En su libro ya clásico “El cine o el hombre imaginario”, el
antropólogo y filósofo francés Edgar Morin afirmaba que “antes de examinar el papel social del cine, tendremos que considerar
el contenido de los films en su triple realidad antropológica, histórica,
social, siempre a la luz de los procesos de proyección-identificación. Una vez
más, la materia fílmica es privilegiada, porque está precisamente en el límite
de la materialidad, semifluida, en movimiento…”. De ahí que Morin concluyera
que “el mundo se refleja en el espejo del
cine, que nos ofrece no solo ese reflejo del mundo, sino del espíritu humano”.
Traigo a colación esta cita porque me sirve como engarce de
los tres elementos que deseo que conformen mi intervención: Cine, Educación y
Patrimonio. Tres vectores, en definitiva, de una misma concepción humanista del
hecho cinematográfico. Porque el cine, que se compone básicamente de tiempo,
posee la virtud de transformarse en memoria de sí mismo, pero también de la
realidad en que ha nacido y que, como decía Morin, refleja como quizá ningún otro
arte. Si nosotros recordamos tiempos pasados, lo hacemos desde 1895 gracias al
cine; si incluso nos retrotraemos más allá en la Historia, el documental o la
ficción reconstructiva nos la pondrán ante los ojos, con mayores o menores
licencias respecto a lo que sucedió de verdad en función del escrúpulo o la
inventiva de los autores de las películas. Algo de lo que Sigüenza sabe mucho
por la cantidad y variedad de films que se han rodado entre sus piedras, en sus
edificios y calles, tantas veces mostradas como pertenecientes a otros lugares
y entornos.
Por sí mismo, el cine es patrimonio de una sociedad y de unos
ciudadanos en sus diversas épocas, y a protegerlo, conservarlo y restaurarlo se
dedican las imprescindibles Filmotecas. Pero es, asimismo, patrimonio del resto
de expresiones personales y sociales de toda una comunidad, que se verá
mostrada y reconocida en la pantalla. “Tal como éramos” es el título de una
espléndida película de Sydney Pollack, con Barbra Streisand y Robert Redford,
que seguro que ustedes recuerdan. Pues el cine, en su esencia, es un “tal como éramos” continuo y en todas
sus dimensiones. De ahí la importancia de que las Comunidades Autónomas y los
Ayuntamientos españoles potencien esos pantanos de memoria que son las
películas, mediante la creación de Film Commissions, rutas cinematográficas o
instrumentos similares, que ayuden a la fijación en el tiempo y en el espacio
de lo que antes eran unos metros de celuloide y ahora son combinaciones
numéricas en el universo digital.
El camino idóneo entre Cine y Patrimonio lo recorre ese tercer
vector que hemos mencionado, la Educación, que es la principal garante de
respeto y cuidado hacia todo patrimonio. Pero me refiero no a una educación
memorística o de simple cúmulo de nombres, hechos y cifras, sino a algo muy
distinto. La verdadera educación fílmica significa trazar un sendero de
conocimiento y comprensión entre la obra y el espectador. Desconfíen de los que
dicen que “hay que saber de cine para
hablar a fondo de él”. No, el cine se siente, se respira, se integra en uno
mismo y sí, luego, hay unos datos complementarios que permitan una más intensa
aproximación a un autor, un género, una época o un contexto determinados, pues
mejor que mejor, pero lo imprescindible es nuestra respuesta concreta ante el desafío
estético que supone cada obra. No hace falta “saber de pintura” para disfrutar
a fondo con el deslumbrante estilo de Velázquez en “Las Meninas”, ni compartir
una fe religiosa para conmoverse con el “Réquiem” de Mozart, ni tener necesidad
de ahondar en los materiales escultóricos para sentir la vibración íntima que
Rodin aplicó a “El beso”. Los ejemplos podrían ser infinitos, dentro del océano
de belleza que ha ido conformando la Humanidad, pese a guerras, catástrofes
naturales o pandemias como la que estamos sufriendo.
¿No se contradice lo que digo con la idea primigenia y
fundamental de Educación? Creo que precisamente todo lo contrario, porque la
Educación, debidamente impartida y asimilada, debe conducirnos de manera fluida
a ese disfrute estético que estoy proponiendo. No es sencillo, lo reconozco,
debe ser un esfuerzo compartido por la sociedad, pero que logra espléndidos
frutos en cuanto se pone adecuadamente en marcha. Volviendo al hecho
cinematográfico, hay que lamentar que en nuestro país no se haya ni se esté
procurando de una manera sistemática esa educación de la imagen, frente a lo
que lleva practicándose hace muchos años en países de nuestro entorno cultural,
como Francia, Dinamarca o Gran Bretaña. Nunca los Gobiernos españoles, de uno u
otro signo, han sido sensibles a esta cuestión, que siempre se plantea como
acuciante pero que nunca llega a hacerse realidad.
Hay, sí, iniciativas privadas y públicas muy estimables, como
las que surgen en diferentes puntos de nuestra geografía, con un empeño
voluntarista digno del máximo elogio pero sin una incidencia global en la
población. Existen centros de todo tipo que están desarrollando teorías y prácticas
muy relevantes, pero –en mi opinión– falta sin duda la acción estatal que
ofrezca coherencia y un marco específico a todas estas plausibles iniciativas. Así
lo hemos intentado en la Academia de Cine con el Programa Cine y Educación, que
contó con la labor conjunta de una quincena de especialistas en los campos
cinematográficos y pedagógicos a lo largo de más de dos años. Y que se tradujo
en un amplio libro, en papel y en formato virtual, titulado como el Programa y que
ha alcanzado una notable repercusión. En todas partes…, menos en el Ministerio
correspondiente, en el que se ha ignorado, entre otras posibles razones por
estar las competencias educativas transferidas en buena parte a las Comunidades
Autónomas y por la dificultad que entraña la formación de un profesorado ya
sujeto a múltiples obligaciones.
Desde luego, no planteábamos desde la Academia ningún
principio dogmático ni un único trayecto para conseguir lo que, de forma
bastante fea, en Bruselas la Comisión Europea llama “alfabetización audiovisual”.
Todo lo contrario: además de repasar la situación legislativa y práctica en
cada Comunidad de una forma que no se había hecho antes, hemos propuesto diversos
itinerarios concretos para llegar al objetivo buscado. Al tiempo que trazábamos
una propuesta exhaustiva de títulos españoles en función de las diferentes edades
y tramos educativos, junto a un listado de un centenar de películas básicas de
nuestro cine entre 1929 y 2000, cuyos DVDs pensamos que deben figurar en nuestros
colegios e institutos al mismo nivel que existen en ellos bibliotecas
escolares.
Según los expertos convocados por la Academia, no sería
aconsejable, al menos en una primera etapa, introducir esta enseñanza como
asignatura dentro de unos currículos escolares enormemente saturados. Sino,
mejor, llevar a cabo una serie de acciones paralelas y simultáneas, que pueden
extenderse desde promover la experiencia de ver cine en las salas hasta formar
grupos de filmación entre los alumnos o mantener debates con profesionales del
sector que puedan aportar experiencias concretas. Se trata, en definitiva, no
de poner al cine al servicio de otras disciplinas, como tantas veces ya se
hace, sino de enseñar un lenguaje propio y una estética peculiar. Y también una
Historia imprescindible, porque nos parecía, y nos parece, realmente
escandaloso que una alumna o alumno español salga del bachillerato sin conocer
a Buñuel, Berlanga, Bardem, Saura, Fernán Gómez o tantos otros, al mismo nivel
que conocen (eso espero) a Goya, Picasso, García Lorca, Valle-Inclán o Falla.
Es una cuestión de cultura general, no específicamente cinematográfica, y
paliar tal déficit lo considero una
tarea fundamental respecto a las nuevas generaciones.
Retrocedamos al concepto de Patrimonio. Si mediante la Educación
hemos llegado a valorarlo y a transmitirlo a través de una promoción y difusión
culturalmente efectivas, sabremos hasta qué punto resulta fundamental para una
comunidad, en este caso la de Sigüenza. Me parece muy enriquecedor el recorrido
que han hecho y van a hacer mis compañeros de Mesa sobre las películas y series
televisivas que se han rodado en la ciudad o tienen que ver con ella. Pero
junto a esta aportación documentada, deseo ir hacia la idea más amplia de
Patrimonio Cultural como bien fundamental de la Humanidad, que es preciso
divulgar y promocionar para transmitirlo debidamente.
Por ello apostamos con fuerza en esta tarde/noche, apoyándonos de nuevo finalmente en Edgar Morin, cuando afirma con convicción que “el cine se ha lanzado, cada vez más alto, hacia un cielo de sueño, hacia el infinito de las estrellas, bañado de música, poblado de presencias adorables y demoníacas, escapando de la tierra de la que debía ser, según todas las apariencias, servidor y espejo”. Pero, me permito añadir yo, siendo asimismo ambas cosas, servidor y espejo, para concluir en un momento mágico de reencuentro y fusión con la sociedad de la que ha nacido y en la que se ha desarrollado.
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