Según Fernando Fernán-Gómez, el novelista vasco Juan Antonio
de Zunzunegui fue quien mejor reflejó el Madrid de la posguerra, en dos libros
especialmente: La vida como es,
publicado en 1954, y El mundo sigue,
de seis años más tarde. Intentó adaptar el primero al cine “porque me parecía
una novela-río sensacional y muy importante en cuanto a reflejo de un ambiente
madrileño muy bien descrito”, aunque no consiguió un guion capaz de contener
con solvencia los múltiples relatos que confluían en sus páginas. Sin embargo,
al conocer después El mundo sigue, sí
vislumbró esa posibilidad de versión para la pantalla: primero, limitándose al
personaje de Faustino Cáceres y su ludopatía centrada en las quinielas, hasta
conseguir una de 14 aciertos que más que a la fortuna le llevará a la ruina y a
la locura moral. Pero esa parte del libro solo le daba para unos 30 o 35
minutos, por lo que decidió lanzarse hacia su totalidad. Afortunadamente,
porque gracias a ello logró, en 1963, una de las obras maestras de la historia
del cine español, continuada por otra de similar valía, El extraño viaje.
Por supuesto, la primera vez que Fernán-Gómez presentó el guion de El mundo sigue a la Junta de Censura fue prohibido radicalmente. Sin embargo, aprovechando el cambio de Gobierno de julio de 1962, que implicó el relevo del ultracatólico Gabriel Arias-Salgado (el ministro que, con las infinitas prohibiciones de películas, se vanagloriaba de haber conseguido reducir enormemente las masturbaciones de los españoles…) por Manuel Fraga Iribarne, decidió intentarlo de nuevo, sobre todo porque a la Dirección General de Cine llegaba José María García Escudero, a quien conocía bien. Ese segundo intento prosperó, pese a algunos cortes que curiosamente afectaron sobre todo a los diálogos, en muchas ocasiones transcritos de la novela de un Zunzunegui que era hombre muy del Régimen y todo un Académico de la Lengua, aunque proclive a crear neologismos en sus relatos.
Los problemas vinieron de otro lado, al ser mal calificada
oficialmente la película, y dificultarse así su “conversión” en un amplio
número de licencias de exhibición para films norteamericanos, de acuerdo con el
perverso sistema de la época, lo que cercenaba de raíz su vida comercial. Solo
llegó a estrenarse comercialmente en un cine de Bilbao durante una semana, y
luego otra ya en programa doble, pasada la cual volvió a los almacenes de la
distribuidora hasta ser “descubierta” décadas después.
Lo primero que hay que decir de El mundo sigue/película es que supone un ejercicio de síntesis
modélico sobre una larga, prolija y monótona novela de casi 500 páginas en
letra de cuerpo pequeño, de las que Zunzunegui llamaba “de gran tonelaje”
debido a su vocación marinera, divididas en tres partes encabezadas por citas
de autores tan dispares como Fray Luis de Granada, Quevedo y Sartre. Del
primero la película recoge un impactante párrafo de su Guía de pecadores, bastante más breve del que aparece en el libro
pero que da idea de su intención, al señalar que “verás maltratados los
inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y
sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos, y poder más en
todos los negocios el favor que la virtud”. Párrafo situado en los rótulos
iniciales del film, quizá también como estrategia para pasar la censura.
Desde luego, la película de Fernán-Gómez expande tan piadosas
palabras, dignas del personaje de Rodolfo (José Morales), el santurrón hermano
de las protagonistas. Porque además de esa admirable capacidad de síntesis
mencionada, que debería estudiarse en la especialidad de Guion de las Escuelas
de Cine, existe en El mundo sigue/película
un auténtico enriquecimiento creativo del texto original: lo que en él, dentro
de su denuncia de las miserias de la España de los 50, estaba teñido de un
cierto moralismo y de una clara impronta teológica, Fernán-Gómez lo convierte
en un melodrama atípico, “lo que hoy se hubiera llamado un culebrón”, decía él,
donde las fronteras del bien y el mal resultan muy difusas y con una
exacerbación de los sentimientos de odio y amor que lo acercan a los clásicos modelos
mexicanos del género.
El visceral enfrentamiento entre las hermanas Eloísa (Lina Canalejas)
y Luisita (Gemma Cuervo) queda recogido por las imágenes hasta cuatro veces, la
primera de ellas culminada en un fortísima pelea física, y si no hay una
quinta, es porque el trágico desenlace lo evita. Eloísa actúa “desde mi pobreza
de mujer decente”, sometida a un marido ludópata (el propio Fernán-Gómez, en
uno de los papeles más odiosos de todo nuestro cine) que la desprecia y maltrata,
cargada de unos hijos que en la novela llegan a ser seis y en la película
cuatro durante nueve años de matrimonio, y convencida de que “ya no sirvo ni
para venderme”. Opuesta a ella, Luisa, a la que su hermana mayor acusa de
“redomada golfa”, que se prostituye con industriales catalanes y vascos que
vienen a Madrid a “echar una cana al aire”, obsesionada por lograr un provechoso
matrimonio, ya que sabe que “casarse en España no se casa una más que una vez,
esto no es Hollywood y hay que andar con tiento”, y con el profundo deseo de
“no parar hasta matar de sufrimiento” a Eloísa. En medio de ambas, “dos furias,
dos basiliscos”, sus padres (Milagros Leal y Francisco Pierrá), sufridora ama
de casa ella, guardia municipal él, que no logran que su hija mayor se aleje de
su marido ni que la pequeña varíe de conducta, acabando por aceptarla bajo
eufemismos como que “se desgració y se echó a la vida ancha” o que decidió
“tirar por la calle de en medio”, lo que no es raro porque “entre los pobres
esto se ve cada día con mayor frecuencia”. Una sortija de oro para el padre,
incluso con más quilates que la de su jefe, y un relojito de valor para que la
madre no esté preguntando continuamente la hora, regalos de Luisita cuando
quiere volver a casa, ayudan decisivamente a que cambien de actitud.
Destaca El mundo sigue
por su dureza, por la potencia con que unos sentimientos a flor de piel y el
contexto en que se producen, llegan al espectador. Con un costumbrismo
naturalista, que incluso llegó a ser calificado de “tremendista”, en el caso de
Zunzunegui; con ese regusto melodramático, como espejo devastador del fracaso y
la desesperación, en el de Fernán-Gómez. Sin duda, el dinero se eleva como
máximo protagonista de la novela y la película, gravitando de forma obsesiva
sobre cada uno de los personajes. No es nada habitual que sepamos por una
película española que en los años 50 un aborto clandestino costaba 15.000
pesetas, que el generoso cheque de un “banquerito” para que su amante se
comprase un visón de segunda mano podía ascender a diez veces más, que el fruto
que sacabas por robar la recaudación de un bar en viernes era de 22.000
pesetas, que por muchísimo menos, por solo 500, alguien se creía con derecho a
“meter mano” a la mujer de su empleado, que un buen camión, “de los que
trabajan para los americanos”, llegaba al millón de pesetas, e incluso que por
acertar los 14 resultados de una quiniela podías cobrar solo 5.069,50 pesetas
si había un alto número, 485 exactamente, de acertantes, signo evidente de que
“el talento de los españoles aumenta a ojos vistas”, como titulaba el diario
del Movimiento franquista, Arriba.
Pocos meses después, el Régimen se gastaba millones para lanzar la campaña de
los “XXV Años de Paz”.
Y es que “¡ganar dinero es fácil!”, según lanzaba a los
cuatro vientos de la madrileña Plaza del Dos de Mayo la propaganda de un
concurso al comienzo de El mundo sigue.
Lo tiene claro Faustino cuando, al acertar su quiniela, está convencido de que
“sin dinero no hay nada que hacer”, aunque su mujer, Eloísa, piense que “no
hemos nacido para ricos”. En definitiva, y ante la admonición del pío Rodolfo
de que “no hay dinero más sucio que el adquirido por el juego” (pese a lo cual
en la novela él mismo se engolfa en la rifa fraudulenta de un Mercedes), el
padre acaba sentenciando: “Al dinero no hay que mirarle el origen, sino su
cantidad y su poder adquisitivo”. Toda una actitud ética para quien “no
consigue olvidar que es autoridad” cuando, por ejemplo, pega a Luisita antes de
que los regalos de su hija muevan a variar de “principios” a este “cordero que
ladra”, según le define su mujer.
Son solo unos cuantos botones de muestra de esa incesante
presencia del dinero tanto en el libro como en el film. Que coinciden también
en la situación, ideada por Zunzunegui y mantenida por Fernán-Gómez, en que el
director del periódico en que trabaja Andrés (Agustín González), vecino de la
familia y que siempre estuvo enamorado de Eloísa, le recrimina por su ácida
crítica a la obra teatral de un consejero del periódico, con la antológica
frase de que él debería saber que “nuestros consejeros, y los hijos y los
parientes y los amigos de nuestros consejeros, todos tienen un enorme talento”…
Otro aspecto básico en que El mundo sigue incide, en este caso más en la película que en la
novela, es la manera en que describe la terrible situación de la mujer española
en aquellos días, víctima de un asfixiante machismo que se demuestra a cada
paso. La absoluta dependencia de Eloísa respecto a su marido, del que se
enamoró tras ser proclamada “Miss Maravillas 1950”, tanto en el aspecto
económico como afectivo, motivará su entera desgracia, como lógica consecuencia
de ser “demasiado buena para andar entre hombres”. Paralelamente, la incesante
búsqueda de Luisita en pos de un marido rico, empezando por el dueño de la
tienda de lujo en la que trabaja, orientará toda su vida, con la angustia
siempre presente de que “el hombre dé la espantada para no casarse”, lo que
para ella significa el fracaso absoluto. Mientras que lograrlo le hace exclamar
sin ambages, sentada en el “haiga” que le ha regalado su esposo por el primer
aniversario de boda, la frase brutal de “¡Que se mueran los pobres!”, las
gentes de esa misma clase a la que ella ha pertenecido y de la que ha escapado
mediante la explotación de sus encantos. Además, resulta asfixiante el clima de
acoso de los clientes cuando Eloísa acude al bar donde trabaja Faustino, o de
cuantos hombres pasan por su lado al pasear sola por las calles de Madrid. Como
bestias en perpetuo celo muestra Fernán-Gómez a la mayoría del género masculino;
como sin posibilidades de salir del círculo del matrimonio, los hijos y la casa
a unas mujeres para quienes “no deben estar tan mal los hombres cuando tanto
andas detrás de ellos”, como su veterana compañera Vicenta le reprocha a la
criada con los rasgos de una jovencísima Marisa Paredes.
¿Por qué un cineasta de ideología progresista y cercana al anarquismo se interesó tanto por la obra de un escritor que había militado en la Falange y cuyo primer trabajo reconocido fue como crítico de libros de la revista Vértice, órgano de propaganda cultural franquista? Primero, habría que precisar que Juan Antonio de Zunzunegui fue de los falangistas cercanos al “hedillismo” que, al igual que sucedió con Gonzalo Torrente Ballester o José Antonio Nieves Conde (de su colaboración nació la decisiva Surcos), se desmarcaron del falangismo oficial al tiempo de sentirse atraídos por el “realismo social” que propugnaban los autores de izquierdas. Asimismo, que Fernán-Gómez mostró desde sus comienzos como cineasta un visible interés por esa forma de acercarse a una realidad tan hiriente e injusta como la española de la época, aunque fuese a manera de comedia en La vida por delante y La vida alrededor al final de la década de los 50. Hay que considerar también que Zunzunegui era un novelista de referencia en ese momento, tan prestigioso entonces como casi olvidado hoy, en un tránsito de la fama a la inexistencia generalizada realmente espectacular.
Pero cuando el escritor vasco publica El mundo sigue en noviembre de 1960, solo seis meses después de haberla terminado, recibe una buena acogida crítica y, de hecho, recordaba Fernán-Gómez cómo fue una elogiosa reseña lo que motivó su interés por el libro. Luego, como señalamos al comienzo, se lanzó a llevarlo a la pantalla, empeñando su propio dinero para producirlo porque otros no quisieron y él decidió “hacerse un regalo”, contando para ello con la complicidad de un grupo de actores y actrices que solían trabajar a su lado en teatro. Y con la rara valentía de dar vida a ese Faustino tan detestable –que llegaba a adquirir acentos “dostoievskianos” en las intensas secuencias del robo–, una vez que Francisco Rabal no pudiera encarnarlo; igual que estaba previsto que fuese Aurora Bautista la Eloísa que finalmente interpretaría una espléndida Lina Canalejas, dentro de una cohesionada y muy valiosa dirección de actores, marcada por un “tono alto” de melodrama.
Ya hemos insistido en la capacidad de síntesis de la película, aunque con ella perdamos lógicamente situaciones y personajes, en especial el largo tramo de la novela en que Luisita decide convertirse en “vedette” de revista para conquistar así con más facilidad a hombres ricos. A su lado en ese intento, Pepe Rueda, que actúa como su desinteresado consejero, pero que en realidad es un desequilibrado que acaba en plena locura. O Paco Roca, “Roquita”, informador de chismes teatrales y escritor de biografías de comerciantes prósperos, que consigue casarse con la bien dotada hija de uno de ellos. O “La Madelón”, un peculiar representante homosexual de artistas de “varietés” a las que asegura llevar al éxito y que sirve a Zunzunegui para apoyar su acerada visión del ambiente picaresco de los teatros de variedades y de cuanto los rodea, sobre todo ricachones que caen por Madrid escapando de sus mujeres. Mientras que por parte de Eloísa es Vicenta, la cocinera de la casa donde se pone a servir y que también ha sido víctima de unos amores desgraciados, la que en la pantalla apenas aparece. Pero con otros personajes secundarios que se pierden o que alcanzan menor desarrollo, como Andrés o Rodolfo, aunque con un más amplio y mejor enfoque en el de la madre, la narración de la película sigue con plena fidelidad al libro, sin perderse ni uno de los valores dramáticos de este, sino potenciándolos a un nivel creativo superior.
Ante la tragedia final, Andrés lamentará en la novela que “el mundo sigue y seguirá sordo en su marcha inconsciente…, y siempre a peor”, de donde nace su título, que Fernán-Gómez conserva pero no la frase a la que pertenece. Sí, en cambio, la triple advocación a Dios que lanza el periodista, desesperado ante la indiferencia y el silencio divinos, al tiempo de que en las imágenes, no en las páginas, Luisa pida a gritos a su hermana un ya inútil perdón…
(Publicado en "CLIJ", Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil, nº 296, julio-agosto 2020).
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