Madrid, abril de 1963: en unos mismos días va a coincidir la
condena a muerte y ejecución de Julián Grimau con el rodaje de El verdugo, la obra maestra de Luis
García Berlanga y Rafael Azcona, precisamente sobre la pena máxima. Y a lo
largo de seis jornadas, Pelayo Pelayo, cineasta incipiente y militante
comunista cuyo primer guion “La estrategia del amor” se halla próximo a
filmarse, asiste a ambos hechos, como testigo de un tiempo que se revelará
decisivo para todo el país y para él mismo. Porque su historia personal también
va a cambiar en esas fechas, tanto desde el lado afectivo como profesional, en
un nítido paralelismo entre lo particular y lo colectivo.
Este es el planteamiento de “Rodaje”, la espléndida quinta
novela de Manuel Gutiérrez Aragón, que Turia
se había apresurado a recomendar hace unas semanas y que supone una especie
de crónica interiorizada de un momento particularmente significativo de la vida
española. No es difícil encontrar en ella rastros autobiográficos de su autor,
donde junto al protagonista conviven personajes reales como Bardem y el propio
Berlanga o tan identificables como el actor Juan Luis Mañara, con los inconfundibles
rasgos de Galiardo, o un ayudante de dirección que es Ricardo Muñoz Suay, todos
ellos contemplados con un divertido humor no exento de crítica. Además, ese
“rodaje” al que alude el título del libro se refiere no solo al de El verdugo en los Estudios CEA, sino al
experimentado por Pelayo Pelayo en su iniciación a un mundo adulto duro, mísero
y sometido a un franquismo represivo al máximo, donde ni siquiera las musas
idealizadas, como su novia Laura, acaban jugando el papel imaginado desde un sentimentalismo
adolescente.
Probablemente llevado por su fascinación hacia Cervantes y su
Quijote, Gutiérrez Aragón estructura su novela como una serie de episodios que
le van sucediendo a su personaje central durante los seis días y seis noches en
que transcurre el relato. Por supuesto, con la necesaria hilazón entre esos
episodios, pero que llegan al lector mediante una arquitectura narrativa que
cabría calificar de “lagunar”, a base de espacios autóctonos unidos por una
corriente subterránea que hace que “Rodaje” supere el costumbrismo para adoptar
en ocasiones una vertiente casi fantasmagórica sobre el Madrid en blanco y
negro de la década de los 60.
Véase, en este sentido, el amplio y magnífico capítulo que
sucede en el Cine Carretas, templo de la marginalidad, la masturbación y el
sexo más turbio de la época. Es el punto álgido de una novela que destaca asimismo
por el acierto de sus diálogos, dentro de un “Rodaje” marcado por la muerte, ya
sea la real de Grimau o la ficticia del condenado a garrote vil en El verdugo.
(Publicado en "Turia" de Valencia, abril de 2021).
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