Se lamentaba siempre Juan Marsé de las adaptaciones
cinematográficas de sus novelas. Una tras otra, y fueron siete, le
decepcionaban, en ocasiones sin motivo, porque se trataba de buenas películas, sobre
todo las firmadas por Vicente Aranda, con mención especial para Si te dicen que caí (1989) entre las
cuatro que realizó sobre sus libros. Y cuando, por una vez, un guion le gustó
de verdad, el de Víctor Erice para El
embrujo de Shanghai, el proyecto se vino abajo y quedó en manos de Fernando
Trueba, que desarrolló un enfoque más convencional, acorde con lo que deseaba su
productor, Andrés Vicente Gómez. Una oportunidad de oro, única, malograda para el cine
español.
Curiosamente, lo que mejor valoró Marsé en su relación con el
cine fue la escritura del guion original de Libertad provisional, que dirigiese en 1976 Roberto Bodegas (quien,
por cierto, murió hace ahora un año ante la indiferencia general), con Concha
Velasco y Patxi Andión en los papeles principales, él en una variante de
charnego que tanto se acercaba al Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa, la obra que dio fama a su autor. Mención
aparte merece Un día volveré,
excelente serie de seis capítulos sobre la novela homónima, producida en 1993 por
Televisión Española y dirigida por Francesc Betriu.
Quizá esa repetida insatisfacción con sus adaptaciones
proviniera de que, en realidad, Marsé llevaba dentro un cineasta que nunca se
atrevió a ponerse detrás de la cámara, probablemente por su carácter tímido.
Fue, además, siempre “un verso libre”, alguien de bastante genio que no buscaba
pertenecer a ningún grupo concreto ni a ninguna facción cultural, ni siquiera
en los tiempos del Bocaccio y la “gauche divine”. Pesaba mucho más en él su individualismo
de perdedor en zona de perdedores, en los barrios obreros y las calles de los
abatidos por una guerra y una posguerra inclementes. Ese era el humus, la
tierra de origen de un escritor que volvió una y otra vez a su mundo de
infancia y adolescencia, a esa Ronda del Guinardó donde giraban incesantemente
sus sueños. Motivados tantas veces por films míticos vistos en salas de
programa doble y que se transformarían en “aventis”, esos fantasiosos relatos
infantiles de sus novelas que el escritor nunca encontró adecuadamente traducidos
a imágenes.
Aparte de escribir sobre las películas que más le gustaban, y
en un apartado menos conocido de su personalidad, Marsé –como depositario en
España de The Kobal Collection– guardaba y administraba fotos inmortales de la
historia del cine, en especial del Hollywood clásico que le fascinaba desde
niño. Y las editaba, a menudo en colaboración con algún Festival, en bellos
libros que inmediatamente se convertían en piezas de coleccionista, como aquel “Amores
de cine”, dedicado a famosas parejas de la pantalla, que publicásemos con su
colaboración en la Semana de Valladolid de 1994.
¡Felices vacaciones de verano (dentro de lo que cabe) a todos!
(Publicado en "Turia" de Valencia, julio de 2020).
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