Fue una fecha importante la del 20 de octubre de 2005. Ese
día, en París, la UNESCO aprobaba la Convención sobre la protección y la
promoción de la diversidad de las expresiones culturales, más conocida como la
Convención para la Diversidad Cultural. No era un documento precisamente
minoritario, 146 Estados lo firmaban, España entre ellos, con Carmen Calvo,
entonces Ministra de Cultura, como signataria por nuestro país.
Quien ha tenido una actitud relevante en favor de esa
diversidad cultural, y concretamente en el campo del cine, es la Distribución
independiente europea y, entre nosotros, la española. La variedad en las
carteleras, las posibilidades de ver expresiones en imágenes diferentes de la
dominante y casi exclusiva, el rico tapete de autores, tendencias y estilos
mostrado a la sociedad, constituye un motivo de profundo elogio. Porque de este
impulso cultural se han beneficiado ya varias generaciones de espectadores.
Si se repasan los premios de los principales Festivales del
mundo, ya sean la Palma de Oro de Cannes, el León de Oro de Venecia, el Oso de
Oro de Berlín o la Concha de Oro de San Sebastián, incluso el Oscar a la Mejor
Película en 2020; si se consultan los títulos que han logrado una mayor
repercusión internacional; si se consideran aquellos films que han quedado en
la memoria reciente de los aficionados, se comprobará que la inmensa mayoría de
ellos han sido comercializados por distribuidores independientes.
Y eso que tienen que luchar, en muy desigual competencia, con
las Majors norteamericanas, colonizadoras
de nuestro mercado fílmico; también con la anomalía que supone que, aparte de
sus propios films, distribuyan los títulos nacionales de mayor atractivo
comercial, algo que no sucede en los otros países europeos. Pese a ello, los
independientes no olvidan al cine español: baste decir que, en cifras de 2019,
la Distribución independiente se encargó de 66 de sus producciones, cinco veces
más que las citadas multinacionales.
Es un sector que se ha encontrado repetidas veces ante el
abismo: creciente descenso de espectadores en las salas; carencia de
adquisiciones por parte de las Televisiones, incluso las de carácter público;
retraimiento vertiginoso de los formatos domésticos en DVD o BluRay; piratería masiva;
cambios radicales de ocio y, últimamente, la aparición de poderosas plataformas
digitales. Pero por espíritu de supervivencia o por un sólido espíritu
cinéfilo, la Distribución independiente ha sobrevivido en los más duros
escenarios.
Y sigue haciéndolo ahora, cuando una pandemia la ha dejado tan fuera de juego como a todo nuestro mundo, con cines cerrados durante más de tres meses en los que no poder exhibir sus películas. Su futuro no es nada fácil.
(Publicado en "Turia" de Valencia, julio de 2020).
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