Según una encuesta realizada por la
Fundación AISGE (la entidad de gestión de derechos de artistas e intérpretes),
el 97% de los actores y bailarines españoles no cuenta con ingresos para
subsistir a consecuencia de los efectos de la pandemia. Si se considera un
mínimo vital de 12.000 euros anuales, los intérpretes que actualmente pueden
disponer de ellos han descendido del 33 al 4%, con un porcentaje de paro que es
casi del 70%. Cifras escalofriantes que nos hablan de la situación de unos
artistas que se hallan bajo el umbral de la pobreza, muy lejos de aquellos que
nos muestran unos telediarios tan satisfechos de que los confinamientos hayan
generado una serie de obras de creación, por lo general horrorosas. Se confirma
así la idea de que el dolor no suele producir belleza, ni el sufrimiento
sublima nada, sino que origina destrucción y desesperación de quienes los
padecen.
Coincidente con esta encuesta de AISGE
entre 3.150 socios, se ha divulgado el manifiesto de más de un centenar de
asociaciones y entidades europeas, reclamando una decidida política en favor de
la cultura a la que representan en sus diversos sectores. El documento solicita
a los Estados que, dentro de los enormes recursos económicos que Bruselas va a
poner en juego para paliar los efectos de la pandemia, el mundo cultural
perciba al menos un 2% de ellos, lo que no parece en absoluto descabellado.
Solo la aviación comercial –argumenta su texto– ha padecido efectos tan devastadores
como la cultura, por encima del automóvil y de un turismo al que, sobre todo en
países mediterráneos, se cita como paradigma de lo que hay que salvar. De ahí
que este manifiesto finalice de manera concluyente: “Pongamos la cultura en el centro de la recuperación de Europa”.
¿Será verdad alguna vez?
También en estos días se ha conocido,
incluso por boca del presidente del Gobierno (en una comparecencia insólita
salvo en periodos electorales), que España va a dedicar 1.603 millones de euros
a la industria audiovisual en el periodo 2021-2025, buena parte de ellos en
concepto de desgravaciones fiscales, para que se incremente en un 30% su
producción. Es una buena noticia, siempre que no solo se traduzca en que
grandes plataformas de series y películas se animen así a venir a rodar a
nuestro país, convertido en un plató bueno, bonito y barato. Sería entonces
como una llamada a la colonización económica desde la propia pobreza de los
colonizados. Ya lo vivimos a finales de los 50 y primeros 60 durante el imperio
Bronston; reeditarlo ahora me resulta deprimente, por mucho discurso de
modernidad que lo encubra. Prefiero, como quería el tristemente fallecido
Bertrand Tavernier, que sea la cultura la que ocupe el centro de nuestra
Europa.
(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2021).
No hay comentarios:
Publicar un comentario