Muy cerca ya de los 90 años, Carlos Saura es un prodigio de
energía, de creatividad, de entrega a las más diversas tareas. Tiene una
película musical de su estilo por estrenar, El rey de todo el mundo, sobre el folklore mexicano; acaba de
realizar el cortometraje Goya 3 de mayo;
quiere llevar adelante una serie sobre García Lorca; sigue en gira “La fiesta
del Chivo”, versión de la novela de Vargas Llosa, que ha dirigido; hace fotos,
pinta… Realmente increíble en un hombre de su edad, que confesaba el otro día a
Juan Cruz en “El País” seguir disfrutando de cada momento, aunque también manifestaba
su “terror de que haya otra guerra civil
en España”…
Saura es el más importante cineasta español vivo. Y ha llegado el momento de que, quizá contra su propia voluntad, se le tribute esa Homenaje nacional que está mereciendo desde hace mucho tiempo. Sí, se le han otorgado múltiples reconocimientos, tanto en nuestro país como fuera de él, pero creo que hay que subrayar a ojos de todos su enorme labor creativa. Y que se lleve a cabo mientras, felizmente, siga tan activo y vital como hasta ahora. No hagamos realidad la frase de que “en España, para que hablen bien de ti hay que morirse”... y le reconozcamos cuanto ha aportado a la sociedad española. Pudiéndoselo decir en persona y con la seguridad de que estamos haciendo justicia. Es estupendo que homenajeemos a Berlanga y a Fernán-Gómez (en su caso, lamentablemente, bastante menos), como espero que el año próximo hagamos con Bardem. Pero estamos a tiempo de que Saura sienta nuestra admiración por toda una vida dedicada a hacernos más conscientes, más felices y mejores como individuos y como colectividad.
Lo percibía con intensidad viendo la exposición “Carlos Saura y la Danza” que acaba de celebrarse en Madrid para mostrar la larga y profunda relación del cineasta con el baile y el cante de distinto signo, especialmente el flamenco. Hablaba al comienzo de “una película musical de su estilo”, y conseguir eso, un estilo propio al abordar la fusión entre el cine y la música, son palabras mayores, al alcance de muy pocos. Saura lo ha ido desarrollando desde la trilogía compuesta por Bodas de sangre, Carmen y El amor brujo con una tenacidad, una coherencia y un dominio artístico dignos del mayor elogio. Se le negó durante demasiado tiempo, y ahí están las críticas cegatas de su tiempo para demostrarlo, pero ahora resplandece en toda su dimensión esa manera única de abordar la íntima fusión de dos lenguajes autónomos. No es solo Saura ese cine musical, pero forma parte decisiva de un autor que, en otros registros, nos ha dejado obras de la maestría de La caza, El jardín de las delicias, La prima Angélica, Elisa, vida mía, Mamá cumple cien años, Deprisa, deprisa o El séptimo día, entre tantas otras. Gran Carlos Saura.
(Publicado en "Turia" de Valencia, junio de 2021).
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