ciprés", suplemento cultural de "El Norte de Castilla", 4 de octubre de 2019).
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